sábado 21, septiembre, 2024

CASA DE LA PALABRA

MILAN KUNDERA Y EL OSTRACISMO IMPERSONAL

Emanuel Alvarado

Lo que me interesa es el valor estético.
Milan Kundera (al diario El País, 1982)

La muerte de un genio en cualquiera de las Bellas Artes conmueve a muchísimas personas. Aparece en su forma más descarnada el vacío que deja, su ausencia, la pérdida material, el patrimonio intangible que estaba en su memoria. Busco en mi cabeza una imagen que pueda representar esa pérdida y no encuentro ninguna otra que la expresión corporal abatida que tenía Carlos Monsiváis ante el féretro de Octavio Paz, precisamente porque sabía que con él moría una mente brillante.
Este 11 de julio del 2023, apareció un aviso en mi teléfono que confirmaba el fallecimiento de Milan Kundera. Me enteré de la noticia generada del otro lado del Atlántico, murió en París, a los 94 años de
edad, con pérdida de la memoria… Me sentí igual que Monsiváis, desfigurado, con una congoja en mi cuello, comprensible por su edad, claro, pero con la certeza de que ya no habrá más páginas de su extraordinaria inteligencia, un genio de la literatura que fue capaz de sobreponerse a un régimen político que lo asfixiaba, que lo constreñía hasta más no poder.
Milan Kundera queriendo no ser de ninguna parte terminó siendo por todos lados un escritor universal. Quería su nacionalidad checa y se la quitaron, luego se la devolvieron; no quería la nacionalidad francesa y Mitterrand se la otorgó. Se convirtió en un escritor del mundo con dos nacionalidades y dos lenguas, traducido a más de 40 idiomas, a quien por algún motivo incomprensible se le negó el Nobel.
Su obra la escribió en dos lenguas, en dos geografías muy distintas, en dos naciones que hizo suyas y de las que fue, en todo momento, un auto exiliado, un disidente político (aunque a él no le gustase tal denominación), y que con ello forjó una personalidad en el silencio, en un ostracismo impersonal; porque él, a pesar de su rostro adusto, no se llenaba de odio, quizá sí de la incomprensión, de la estupidez humana, probablemente se burlaba cada día de lo estólido del mundo, de las náuseas que le provocaban lo grotesco, lo absurdo y tal vez los resentimientos o sus remordimientos. Sus libros y notas descansan en Brno, su ciudad natal, en una biblioteca pública, pero el resto de cosas él mismo las hizo confeti, las eliminó.
Su primera novela, La broma (1967) es una mordaz, inteligente y valiente crítica, tanto política como social, al régimen imperante en Checoslovaquia. Le siguieron La vida está en otra parte (1969), La despedida (1973), El libro de la risa y el olvido (1981) obra por la que le retiraron la ciudadanía checoslovaca al mostrar una crítica abierta al régimen comunista, La insoportable levedad del ser (1984) que además de la portentosa poética de su título y que lo lanzara al éxito mundial es considerada por muchos como su obra más sobresaliente y una auténtica obra maestra de la narrativa debido al manejo tan preciso que hizo de la sutilidad en el lenguaje, a la que le siguió La inmortalidad (1990) su última novela en lengua checa. A partir de 1993 escribió exclusivamente en francés, pero independiente a esto, o más bien por esto: escribir con tal calidad en dos lenguas distintas, su legado conlleva novelas que forman parte fundamental de las lecturas recomendables en cualquier parte del mundo.
Se exilió en Francia desde 1975 y jamás se reconcilió del todo con su patria original. Vivió en algunos barrios de París donde fue un transeúnte habitual y reconocible. Desde donde escribió, ya en francés, La lentitud (La Lenteur, 1994), La identidad (L’Identité, 1998) y La ignorancia (L’Ignorance, 2000). Finalmente, publicaría su última novela: La fiesta de la insignificancia (La fête de l’insignifiance, 2014).
Escribió también en otros géneros y subgéneros literarios, sus relatos contenidos en El libro de los amores ridículos es una joya al divertimento erótico y la comicidad intelectual. Sus obras incluyen teatro, poesía y ensayo, de estos últimos tengo la fortuna de poseer El arte de la novela (1986) siete ensayos reunidos traducidos al español.
Su obra narrativa formó una crítica inteligente y valiente al estalinismo checo, el régimen totalitario y opresor en que vivió la primera mitad de su vida y eso le costó el exilio —una tristeza, me parece, de la que nunca se pudo aliviar— sin que lo anterior menguara su altísima calidad literaria tal y como lo demostró a lo largo de su existencia. Fue más bien ese entorno el que detonó y configuró el carácter de sus personajes, porque, como se sabe, los factores medioambientales de los creadores son determinantes para su quehacer artístico posterior.
Kundera logró lo que los grandes escritores consiguen: crear un estilo tan propio que todas sus obras terminan formando parte de un mismo universo. Halló una voz poderosa con la que forjó una literatura culta, se convirtió en un intelectual europeo, en un referente literario de un mundo extraño, el que habitaban sus personajes, la sociedad y él mismo, emanados todos de una ambigüedad entre el comunismo y el cosmopolitismo en pugna entre la Europa del Este y la de Occidente.
El paisaje de que nos habla es el de las emociones humanas, la vida social queda supeditada al pensamiento, todo pertenece a un lenguaje depurado, preciso, la escritura de Kundera es un ejercicio de
inteligencia, de orfebrería, para detenerse a hilvanar todos los detalles con la calma de un verdadero maestro de la palabra, su escritura se puede definir como la paciencia acelerada de un observador agudo.
Porque sus historias —y como precisión debiéramos pensar en sus personajes—, son la posibilidad de ser todos nosotros, ya sea por nostalgia, por idealismo o porque nos trastoca en alguna parte profunda.
Sigo esperando que pronto nos sorprenderá con alguna novela inédita, quizá su última travesura literaria y entonces correremos a conocerla, para sentirlo cerca, como siempre, como el hombre inmortal que es porque nos legó una parte de la literatura que no morirá jamás.

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