lunes 19, mayo, 2025

CAPITALES

Francisco Treviño Aguirre

Entre el sol y la sombra: el dilema renovable de México

​​México posee uno de los potenciales más vastos del continente para transformarse en una potencia de energía renovable. La geografía le ha regalado sol, viento, agua y calor del subsuelo, todos los elementos necesarios para edificar una matriz energética limpia, resiliente y de largo plazo. Sin embargo, persiste una paradoja: ¿por qué, teniendo todo, no hemos dado el salto que el mundo ya exige? La respuesta es compleja, y se halla entre legislaciones recientes, inercias institucionales, desconfianza inversionista y una lógica centralizadora que hoy domina la política energética del país.

De acuerdo con el Balance Nacional de Energía 2023, México generó un 31.3% de su electricidad a partir de fuentes limpias. Aunque representa un progreso respecto a años anteriores, esta cifra todavía es insuficiente para cumplir los compromisos internacionales del país y queda corta frente al potencial que tenemos. La energía solar en el norte, la eólica en Oaxaca, la geotermia en Jalisco o Puebla, la biomasa en el sur y las pequeñas hidroeléctricas en Chiapas y Veracruz son solo algunos ejemplos de oportunidades subexplotadas. La capacidad instalada actual en energías limpias supera los 32,000 MW, pero su desarrollo se ha estancado por múltiples factores, entre ellos, la inseguridad jurídica y el freno a nuevos permisos de interconexión.

La reciente publicación de las leyes secundarias de la reforma energética 2025 fortalece el papel de la Comisión Federal de Electricidad (CFE) como operador dominante del sistema. La empresa estatal ahora concentra de forma prioritaria las decisiones sobre generación, transmisión y comercialización eléctrica, bajo el argumento de garantizar soberanía energética y justicia social. ¿El problema? Esta reconfiguración del sector, aunque legítima desde una lógica nacionalista, ha generado incertidumbre entre potenciales inversionistas, quienes ahora deben aliarse con la CFE para poder desarrollar proyectos. En teoría, el modelo mixto es viable. En la práctica, el exceso de burocracia, la falta de lineamientos claros y los procesos opacos ahuyentan el capital privado nacional e internacional.

Paradójicamente, en el mismo marco restrictivo yace una oportunidad. El gobierno federal ha anunciado más de 22,000 millones de dólares en inversiones para ampliar la capacidad de generación, principalmente en energías limpias. Esta expansión contempla más de 22,000 MW nuevos, gran parte a instalarse en estados con condiciones óptimas como Sonora, Chihuahua, Oaxaca, Tamaulipas y Veracruz. Además, el crecimiento de la generación distribuida, que conforman los paneles solares en techos industriales y residenciales, ha abierto una vía descentralizada de acceso a energías limpias. Este segmento, que ya suma más de 400,000 contratos, puede ser una vía poderosa de democratización energética si se simplifican los trámites y se garantizan precios justos para los excedentes inyectados a la red.

Mientras se habla de transición energética, el sistema nacional aún arrastra pérdidas superiores al 10% por fraudes, corrupción y conexiones ilegales. Más de 500,000 hogares carecen de electricidad confiable, principalmente en zonas rurales e indígenas. Y los apagones, cada vez más frecuentes en estados industriales, reflejan una red de transmisión insuficiente con falta de mantenimiento. El resultado es una contradicción inaceptable: México genera energía que no puede distribuir adecuadamente, y posee recursos renovables que no logra transformar en electricidad útil por falta de infraestructura y visión operativa. El sistema, en muchos casos, está diseñado para fallar.

Hoy por hoy, México no tiene una década para pensarlo. El mundo se mueve rápido hacia la descarbonización. Europa apuesta por el hidrógeno verde, Estados Unidos subvenciona energías limpias a gran escala, y China instala un parque solar cada semana. Aquí, seguimos debatiendo si la CFE debe ser juez y parte, si las asociaciones privadas son un riesgo o una solución, y si los permisos son barreras técnicas o instrumentos de control político. La pregunta de fondo es: ¿queremos ser una potencia renovable, o solo parecerlo en los discursos oficiales? Porque mientras el sol brilla con fuerza en el desierto de Sonora, y el viento sacude las montañas de Oaxaca, la oportunidad no espera, y si México no se conecta pronto al futuro, terminará pagando una factura que no podrá cubrir ni con petróleo ni con discursos.

X:@pacotrevinoa

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