Federico Berrueto
El llamado relanzamiento del PAN ha abierto un debate interesante. A partir del mensaje del dirigente, Jorge Romero, muchos discuten ideologías, cuando los partidos viven de los votos, que remite más que todo a un asunto de eficacia. La lectura superficial del crecimiento electoral de la derecha en muchas partes del mundo, parece inspirar a quienes en el PAN por la vía de la doctrina buscan su recuperación electoral. La pureza doctrinaria puede ser un buen refugio frente al ruido de la polarización, pero no se advierte que en México sea una buena fórmula para ganar votos. Necesariamente la narrativa o la oferta, simbólica o discursiva, tiene que remitirse a lo que mueve a los votantes, y las ideologías en su sentido convencional están muy lejos de sus preocupaciones.
El PAN puede plantearse lo que el PRI no puede, su pasado es fuente de inspiración y orgullo. El tricolor no fue propiamente un partido, sino una instancia del poder para pacificar al país y con el tiempo procesar la legitimación del régimen a través de la gestión política del relevo sexenal, no de las urnas. La incertidumbre refería a quién sería el candidato presidencial, no quién ganaría la elección, que sería trámite burocrático de una decisión tomada con anticipación. Las campañas del PAN servían para ganar votos o movilizar ciudadanos; las del PRI, para la presentación en sociedad de quien sería el nuevo presidente. Desde luego que el PRI puede hablar de la creación de instituciones y de alguna manera la reforma política, pero esas no eran iniciativas de partido, sino del régimen político.
El PAN puede invocar con orgullo su pasado remoto a pesar de sus querencias falangistas de inicio; lo más trascendente ocurrió muchas décadas después a partir del pragmatismo de una generación de brillantes y hábiles políticos como Diego Fernández de Cevallos, Carlos Castillo Peraza, Luis H. Álvarez y candidatos capaces de conectar con la gente, como el mismo Diego, Ernesto Ruffo, Manuel Clouthier, Francisco Barrio y Vicente Fox. En las mejores páginas de la lucha por la democracia esos panistas estuvieron presentes y, a diferencia de la izquierda, tuvieron la visión para concertar y construir reglas, instituciones y una nueva cultura para la coexistencia de la pluralidad y, en su momento, la alternancia.
El PAN, por mucho, fue mejor oposición que gobierno y eso ayuda en estos momentos. De hecho, el problema que tiene el PAN no es por su asociación con el PRI o PRD, sino por haber perdido brújula en su estancia en el poder nacional, a pesar de que no gobernó mal y de que el PRI, con mucha fuerza legislativa, no sería precisamente una oposición leal. Fox quedó a deber y el temperamento de Calderón no le dio para una sana distancia entre el gobierno y el partido, a pesar de haber ganado la candidatura presidencial con el presidente Fox en contra. El PAN en el poder perdió mucho: mística cívica, lucha municipalista, democracia interna y probidad intransigente. Prevaleció el centralismo y el verticalismo, propios del presidencialismo priísta. En la última etapa varios de sus gobernadores padecieron del virus de la corrupción.
Independientemente de los errores básicos de sus dirigentes, el PAN persiste como la principal oposición y una fuerza nacional con presencia regional amplia. Las grandes ciudades son espacios de pluralidad y competencia y el PAN figura como la fuerza con mayor presencia después del partido gobernante. Es decir, no es propiamente la doctrina el problema del PAN, tampoco sus opinables alianzas electorales. El reto es combatir al régimen autoritario que, además, ha probado ser ineficaz, especialmente en lo que más importa al votante: la corrupción, la violencia, la desigualdad y el deterioro de la calidad del gobierno y de la justicia, deficiencias que se acentúan en el nivel municipal y local, como se advierte en la evaluación a autoridades.
La oposición, no sólo el PAN, requiere plantearse con seriedad el tema de la eficacia electoral, que debe hacerse con apertura, pragmatismo, así como con claridad sobre las fortalezas y debilidades propias y las del régimen obradorista. Desde la elección presidencial de 2006 quedó claro que la disputa en los mejores términos para el PAN se da en la competencia municipal y en algunos estados, no así en el plano nacional. Lamentable que la partidocracia se acompañe del centralismo inhibe una estrategia que daría, al menos, para impedir que el régimen se hiciera de mayorías con base a los triunfos distritales.







