miércoles 20, agosto, 2025

CAPITALES

Francisco Treviño Aguirre

El Plan Estratégico de PEMEX, entre la soberanía y la deuda eterna

El Plan Estratégico de PEMEX 2025-2035 puede parecer, a primera vista, otro documento técnico: tablas, cifras, proyecciones y un catálogo de líneas de acción. Sin embargo, en su contenido se descubre que lo que está en juego es mucho más que el futuro de una empresa: hablamos de la soberanía energética de México, la estabilidad de las finanzas públicas y la viabilidad de un modelo de desarrollo que, pese a los cambios globales, sigue atado al petróleo como ancla histórica.

Porque PEMEX no es una compañía cualquiera. Es el pilar que durante décadas financió gran parte del gasto público, la empresa que todavía aporta más del 6% de los ingresos presupuestarios del país y que mantiene más de 124 mil trabajadores. Pero también es la petrolera más endeudada del planeta: arrastra pasivos cercanos a los 100 mil millones de dólares y ha sido rescatada una y otra vez con dinero público. En otras palabras, es símbolo de orgullo y de carga al mismo tiempo. El nuevo plan promete un PEMEX más eficiente, sostenible y con finanzas más sanas. Pero la pregunta incómoda persiste: ¿estamos frente a un cambio estratégico de fondo o simplemente ante un remiendo más disfrazado de plan estratégico?

El documento señala, como es una constante en los gobiernos de la 4T, de 36 años de políticas neoliberales que dejaron a la empresa debilitada, con infraestructura obsoleta, reservas insuficientes y cadenas de valor con poca rentabilidad. Durante el sexenio de Andrés Manuel López Obrador llegó la primera fase del “rescate”: mayor inversión pública, rehabilitación de refinerías, la compra de Deer Park en Texas y la construcción de la refinería de Dos Bocas en Tabasco. El objetivo era claro: recuperar la autosuficiencia en combustibles y contener la dependencia de importaciones. Ahora, el plan se vuelve más ambicioso. La propuesta es rediseñar PEMEX como empresa pública del Estado, simplificar su régimen fiscal y reintegrar todas sus subsidiarias en una sola estructura, eliminando la fragmentación de los últimos veinte años. El discurso suena atractivo: menos burocracia, más soberanía. Pero bajo esa narrativa resurge el dilema de que si es posible realmente rescatar una empresa que parece condenada a cargar eternamente con su deuda.

El plan señala lo obvio: los campos petroleros de PEMEX se están agotando y muchos ya se encuentran en declinación. Para sostener la producción es indispensable reponer reservas al mismo ritmo en que se extraen. En los últimos años, la tasa de restitución integral de reservas probadas (1P) se ha mantenido alrededor del 110%, lo que asegura un horizonte de 8.5 años de producción a los niveles actuales. Pero el futuro está en lugares más complejos: yacimientos no convencionales y aguas profundas del Golfo de México. Explorar ahí es costoso, arriesgado y exige tecnología con a que PEMEX no cuenta actualmente. Por ello, el plan contempla recurrir a llevar a cabo asociaciones estratégicas con empresas privadas, un giro pragmático que rompe parcialmente con la narrativa nacionalista. Se reafirma la soberanía, pero al mismo tiempo se reconoce que sin capital externo la exploración y explotación de nuevas fronteras petroleras es casi imposible.

El gran dilema es, sin duda, el gas natural. En 2024, México importó el 74% del gas que consume, principalmente de Estados Unidos. Esta dependencia no solo minimiza la seguridad energética, también nos ata a la volatilidad geopolítica de nuestro vecino del norte. El plan busca reforzar la producción en cuencas como Ixachi, Quesqui, Lakach y Burgos, pero la brecha es enorme: producimos menos de 4,000 millones de pies cúbicos diarios, mientras importamos más de 6,600. Pensar en cerrar esa distancia en una década parece más un acto de fe que una meta realista.

En el aspecto financiero, se busca aligerar la carga de pasivos con apoyo del gobierno federal y un régimen fiscal simplificado que libere recursos para la inversión productiva. El mensaje es optimista, PEMEX dejará de ser un barril sin fondo para transformarse en una empresa rentable. Pero detrás del discurso se esconde la realidad de que sin inyecciones continuas de capital público, PEMEX difícilmente podrá cumplir sus compromisos. El rescate seguirá existiendo, aunque disfrazado de reestructuración ordenada.

Hoy por hoy, El Plan Estratégico 2025-2035 es ambicioso, detallado y en varios aspectos realista. Reconoce la necesidad de inversión privada, fortalece la refinación y la petroquímica, e intenta recuperar terreno en el gas natural. Sin embargo, está lleno de contradicciones, habla de transición energética, pero sigue anclado al petróleo; promete soberanía, pero depende del gas importado; defiende la rentabilidad, pero continúa necesitando rescates fiscales.

En el fondo, este plan refleja la tensión que atraviesa el País: queremos ser modernos, pero no estamos dispuestos a soltar al viejo recurso que aún sostiene al Estado. La gran incógnita no es cómo rescatar a PEMEX, sino si debemos seguir haciéndolo a cualquier costo. Porque, tal vez, el verdadero dilema no sea energético ni financiero, sino histórico: decidir si el petróleo seguirá marcando nuestro destino o si, de una vez por todas, nos atrevemos a escribir un capítulo nuevo.

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