(Carta de un hijo a su padre.)
Raúl Adalid Sainz
Este hombre amó profundamente Madrid. Su paso por la «Gran Vía» de la vida era como andar por zarzuela que tanto gustó.
Viviste esa tu Ciudad de México que tanto profesó amor a España por los grandes maestros republicanos españoles que tanto bien hicieron a nuestro México.
Una ciudad de México de teatro, de compañías de zarzuela, como la de Pepita Embil y Plácido Domingo, padres del gran tenor Plácido. Viviste un México de toros de Manolete, de Procuna, Silverio, del gran Lorenzo, Un México de la prepa de San Ildefonso, esa plagada de historia que te hizo enfilar los pasos a la honrosa Facultad de Medicina de la UNAM, ahí en el barrio estudiantil del centro hermoso de tu DF como amorosamente lo llamabas.
Del vivo mundo bohemio de tu ciudad cruzaste a tierras norteamericanas a preparar y llenar tus alforjas en tierras al otro lado del Bravo; Kansas, Kentucky y Texas. Hasta el regreso a la Ciudad de México después de seis años de estadía en los Estados Unidos. Volviste un médico especializado en Gastroenterología.
Sin embargo, las puertas no se abrieron en tu lugar de origen. Quizá nadie es ni será profeta en su tierra. El destino nos llevó a un lugar del norte que tú conocías por tu gran gusto por la historia de México: Pancho Villa y las tomas de una ciudad llamada Torreón. Así llegamos en el año de 1964 a la Comarca Lagunera. Llegué con mi madre acompañado por el zumbido del tren. Ese famoso de México- Cd Juárez.
Tú nos esperabas en esa estación comarcana ferroviaria donde un Francisco I. Madero vigila en mirada demócrata la Ciudad de Torreón. Fuiste a La Laguna en avanzada. Nuestro primer hogar fue el «Hotel Savoy», ese de la calle Acuña. Aún recuerdo siendo muy niño esas comidas árabes del «Restaurant El Cairo». Las palmas de «La Morelos» eran testigos en sus hojas verdes de medusa que se agitaban coquetas por el viento.
El Seguro Social tu casa de trabajo, ese que se ubicaba en los altos del Edificio Marcos. Calle Rodríguez y Juárez. Ahí viste tus primeros pacientes comarcanos: gente del pueblo, ejidatarios, empleados diversos. Un acento nuevo escuchaban tus tímpanos. Ese hablar y ese sentir que te iba a acompañar para el resto de tus días.
El Seguro Social lagunero dio brinco al progreso y sus nuevas instalaciones se inauguraron en el Boulevard Revolución, allá al oriente de la ciudad torreonense. Un nuevo camino de desarrollo médico se ensanchaba en La Laguna. Fuiste parte fundamental de ese horizonte que clareaba. Años: Finales de los sesentas del siglo pasado.
Por estos tiempos un nuevo camino se abrió para ti, senda fundamental: La docencia. La cátedra en la Escuela de Medicina de Torreón, esa que el mejor gobernador coahuilense inauguró: Don Braulio Fernández Aguirre.
En esa escuela de la calle Juárez fuiste enormemente feliz. Prodigándote en el decir, ese que tanto te gustó, ese donde podías improvisar, siguiendo sólo los rieles de una premisa. Ahí pudiste formar generaciones enormes de galenos. Médicos que se convirtieron en grandes profesionistas para la comarca y muchos que trascendieron las fronteras.
Todas las generaciones fueron importantes. pero hubo una en especial que recuerdo siendo yo muy niño. Esa generación marcó nuestro destino como familia. Por el año 1971 mi padre tenía una gran invitación de trabajo a Nuevo Orleans en la vieja Luisiana. Era volver al campo médico en los Estados Unidos. Todo estaba listo para nuestra partida.
Recuerdo que una noche un grupo de muchachos con melenas a lo «Beatle» llegaron a la casa. Eran tus alumnos. Hablaron contigo. Yo tenía nueve años. Al poco tiempo de esa reunión mi madre me dijo: «Ya no nos vamos a ir a Estados Unidos».
Algunos años después supe los hechos de esa noche. Los muchachos alumnos aquellos le habían llegado al corazón a mi papá. Le dijeron que en Estados Unidos ya había muchos médicos con nivel, que era en la comarca donde necesitaban doctores, profesores con capacidad que ayudaran a formarlos médicamente. Le llegaron al alma a mi padre. Pensó como un quijote y se quedó en La Laguna a formar muchachos y a ofrendar su saber médico a la gente lagunera.
