Marcos Durán Flores
¡Justicia para Dios!
Diego Armando Maradona, aún muerto, sigue causando controversia. Y es que un neurocirujano argentino y otros seis profesionales médicos serán juzgados en Buenos Aires por su muerte. Cientos de admiradores se congregaron frente al tribunal para exigir castigo para quienes culpan de su prematura gritando «¡Asesinos!», cuando los siete acusados entraron a la corte, en lo que se espera sea un juicio cargado de emociones. Manifestantes portaban carteles que exigían «¡Justicia para Dios!».
Fernando Burlando, abogado de las hijas de Maradona, declaró que el tribunal escucharía pruebas que lo harían «estremecer». «Lo más importante es entender que mataron a Diego… Lo que hicieron fue un asesinato». Maradona fue encontrado muerto en su casa el 25 de noviembre de 2020, tras sufrir un infarto mientras se recuperaba de una cirugía.
Su muerte provocó una multitudinaria manifestación de dolor. Cientos de miles de personas acudieron a la Casa Rosada para asistir al velatorio coreando «¡Olé, olé, olé, olé, Diego, Diego!», mientras formaban fila para ver su ataúd. La celebración de la vida y los logros de Maradona.
Diego fue alguna vez un niño con un pie izquierdo mágico, un jovencito nacido en un barrio pobre de Buenos Aires que, a los 10 años, deslumbraba a los estadios durante el medio tiempo en los partidos de fútbol profesional con un show en donde hacía flotar el balón con su pie, la rodilla, la cabeza, perdido en un éxtasis travieso y cuando los árbitros intentaban detener el show del niño y volver al segundo tiempo, la multitud los abucheaba.
Ese mismo niño creció y, a los 19 años, llevó a la selección juvenil de Argentina a un campeonato mundial. Los generales que gobernaron su país con mano de hierro, promovieron su triunfo para desviar las investigaciones de sus atrocidades, una señal temprana de que el aura de Maradona trascendía los deportes.
A los 25 años, conquistó el Mundial del 86 y lo coronó como el mejor de los mejores. Era un dios de figura baja y corpulenta, que burlaba a rivales, abriéndose paso con su pierna izquierda. Yo vi ese partido en contra de Inglaterra y ahí comprobé el vertiginoso hechizo donde un solo partido, en cinco minutos, de hecho, se convirtió en un microcosmos de toda la carrera de Maradona con la “Mano de Dios” y cinco minutos después el mejor gol de la historia del fútbol.
Luego llegaron los noventa y su declive prolongado, una lucha pública dolorosa entre dos adicciones: el fútbol y la cocaína. Desde entonces el mundo del fútbol se enfrentó a un futuro sin Maradona sin que nadie surgiera para reemplazar su genio hasta que apareció otro argentino: Messi.
Maradona se levantó tantas veces de las cenizas como volvió a caer. Al final de su carrera en el Boca Juniors, de sus amores, vimos destellos de la vieja brillantez. Jadeaba en busca de aliento, pero aún podía realizar pases increíbles y dar rienda suelta a un asombroso tartamudeo.
El fútbol es una pasión y las dimensiones de su fama mundial eran totalmente irracionales. ¿Cómo podíamos esperar que un niño manejara esta carga? Diego fue lo mejor y lo peor del deporte y de la sociedad. Sus heroicidades fueron tan prodigiosas como sus yerros. Un hombre que perdió todas sus guerras personales, como sus adicciones y acusaciones de maltrato a las mujeres. Pero Diego, como Lázaro, se levantó y anduvo por veinte años más por este mundo que lo odiaba y amaba al mismo tiempo. Nació en un mundo que lo arrojó a la pobreza del barrio Villa Fiorito de Buenos Aires, en donde él mismo describía: “Yo crecí en un barrio privado de Buenos Aires. Privado de luz, de agua, de teléfono”. Un terremoto en sí mismo. Se peleaba con todos y también ayudaba a todos. Un hombre impulsivo, arrebatado, pecador, algo así como lo dijera el escritor Jean-Paul Sartre: “Mitad víctima, mitad cómplice, como todo el mundo”.
En lo personal, el juicio revive dolorosos recuerdos de su muerte, pues me quiebro al intentar explicar a Rodrigo, mi hijo, que Diego era el mejor, que nunca habrá otro como él. Él me abraza al verme llorar por la muerte del genio como si se tratara de una tragedia familiar y lo aburro mostrándole el video del juego en el Azteca de ese muy lejano mes de junio de 1986. En silencio ve cómo su padre llora por Diego; y se queda en silencio cuando pido «¡Justicia para Dios!».
@marcosduranfl