Federico Berrueto
Todos, individuos, comunidades o países enfrentan una distancia entre cómo son y cómo los ven. Para empezar, son muchos los planos de observación y, por otra parte, la presunción propia se confronta con el prejuicio de quien observa, qué se mira y con qué cristal. Los mexicanos tenemos la autoestima muy elevada a pesar de los muchos problemas que padecemos, por eso es un país con habitantes que se declaran felices cuando no hay muchas razones para serlo o es posible que lo que se dice no es lo que se siente. La realidad es que en este momento no tenemos mucho qué presumir. Algunos recurren a celebridades de la cultura o a episodios de la historia, en no pocas ocasiones tergiversados por los juegos de poder. Vamos, si no fuera por El Canelo y los cineastas no habría mucho que decir. México no está pasando por un buen momento, a pesar de la narrativa oficial.
Frente a la amenaza que plantea el arribo de Trump a la presidencia, México se ve obligado a verse en el espejo, más porque el futuro presidente le dio por poner a México y a Canadá, en el mismo canasto para argumentar a favor de su causa fiscal a las importaciones bajo el pretexto de la falta de control de las fronteras y la consecuente introducción de drogas e inmigrantes, que en el imaginario norteamericano son asociados a delincuentes a pesar de la evidencia en contrario. Los migrantes mexicanos son en su mayoría personas ejemplares que mucho aportan a la sociedad y a la economía norteamericana, como lo apuntara Viridiana Ríos en su colaboración del pasado lunes en Milenio diario. Es preciso decir que no se está escuchando bien a Trump, reclama el déficit comercial y como tal es válido señalar a Canadá, México y China.
Los canadienses, en medio de una elección que derrotará a la coalición gobernante han sido presurosos en intentar salvarse a costa de México. Allá ellos y sus miedos. México y Canadá no son comparables, pero lo que pretende Trump es imponer agenda y al parecer ya ganó, al menos con ellos. Todo tiene una explicación, hay tráfico de armas en exceso porque hay quien las compre, como también hay tráfico de drogas ilegales porque hay quien las pague y consuma.
El argumento de Trump está equivocado porque las acciones punitivas no son la respuesta frente a problemas complejos como la migración, narcotráfico, incluso, el déficit comercial. Los esquemas punitivos y prohibicionistas están condenados al fracaso. Debiera pensarse que lo que no se puede evitar, quizás sí se puede controlar y con ello evitar un tanto el daño que provoca una postura no realista a los problemas. La ideología hace daño y la mejor prueba se tiene en casa.
En seguridad y migración es mucho lo que se puede hacer, pero ahí las autoridades mexicanas tienen que cambiar de perspectiva. Primeramente, debe reconocerse que el país está en falta a consecuencia de la absurda y criminal política de abrazos no balazos, a lo que hay que sumar el deterioro e ineficacia del sistema de justicia penal, acentuado ahora con la reforma que acaba con la parte más confiable. Segundo, también el país está en falta porque lo relevante no está en las razones económicas de quienes tienen una estancia ilegal en territorio norteamericano, sino en que cualquiera que sea la decisión del gobierno norteamericano para atender el asunto, que deviene del mandato popular de la elección, debe partir de la defensa rigurosa de los derechos humanos, principio fundamental que el régimen político mexicano ha abandonado con la manera como ha operado la CNDH y la designación y ratificación de su titular Rosario Piedra.
La realidad es que México es visto a través del cristal populista nativista que recorre al mundo, el que criminaliza al migrante y lo muestra como un componente disruptor de la supuesta santa paz de la aldea y, por otra parte, la visión de los mexicanos como un país de corruptos, con gobiernos incompetentes y de causas fallidas y ciudadanos complacientes. La industria del entretenimiento en mucho contribuye a socializar la visión maniquea sobre México, y en algo, también, la realidad. No son los medios el problema, sino lo que ocurre.
Ciertamente no somos lo que creemos que somos, tampoco la idea que muchos tienen de México y los mexicanos.