Ese hecho vital para nuestra familia me marcó. Esa determinación de mi padre siempre la admiré. España, tus lecturas del Quijote, los idealistas de las zarzuelas, y tu sed humanista de entrega marcaron el tono del libro que leí de vida a tu lado. Dar por encima de todo. Por eso fuiste un enamorado de la Revolución Cubana. Un admirador de Fidel y «El Ché».
De esa generación de estudiantes médicos que cambió el rumbo de nuestra vida recuerdo, o supe de ellos con el tiempo, a los doctores: Sami Rene Achem, al doctor Silveira, Ramon López Ortiz, QEPD, al doctor Santoyo, al doctor Jesús Ochoa Fierro, QEPD, y varios médicos igual de valiosos que mi desconocimiento me impiden mencionarlos. Mi reconocimiento para todos ustedes.
El otro terreno de la vida de mi padre fue la bohemia, la charla, el arte, pero en especial la música y su gran afición a la lectura.
El bolero de Lara, «azul como una ojera de mujer», los tangos de Gardel, tus viajes a Buenos Aires para llevar un clavel al cementerio de «Chacarita» al buen «Carlitos Gardel», tus boleros de César Portillo de la Luz, de José Antonio Méndez o esos sentidos de Barbarito Diez. Tu amor por Cuba fue inconmensurable. Pero cómo olvidar tu gusto por la vieja trova yucateca: Palmerín, Guty Cárdenas, Luis Demetrio y «El chapa Manza», como le decías a Armando Manzanero.
Tus grupos bohemios en «La Fama», y «El Timón», ahí donde tantos laguneros soñaban la vida en una canción en la noche del instante. Carlitos González Domene, Don Ramón Ruiz Cavazos, Raymundo González, y tantos y tantos enormes departientes amigos que disfrutaste.
Las grandes Zarzuelas, los Chotices de Sara Montiel o de Olga Ramos, los Pasos Dobles taurinos, y aquellos gustos de la comida española hecha por mi madre o tus festines gastronómicos en los restaurantes españoles de esta tu Ciudad de México.
No olvidar tu afición a los muy buenos restaurantes españoles laguneros: «El Rey Carlos», «La Masía», y como olvidar a «Doña Julia» y en últimos días «Patachueca», del buen Jesús Aranzábal. Pero tu favorito, favorito, «Los Sauces», ese lugar donde encontraste la atmósfera adecuada para ti. Una cena, una copa, al compás de tu cigarro, una buena música y la charla. la charla de las horas.
¡Ah! padre, me dejas las alforjas llenas de recuerdos, de sentires, de vivencias a tu lado, de nuestras risas siendo niño viendo los juegos de futbol del Torreón y de «La Ola Verde» del Laguna. Tu afición por los «Tiburones Rojos» del Veracruz, tus corridas de toros, viendo extasiado a Manolo Martínez, a tu ídolo Paco Camino, «El diestro de Camas», y como olvidar tu emoción cuando viste debutar en Lerdo, Durango al novillero lagunero Valente Arelllano: «He visto a la nueva figura del toreo», dijiste emocionado.
Yo aquí me quedo en tu amado DF, viendo ahora las calles que un día escucharon tu paso, sintiendo las benditas lluvias de este valle Tenochtitlan que tantas veces acompañaron tus sueños. Esta región más transparente que tantos ecos a ti me dejan. Los tomo y me llenan de alucinantes sonidos. De lucha, de tesón por seguir inspirado ejemplo. Gracias por todo querido padre. Hoy en esta mañana de teclas me acompaño de una de esas tus zarzuelas españolas, ellas me han dictado mucho de lo escrito.
Doy en tu nombre eternas gracias a la Comarca Lagunera, esa que te cobijó, que nos dio alimento, techo, sol, luna, juegos, amor, esperanza, amigos, y tanta y tanta vida. Gracias siempre mi querido Torreón.
¡Hasta Siempre padre a tu universo!
PD: Escrito hecho un día de julio de 2017, año y mes del adiós de mi padre. Lo publico como un agradecimiento eterno a las bondades ofrecidas por la comarca a nuestra familia. Y con comarca me refiero a toda esa gente noble que nos prodigó su amor, ayuda y protección.
Raúl Adalid Sainz, en algún de este México Tenochtitlan