sábado 11, mayo, 2024

De mi libro, «Historias de Actores», va este canto a: «Luis De Tavira» (Esa ave de las tempestades)

 

 

Raúl Adalid Sainz

Tuve el gusto de conocerlo en el año 2011. Fui invitado a trabajar como actor en su montaje, «La Expulsión» de José Ramón Enríquez. Esa invitación llegó de la manera más fortuita. Su asistente, Octavio Michel, fue a ver a su novia a una lectura dramatizada donde su servidor participaba. Se les fue un actor de papel relevante en el período de ensayos de la mencionada «Expulsión».

 

Octavio se acordó de mí. Sin conocerme propiamente como actor me llamó y me integré al elenco. Marco Antonio Silva, quien trabajaba en el diseño coreográfico escénico me recomendó también con el maestro Tavira. Pidió conocerme. Me entrevistó. Me contó de la obra. 

Al verme su mirada era penetrante. Casi, casi, te diseccionaba. «No te conozco, lo cual es un gran riesgo para ti y para mí», decía aspirando un cigarrillo. «Tendrás que esmerarte mucho». Me hablaba que en ese proceso escénico de «La Expulsión», el actor debía enterarse de quienes eran los Jesuitas. Había que investigar acerca de «La Ilustración». De Carlos III, quien durante su reinado había expulsado a los jesuitas de España y de todas sus colonias. 

Recuerdo que el maestro Tavira me mencionó que él había conocido muchas cosas por medio del teatro. Me dijo que había aprendido de bancos y su organización cuando hizo la obra «Los Ejecutivos». Agradecí conocerlo. Le dije que para mí era una asignatura pendiente el encontrarme con él. Tenía que darle unos saludos de mis maestros jesuitas de la prepa: el padre «Pai», Rafael Lazcano y del padre Jorge Villa. 

El maestro se sorprendió. Ellos habían sido sus compañeros durante el seminario religioso de su instrucción jesuítica. No olvidar el pasado religioso del maestro Tavira. Una característica tenían estos saludos, habían sido mandados hacía treinta años. Lo cual desbalanceó al maestro. ¿Por qué tan tardíos eran dados?

Yo fui educado por jesuitas en mi natal Torreón. Cuando me vine a estudiar a México teatro, los dos padres mencionados me dijeron: busca a Luis, él fue nuestro compañero; es un hombre muy importante dentro del quehacer teatral. Nunca lo busqué. La vida nos llevó a conocernos tres décadas después. 

Al despedirme no sé por qué le dije al maestro: «Usted no se preocupe nos la vamos a pasar a toda madre». Así fue. El montaje fue inolvidable para toda la compañía que estaba colmada de talento y de bonhomía pasional humana. Luis de Tavira es un líder. Su saber es infinito. Su palabra es persuasiva. Es un encantador de la serpiente pasiva. Conmina a dar lo mejor. Acostumbra antes de un ensayo o una función situar a los actores. Dar una especie de sermón vivo, vivísimo. 

Un día nos dijo antes de una presentación: «Sirvan a su país siendo buenos actores, dando lo mejor de ustedes en esta función». Para este proceso nos llevó dos semanas a Pátzcuaro a la sede del «Centro Dramático de Michoacán». El propósito: aislarnos para concentrarnos por completo en el proceso. 

Al regresar a México nuestras mentes, nuestra casa habitación del espíritu estaba habitada por el mundo de la ilustración y la injusta y arbitraria expulsión de esos grandes educadores llamados los jesuitas. Aún recuerdo esas cinco pláticas de Luis de Tavira acerca del viejo y nuevo testamento. La conformación de la orden de Jesús. Quién había sido San Ignacio de Loyola, formador de la orden. Qué eran los ejercicios espirituales jesuíticos. Dios en la educación. Todo para engrandecer el precepto «Para la Mayor Gloria de Dios», máxima jesuítica.

Como director escénico, Luis De Tavira, circunstancía maravillosamente al actor. Lo ubica. Le clarifica línea por línea al histrión los objetivos. Primer punto: que el actor entienda el piso del personaje. Al lograrlo, podrá volar, tejer al personaje creativamente hacia su interpretación. Es la escuela de Héctor Mendoza. Sólo que con los años llevada a la Tavira. Observador acucioso del proceso. Cómo romper con la bifrontalidad. Es decir, con lo que el actor ya sabe que va a ocurrir en la escena. El actor lo sabe, más no el personaje.

Va a las funciones, las escucha entre cajas. Pasea de un lado al otro con las manos en los bolsillos traseros, como tigre enjaulado de ansia de que todo marche de acuerdo a lo planeado. Se sube al escenario y ve el desenvolver de los actores, de la escena. Cuenta, narra la obra de acuerdo a un estilo escénico. Cuida el ritmo, el tono. Enlaza maravillosamente sus escenas. 

Para este montaje referido contó con dos grandes colaboradores: el maestro Alberto Rosas para la cuestión vocal y musical y el actor y director escénico Marco Antonio Silva para el movimiento escénico. La escenografía e iluminación eran deslumbrantes: Jesús Hernández y Phillipe Amand. Una armonía el vestuario y maquillaje de Estela Fagoaga y Amanda Schmelz.

El maestro Tavira armoniza. Cada parte de la obra es trazada de acuerdo a un concepto, a una idea, ordena su material teatral con estudio hondo e inspiración, nada es gratuito.

Es una mentira que la monumentalidad de sus escenografías se comen al actor. El intérprete tendrá que dar una energía mayor a su movimiento y a su expresión vocal para evitar esto. En «El Circulo de Cal» de Brecht, demostró cómo con pocos recursos también sabe narrar. La imaginación fue el mago creador de ese montaje. 

