Federico Berrueto
Las afirmaciones grandilocuentes o excesivas se instalaron en el lenguaje público. Es la degradación de la palabra, por ejemplo, el señor Donald Trump califica a su propuesta de devastación económica y de ventajas fiscales para los más ricos como “la ley más grande y hermosa”; López Obrador, expresidente, afirmó al momento de votar por la destrucción del sistema de justicia que la presidenta Sheinbaum era la mejor mandataria del mundo. Para no quedarse corto, Andrés Manuel López Beltrán, quien reclama que le llamen “Andy”, mostró su orgullo de ser hijo del “mejor presidente que haya tenido este país”, asunto complicado porque su padre concede tal título a la actual mandataria. Pero no importa, si se quiere, los dos pueden serlo dejando de lado a Juárez, Madero o Cárdenas.
López Obrador, presidente, dijo que el sistema de salud mexicano sería como el de Dinamarca, el mejor del mundo. La presidenta Sheinbaum, a manera de defender lo indefendible, anticipó que con ese proceso México sería el país más democrático del mundo. Por ello debió indignarle el juicio que hicieran los observadores de la OEA y la recomendación de que ninguna otra nación de la región tuviera la audacia o tentación de replicar la experiencia mexicana.
La aduana que da ingreso a México como país más democrático del mundo es saboteada por los expertos de la OEA. Ante el fraude y la farsa por la elección, la salida falsa ha sido invocar como sucedáneo de Benito Juárez al nuevo presidente de la Corte (que ha dejado de ser suprema porque tal calidad corresponde al Tribunal de Disciplina Judicial), en su condición de indígena mixteco que llevó a la candidata Xóchitl Gálvez, a otorgarle su voto de confianza. Y ya entrada en definiciones, la presidenta también concedió al IMSS la calidad de la mejor institución de salud en el mundo.
En fin, es preciso definir a qué mundo se refieren quienes mandan. De López Obrador no se puede esperar mucho. Sus referencias, experiencia y conocimiento carecen de los horizontes que sí tiene Claudia Sheinbaum. Como quiera que sea, en ambos casos el dogma vuelto arrebato los lleva a faltar a la verdad. Es explicable que el hijo de López Obrador invoque el derecho de todo vástago de creer que su padre es el mejor del mundo, sentimiento que no es razón o argumento y que hay que decir comparten muchos mexicanos de López Obrador y de sus propios progenitores.
Además, es característico de toda nación el orgullo de creer que es el mejor país del mundo sea por su historia, geografía, recursos naturales, etcétera. Octavio Paz rescató la idea de origen de la identidad nacional con la creencia de pueblo escogido por el culto guadalupano y el mito de Quetzalcóatl y Santo Tomás. Los mexicanos tienen razones sobradas de orgullo por su pasado y cultura, pero también de elemental insatisfacción, que hoy se vuelve amplia y recurrente humillación, como la violencia y los asesinatos, la corrupción y el cinismo desbordados; el huachicol fiscal representa 9 mil millones de dólares anuales y 30% del mercado de combustibles, según especialistas citados por Karina Suárez en El País.
México está entre los países más corruptos del mundo. De acuerdo con el índice de percepción de corrupción de Transparencia Internacional, está en su peor momento desde 2012. En lugar 140 de 180. Antes de la Reforma Judicial el país era calificado como un sistema híbrido, por The Economist Intelligence Unit; no es una democracia deficiente, lo híbrido alude al lugar previo de un régimen autoritario. El efecto de la destrucción de la independencia del Poder Judicial Federal y de la Corte hacen de México un régimen autoritario y si la manera de llevar la elección se instala como práctica regular alcanzaría la condición de tiranía.
El nuevo lenguaje del régimen se instala en la mentira. Se declara democracia cuando ocurre justo lo contrario; se invoca seguridad y se ofrece lo contrario, se habla de certeza de derechos y se plantea incertidumbre, se habla de bienestar cuando existe un franco deterioro por la calidad educativa, los servicios de salud, el abasto de medicinas y, particularmente, el derecho a la seguridad y tranquilidad públicas. El problema se agrava por la indolencia social, el oportunismo de las élites y la ausencia de escrutinio social.
Debe sorprender el curso del país hacia el autoritarismo corrupto, y más aún la ausencia de resistencia sustantiva en su contención. ¿Tanto valen los beneficios sociales y el incremento de los salarios? ¿la intimidación o el interés es suficiente para llevar al país al silencio a pesar del deterioro prácticamente en todo?