El refrigerador, la alarma y los perros
Arcelia Ayup Silveti
Estoy en vísperas de Navidad en la cocina de mi casa. El refrigerador y la alarma se niegan a respetar el silencio. Escribo acompañada por mi perrita Camila. El refrigerador resta protagonismo y la alarma sigue constante, con un sonido doble después de varios segundos. El ladrido de un perro invade mi cuadra sin alterar a Camila.
En días recientes en algunas partes me comentaron que les sorprende lo veloz que ha sido 2023: en la fila del súper, en la oficina, con familiares, con amigos y hasta en la veterinaria. Ha sido vertiginoso para todos, incluso para niños y jóvenes.
Disfruto mucho pasar tiempo con personas queridas, en especial en esta temporada. Sus mensajes me alegran y me hacen sentir su cercanía, sin importar si no lo están de manera física. Valoro los pequeños grandes placeres que la vida nos ofrece a borbotones, esos de lo que nadie habla en las redes sociales.
Me gusta que la vida me sorprenda, estar en ella con salud y tener la satisfacción de disponer de un techo donde poner los sueños. El dolor, la penumbra y el llanto son pasajeros y cuando se van, las nubes se acercan a tu oído para descubrir que todo es posible. Sé que no hay culpables de lo que nos pase, todo es aprendizaje, estímulo para seguir de pie y con la frente erguida. Que no todo tiene respuesta o explicación, que los hechos son como son, y que lo importante es lo que interpretemos y aprendamos de ellos.
Aprendí a rodearme sólo de lo que me hace bien: personas, oficios, prácticas, animales, pasatiempos, objetos, lecturas, energías. A mi edad no es importante quedar bien con alguien, acudir a citas en las que no deseo estar, ni complacer a nadie con quien no comulgo. Elijo mis amigos porque me siento bien con ellos, porque me regalan su tiempo y acuden cuando hay adversidades, puedo confiarles mis pensamientos y proyectos sin que me sienta mal.
Estoy en paz con lo que cuento y con lo que no. Algunas caídas me han acercado a la paciencia y tolerancia; a soltar el mando, a aprender a fluir y alejarme del perfeccionismo. Supe que es muy sano no tener expectativas de los demás sino mantenerte expectante.
Ya no se escuchan ladridos en mi barrio. El refrigerador alejó su sonido. La alarma sigue a su ritmo. Yo también, en el mío, con la firme convicción de que puedo generar equilibrio cuantas veces sea necesario, sin importar qué fecha dicte el calendario: Feliz Navidad.
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