Su dirección de «Pequeños Zorros», de Lillian Hellman, fue una relojería fina en movimiento escénico, manejando el realismo norteamericano con una gran precisión narrativa que se traslucía en contenido subtextual y honda dirección actoral. Montaje que contó con la escenografía detallada en atmósferas por parte del gran Alejandro Luna. 

Ante las aves de las tempestades cada quien habla como le va en la feria. Ahí sí ni que hablar. Yo sólo cuento lo que viví. Muchos cuentan de él sin conocerlo. Habría que preguntarse también cómo y por qué ha conseguido tantas cosas para el desarrollo del teatro mexicano. La vida es así. Lo incuestionable es que Luis de Tavira es un ser humano que por moverse en su inquietud ha creado controversia.

Para mí ha sido una experiencia humana conocerlo. Son de la gente que agradezco haya cruzado mi camino.

Un saludo a todos esos compañeros de «La Expulsión». Actores, técnicos, todos los creativos. Que sigamos ennobleciendo la senda, esa ruta de «Para la Mayor Gloria de Dios». Y yo agregaría de los hombres también. Un abrazo oceánico.

Aquí un recuerdo a los compañeros de ese inolvidable montaje: La Expulsión de José Ramón Enríquez.

“LA EXPULSIÓN, UN REGRESO AL ORIGEN…COMO NO.”

Hoy el inclemente tic-tac apaga el tiempo inconcluso de expulsión.

Hoy dictamos una pausa a una apología maravillosa de encuentro humano. Queda en suspenso una vela que clama por ser flama incandescente de teatro de vida, en personajes que se niegan al remanso.

Sesenta días de dionisiaco placer, donde Pátzcuaro abrió sus puertas de bosque a la creación. Aún me parece ver ese teatro mágico que hizo nacer el amor enorme de esta compañía.

Hermosos compañeros de luz en merienda en derredor del comentario en risa a todo, en la anécdota nocturna del nacer del CUT.

Siento en este escenario el coro enorme de himno jesuita, el voto místico, sublime, de Chema en Tepozotlán, la intriga en madrugada de Aranjuez a conciencia atormentada de Sefami en Carlos III, el acojonado virrey en sudante pañuelo de alma en vilo de Rodrigo, escucho la guerra acusatoria de Potro en medio de Corea, me arrullo y me conmuevo en el canto Náhuatl de pueblo de la Azur y de la Bárbara, viajo por México en danza de pájaro centzontle llevado por Marina, Stefanie y las monjas, veo el reojo espiante de Cristiani, el frío de la Bolonia, el debate claro, cubierto de anagnórisis de Emilio Clavijero en sombras ignorantes de De Pauw. 

Veo a la actriz de Guerra en Blanca carta de la escucha, el cante de muerte puro y noble en fiel estado jesuita de Miguel, me conmuevo hasta la lágrima de sal en abrazo de nostalgia a mí padre en espejo de Ignacio y Clavijero, veo el apasionado corazón de escolástico Alegre en Toño Rojas, veo figura de quijote en manchega llanura mexicana en regreso ignaciano de McGregor. Y veo noble mirar de príncipe en maestro Tavira en aplauso a su legión desde entre cajas.

 Me conmuevo en la ojera disfrazada del enorme Octavio de trabajo Michel. Me reflejo, me emociono en las venas anhelantes tan llenas de actor en los rostros novicios de mí Rafa, Álvaro y Alfredo.

Gracias equipo, gracias letras de José Ramón, gracias Octavio y Denise Castillo, gracias Marco Antonio Silva, gracias técnicos maravillosos del Teatro Jiménez Rueda, gracias vestuaristas, maquillistas, producción, gracias Chamaco, Julián, Chucho, Philippe y gracias a mí Compañía de Jesús que en la mayor gloria de Dios nos ha regalado el enorme placer del teatro y de esta apasionante expulsión. Gracias padre Enrique González Torres, Jorge Moreno y Javier Reyes.

Raúl Adalid Sáinz.

16 de octubre de 2011. México, DF.

Elenco compuesto por: Emilio Echeverría, Miguel Flores, José Sefami, José Caballero, Rubén Cristiany, Rodrigo Murray, Eduardo Mcgregor, Blanca Guerra, Stefanie Weiss, Asur Zágada, Bárbara Pohlenz, Patricia Ortiz, Marina De Tavira, Antonio Rojas, Chema De Tavira, Pedro De Tavira, Rafa Covarrubias, Álvaro Flores, Potro Aguirre, Rodrigo Corea, Alfredo Herrera, Octavio Michel, Juan Carrillo, Nico Sotnikoff, un servidor y un profesional coro de cantantes de ópera… 

 

Nota: El texto al maestro De Tavira fue escrito en el año 2015. Ha vivido diversos agregados en los años siguientes. He tenido el gusto y la gratitud enorme de trabajar con él en dos obras más, aparte de «La Expulsión», en «Pequeños Zorros», y en «El Corazón de la Materia». Al paso de estas experiencias, debo decir quizá, que hay un antes y un después en mi vida teatral, al conocer y convivir con éste potente y talentoso artista de nuestro tiempo y nuestro teatro. Tuve el inmenso regalo que fue prologuista y presentador de mi libro: «Historias de Actores». Que Dios nos cuide mucho al gran maestro Luis.

 

Raúl Adalid Sainz, en algún lugar de México Tenochtitlan

 

 

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