Raúl Adalid Sainz
Ayer arrastrado por el magno recuerdo de lo que fue una gran película, vista por mí, en 1981, teniendo veinte años, fui a ver en pantalla grande: «Toro Salvaje».
La sinfonía casi trágica comienza en esa danza boxística de De Niro, para dar obertura a la película. Un ring en bruma cubre el encordado a blanco y negro; es la lucha de vida de un hombre (Jake LaMotta) que está por comenzar. Una metáfora de un toro salvaje, acompaña la danza, al compás del intermezzo de la ópera «Cavalleria Rusticana» de Pietro Mascagni.
Martin Scorsese venía de salvar la vida, filmar «Raging Bull», fue un renacimiento. Era la siguiente ola creativa después del inquietante retrato humano, hecho cine, de «Taxi Driver». Nuevamente se unían a él, su actor Robert De Niro, y el gran guionista Paul Shrader («Taxi Driver», «Mishima», «Gigolo Americano»). Shrader, que adapta en guion cinematográfico el libro de memorias («Raging Bull My Story») del boxeador Jake LaMotta.
¿Por qué interesa la vida de LaMotta a Scorsese? Quizá por ser un ente en descontrol de sus emociones. Por el autocastigo que se imprime. Por sus culpas, y a la vez, por responder a su propia naturaleza. Por sus inseguridades, que lo llevan a la animalidad, a la violencia. Por ser una víctima de su visceralidad, de sus celos, de no saber responder a la vida más que con dureza. Al final del camino encontrará, alejado del box, la posible redención. No más box, prefiero recitar, no seré un Lawrence Olivier, pero me da paz lo que hago. Poco más o menos esto dice el epílogo del personaje en la película. Quizá Scorsese, por el viacrucis vivido personal, encontró un espejo en Jake LaMotta.
El ring se despide del boxeador, dejando éste su sangre sobre la cuerda del cuadrilátero. Un adiós de dolor, de lucha, de símbolo que la vida no es fácil para muchos. Que el camino ha sido a base de seguir adelante como un toro herido.
Cinematográficamente Scorsese crea un discurso de narrativa impecable. Maneja en matices su cámara para contar su película. Los movimientos de la misma son un eco de la situación de vida de Jake. Las peleas son filmadas en toda su crudeza y poesía cinematográfica, matizando la enorme violencia. La cámara en su narrar mantiene al espectador en una situación crítica del discurso que observa. Una especie de distanciamiento que crea reflexión.
El viaje al precipicio de LaMotta lleva su ritmo natural, sin apresuramientos, es un lento descender al abismo. Hasta horadarse en su dolor el personaje «Jake», autocastigándose a golpes en la cárcel.
La película crea tal intimidad con el discurso, que uno como espectador siente que está observando por el ojo de una cerradura de puerta. La fotografía de Michael Chapman espía el alma y pensamiento de los personajes. La creación de espacios es un espejo más de las situaciones que vemos y vivimos. El guion de Shrader, detalla, toma posición de los aconteceres, pero sin imponer, sugiere una toma de postura para el espectador. La edición de Thelma Shoonmaker, es sinfónica, cada pieza secuencial lleva su tiempo, dando oportunidad de recibir, sentir y pensar. El vestuario de época y locaciones otro acierto más. Una ficción se compone de organizar muy bien el material de trabajo para crear verosimilitud y hechizar al espectador. Scorsese y todos sus departamentos de producción son excelsos en este sentido.
La dirección de actores es cosa aparte. Una unidad de tono. Los actores detallan a sus personajes en la mirada. Hay una contención maravillosa, las emociones se vislumbran en lo sutil, hasta en los momentos más violentos. Los tres actores centrales son excelsos: Robert De Niro (Jake LaMotta) Joe Pesci ( Joey Lamotta) y Cathy Moriarty (Vicky, esposa de Jack).
Mención aparte merece el portento de trabajo de Robert De Niro. Una auténtica creación de personaje. Significando el carácter y conducta del mismo, su axiología, viviendo su tren de pensamiento, traduciendo a éste en la animalidad descarnada. Sus culpas, su imposibilidad de ser feliz, su incapacidad de tener paz, víctima de sus emociones, sus inseguridades, su lucha de toro herido contra sí mismo, todo lo construye en su mural creativo. Todo lo anterior es vivido por el actor con una verosimilitud inaudita. Una caracterización interna, física y verbal del actor para con su personaje. Agregado aparte son los trece kilos de peso ganados por el actor para representar la decadencia del boxeador que, en su ejercicio de profesión, es presentado por De Niro con toda su fortaleza física. Se sometió el actor a un severo entrenamiento de box con el mismo Jake LaMotta. «Estás listo para pelear profesionalmente», le dijo LaMotta a De Niro, satisfecho de lo logrado.
Robert De Niro, un ícono referencial para los actores que nos preparamos actoralmente en los años ochentas. Sus grandes retratos humanos conseguidos son una lección portentosa para el actor que cree en la construcción a fondo de un personaje. Era el reflejo del gran riesgo de lanzarte al vacío de la caracterización interna y externa de un personaje. Cómo lograrlo, y no pasarte ante la cámara: De Niro era una respuesta.
Me despido aún oyendo los acordes de esa bella sinfonía, tema de la película, «Cavalleria Rusticana». Y no puedo evitar recordar las grandes cintas actorales de Bobby De Niro: «Calles Violentas», «El Padrino 2», «Taxi Driver», «New York New York», » Once Upon a Time in America», «La Misión», «Falling in Love» (inolvidable con Meryl Streep) «Cabo de Miedo», «Buenos Muchachos», «Angel Heart», «Casino», «Heat», «Todos Estamos Bien».
«Toro Salvaje», es una época, en que a la generalidad nos admiró De Niro; imposible no recordar cuando recogió el «Oscar», a mejor actor, aún con el sobrepeso ganado para el personaje. Poco dijo, él no es de hablar, sus hechos interpretativos son su poesía. Un referente inolvidable creativo. ¡Grande Bobby De Niro!
Raúl Adalid Sainz, en algún lugar de México Tenochtitlan