sábado 11, octubre, 2025

CAPITALES

Francisco Treviño Aguirre

El marketing político que transforma campañas en confianza

La política moderna dejó de ser una temporada de campañas para convertirse en un flujo permanente de comunicación estratégica. El juego global se resume en tres verbos: encuadrar, movilizar, sostener. Encuadrar es fijar el mensaje simple que organice todo lo demás; movilizar es convertir la atención en acción; sostener es gobernar comunicando con consistencia, incluso cuando no hay “noticias”. En ese triángulo se reconfiguran presupuestos, formatos y equipos. El marketing político exitoso, en cualquier latitud, opera como una orquesta: narrativa, datos y operación territorial sincronizados, con una métrica calendarizada.

Primero la narrativa, después el plan de medios. La era de los mensajes kilométricos terminó; mandar el mensaje breve, memorable y demostrable en clips de treinta segundos. La forma dejó de ser un detalle estético: el video vertical es la nueva plaza pública y el teléfono, la tribuna portátil. La estrategia efectiva define un arco argumental, origen, problema, solución, prueba, y lo desdobla en pequeñas historias que caben en la rutina diaria de la gente. El lenguaje es directo, la estética es nativa de plataforma, la cadencia es alta y la promesa es verificable. Sin esta arquitectura, cualquier presupuesto se evapora en impresiones frías y métricas vanidosas.

El segundo pilar es la capa de datos al servicio de la persuasión ética. No se trata de espiar; se trata de observar con disciplina. La segmentación que funciona no persigue rasgos sensibles, sino contextos: geografía, intereses declarados, momentos del día, conversaciones públicas, necesidades de cada territorio. La creatividad se prueba y se mejora como si fuera un producto tecnológico: se prueban titulares, ritmos, duraciones, llamadas a la acción. La compra de medios deja de ser una apuesta ciega y se convierte en un tablero de experimentos controlados. La métrica clave no son las vistas sino el incremento real en alcance, recuerdo, intención y asistencia. El objetivo final no es ganar la conversación, sino ganar la jornada electoral y luego sostener la gobernabilidad.

El tercer pilar es la operación. Las campañas profesionales montan un “cuarto de guerra” que opera 24/7: monitorea temas, corrige desviaciones, genera creatividad en horas, alimenta con argumentos y datos, y activa protocolos contra la desinformación. La velocidad importa, pero la coherencia importa más: responder no es reaccionar, es reafirmar el encuadre propio con hechos verificables y tono firme. La logística del territorio: formación de cuadros, calendarización de eventos, registro y contacto post evento, se gestiona como una cadena de suministro de atención: lo que empieza en un video acaba en una mano levantada, y lo que ocurre en una colonia regresa a la nube en forma de testimonio y prueba.

“Gobernar comunicando” ya no es un eslogan; es un método. Las figuras que comprenden esto mantienen un ritual informativo constante: informes periódicos, testimonios ciudadanos, métricas de avance y ventanas de rendición de cuentas traducidas a formatos simples. En lugar de perseguir la coyuntura, crean la agenda con hitos predecibles: lunes de resultados, miércoles de obra pública, viernes de ferias de empleo. Esa gramática convierte el gobierno en una narrativa en marcha, reduce la dependencia de terceros para legitimar logros y protege el capital político ante crisis inevitables. La transparencia se vuelve un producto comunicable: corto, verificable, compartible.

Hay una verdad incómoda: la creatividad sin orden es ruido caro; la disciplina sin creatividad es silencio inútil. De ahí surge un marco operativo simple y exigente. Uno, mensajes y símbolos antes que pauta: si el mensaje no cabe en diez palabras, no está listo. Dos, producción modular y diaria: una sesión de cámara rinde para una semana si se planifica con guiones y videos cortos. Tres, distribución con objetivos precisos: alcance incremental donde falte reconocimiento, frecuencia donde haya intención tibia, conversión donde exista base movilizable. Cuatro, medición útil: minutos vistos, alcance neto, costo por asistencia, crecimiento de voluntariado activo, tiempo de respuesta a crisis, cumplimiento regulatorio. Cinco, mejora continua: se documenta lo que funciona, se replica lo que rinde.

Hoy por hoy, el marketing político que mira al futuro asume que toda comunicación es una promesa con auditoría. De ahí, que el verdadero diferenciador no es un truco creativo ni una táctica de moda, sino la combinación entre una narrativa clara, una ejecución obsesiva por la calidad y una gobernanza de datos y procesos que aguante la presión del día a día. No hay atajos: se siembra atención, se cultiva confianza y se cosecha legitimidad. Cuando el discurso se vuelve hábito informativo, la audiencia lo busca para enterarse qué sigue.

X:@pacotrevinoa

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