Enrique Martínez y Morales
La semana pasada leí en los medios un hecho que me dejó triste y preocupado: en Coahuila de cada dos matrimonios que se celebran, uno termina en fracaso. Esta cifra es superior a la media nacional, que es de poco más de tres divorcios por cada diez casamientos realizados.
Las causas son variadas y vale la pena que reflexionemos sobre ellas. El matrimonio es la base de la familia, y la familia es el fundamento del tejido social y la fuente primordial de los valores fundamentales que dan cohesión a nuestra sociedad.
Todos sabemos que los sistemas de pensiones pasan por una crisis por la estructura de estos. Cuando se concibieron, hace muchas décadas, los aportantes eran muchos y los jubilados eran pocos. Luego se invirtió la pirámide poblacional y, con los avances de la ciencia y la medicina, la esperanza de vida creció insospechadamente, aumentando el número de beneficiarios y los años del goce de la pensión.
Con los matrimonios pasa algo similar. Antes, había menos divorcios porque los matrimonios eran más cortos a causa de la viudez de alguno de los miembros. Esta, por supuesto, no es la única razón. Hay otras a considerar.
El empoderamiento de la mujer, a través de las instituciones creadas que fortalecen y protegen sus derechos, es un gran avance social y pudiera ser también otra causa. Aunque desde este punto de vista un divorcio no debiera verse como algo negativo, ya que representa la liberación de una mujer de una vida de sometimiento y violencia familiar. Para la sociedad, es mejor una mujer liberada y feliz, que casada y deprimida.
En estos casos el reto que tenemos como sociedad es evitar que las crisis conyugales lleguen a ese punto. La terapia de pareja y la ayuda psicológica puede ayudar, pero lo ideal es trabajar en la prevención mediante otros mecanismos.
Y esto me lleva a la tercera causa: la crisis de valores por los que atraviesa la humanidad. Las redes sociales nos vuelven más vulnerables y la exposición de nuestros hijos desde edades tiernas al internet y a los equipos electrónicos moldea su mente de forma distinta a como maduramos las nuestras. Ahora son más impacientes y menos tolerantes.
Alguien me dijo una vez, en broma, que la principal causa del divorcio era el matrimonio. La perogrullada, por cómica que parezca, está siendo tomada en serio por muchas parejas que prefieren vivir en una unión libre que facilite la salida de la relación. Sin embargo, ya que pasaron la prueba de fuego de la convivencia diaria y una vez que lleguen los hijos deben considerar formalizar su estado civil, ya que los niños merecen la solidez emocional y familiar que ofrece el matrimonio de sus padres.
Para quienes no se han casado, mi recomendación es que escojan con cuidado a su pareja. Para quienes ya lo estén, es importante recordar que el matrimonio se construye día a día, con detalles, perdonando y pidiendo perdón, con muestras de afecto, empatía, tolerancia y respeto. El mejor legado que les podemos dejar a nuestros hijos es el ejemplo de una familia funcional y amorosa.