martes 26, noviembre, 2024

DIVULGANDO EL PENSAMIENTO

Entre el Humanismo Mexicano y la necesidad de autocrítica de la oposición

José Vega Bautista

Todo tiene su tiempo. Una vez pasada la elección en la que el pueblo de México eligió a quien ocupará el Poder Ejecutivo, lo que sigue es mirar hacia adelante y seguir construyendo el nuevo horizonte mexicano. 

De acuerdo al mandato de la mayoría del pueblo, la futura presidenta, Claudia Sheinbaum Pardo, deberá continuar con el proyecto del Humanismo mexicano.

De este criterio se desprende, por ejemplo, que el fundamento de la política económica es que el progreso sin justicia es retroceso. 

Entonces no basta el crecimiento económico, sino que es indispensable la justicia. En la nueva política económica, moral y social desechar la obsesión tecnocrática de medirlo todo en función de indicadores de crecimiento que no necesariamente reflejan las realidades sociales.

Considerar que lo fundamental no es cuantitativo sino cualitativo; es decir, la distribución equitativa del ingreso y de la riqueza. El fin último de un Estado es crear las condiciones para que la gente pueda vivir feliz y libre de miserias y temores.

Por otra parte, más allá del simple crecimiento económico, es fundamental desterrar la corrupción y los privilegios para destinar todo lo obtenido y ahorrado en beneficio de la mayoría del pueblo y de manera específica, en beneficio de los más pobres y marginados.

La estrategia central del gobierno en el terreno de la política social debe descansar en respetar, atender y escuchar a todas y a todos, pero otorgando preferencia a los pobres y humillados.  

Atender a los más pobres es también ir a la segura para contar con el apoyo de muchos cuando se busca transformar una realidad de opresión y alcanzar el ideal de vivir en una sociedad mejor, más justa, igualitaria y fraterna. Que sea el pueblo el que defienda al gobierno democrático. 

Mientras que, por su parte, los partidos de oposición deberán reflexionar y hacer un ejercicio autocrítico muy severo. 

En la actualidad, a pesar de que los partidos políticos son esenciales para nuestra democracia, algunos elementos tales como su forma de organización interna, sus procedimientos de actuación y toma de decisiones y algunas suspicacias en cuanto a su financiamiento y trasparencia en el uso de los recursos han propiciado un alejamiento de los ciudadanos que los han dejado de ver como instrumentos esenciales de participación política, deteriorando la calidad de la democracia.

Ante este panorama y la fuerza que ha mostrado Morena, el partido del Presidente Andrés Manuel López Obrador, algunos partidos optaron por actuar aliados, en las más recientes elecciones, con malos resultados.

Dice Maurice Duverger que las alianzas entre partidos tienen formas y grados muy variables. Algunas son efímeras y desorganizadas: simples coaliciones provisionales, para beneficiarse de ventajas electorales, para echar abajo un gobierno o para sostenerlo ocasionalmente. Otras son duraderas y están bien provistas de una sólida armazón, que las hace parecerse a veces a un superpartido.

De acuerdo a la experiencia que hemos estado viviendo, para obtener mejores resultados, los partidos en alianza deberán en primer lugar definir qué tipo de alianza quieren formar y que clase de oposición quieren llegar a ser, inclusive ideológicamente.

Encaminar entonces sus pasos a democratizarse al interior, abriendo esos institutos políticos a la ciudadanía para generar una participación eficaz que de confianza a la participación de todos.

Articular así un amplio acuerdo social con compromisos concretos tales como la regulación de los derechos y deberes de los afiliados, la designación de los órganos internos de dirección, la construcción de las candidaturas a cargos públicos representativos y las garantías de los procesos internos y las fuentes de financiamiento, entre otras cosas.

@Pepevegasicilia

josevega@nuestrarevista.com.mx

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