Un llamado a la prudencia
José Vega Bautista
Zedryk Raziel y Elia Castillo, en su reporte para el diario El País, apuntaron: Una bronca más propia de las calles vino a poner en duda los méritos de la política, la preeminencia de la palabra para resolver los conflictos. Al calor de la pelea del miércoles entre los senadores Alejandro Moreno, del PRI y Gerardo Fernández Noroña, de Morena, los analistas se apresuraron a estipular que el pleito desprestigiaba a partes iguales a ambos personajes y sus respectivos partidos.
Los videos que hay del momento permiten ver que Alito Moreno inició los contactos físicos —primero los toqueteos, luego los empujones y más tarde los golpes— y que persiguió al morenista intentando continuar la bronca.
El Congreso muchas veces se ha convertido en una arena donde los legisladores han llegado a las manos. El discurso no siempre basta. Pero nunca un senador con la investidura de Noroña había sido agredido por otro legislador dentro del recinto, directamente en el presídium, a la vista de todos. El episodio ha dado armas al oficialismo para reagruparse. La oposición, en contraste, no ha salido en tropel a cobijar a Alito. (elpais.com)
Tales acontecimientos, nos obligan a llamar a la prudencia a nuestros políticos y a reflexionar de lo que al respecto nos han dicho los clásicos. Acompáñenme por favor.
Todo Estado es, evidentemente, una asociación, y toda asociación no se forma sino en vista de algún bien, puesto que las personas, cualesquiera que sean, nunca hacen nada sino en vista de lo que les parece ser bueno, decía Aristóteles al explicar el origen del Estado y de la sociedad civil.
Por su parte Plutarco, en lo que puede ser un compendio de consejos a los políticos para gobernar bien, reflexiona: ¿Cómo no hubiera sido más fácil a cada uno de aquellos grandes hombres decir: «odio a tal o cual, y deseo hacerle daño, pero amo más a mi patria”?
Pues no querer reconciliarse con un enemigo porque por esto debo abandonar a un amigo, es algo terriblemente salvaje y propio de bestias.
Sin embargo, los Foción y Catón actuaron mejor, pues ellos no se permitían enemistad personal a causa de diferencias políticas, sino que eran severos e inexorables únicamente en los procesos públicos, a fin de no sacrificar el bien común; pero en los asuntos privados trataban sin ira y con actitud amistosa a sus oponentes políticos.
El político, en efecto, no debe considerar a ninguno de sus conciudadanos como enemigo, a no ser que aparezcan en la ciudad, como una enfermedad o un tumor, hombres como Aristión, Nabis o Catilina.
Pero a aquellos que, por otra parte, no están en armonía con el bien de la ciudad debe, como el músico, tensarlos y aflojarlos, conduciéndolos dulcemente al tono apropiado sin reprochar con ira y violencia a los que yerran, sino de forma que les produzca una impresión moral, como hace Homero: «¡Ay¡, amigo, yo sabía que en prudencia tú superas a los otros, y tú sabes idear otro discurso mejor que ése».
La política no puede reducirse a golpes y ofensas. El reto es recuperar la altura de miras, la serenidad y la ética pública, pensando en un valor superior: El Pueblo, el gran componente humano del Estado.