lunes 7, abril, 2025

CAPITALES

Francisco Treviño Aguirre

Aranceles universales: ¿un golpe al comercio o una oportunidad para México?

​La historia económica de México está íntimamente entrelazada con la de su vecino del norte. Desde la firma del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) hasta su renovación como T-MEC, la economía mexicana ha crecido al amparo, y muchas veces a la sombra, de los Estados Unidos. Sin embargo, con el regreso al escenario político del presidente Trump y su renovada retórica proteccionista, esta relación vuelve a tensarse hasta límites peligrosos. La reciente amenaza de imponer aranceles universales del 10% a todas las importaciones hacia Estados Unidos, y aranceles más altos a países con superávits comerciales como México y China, representa mucho más que una táctica de campaña electoral: es una declaración de guerra económica.

La interdependencia entre ambas economías es brutalmente asimétrica: mientras que para Estados Unidos México representa uno de varios socios comerciales, para México el mercado estadounidense es casi una línea de vida. En 2023, el comercio bilateral superó los 780 mil millones de dólares. Cualquier alteración en esa dinámica puede tener consecuencias devastadoras para el crecimiento, el empleo, la estabilidad monetaria y la inversión extranjera directa.

Desde una perspectiva puramente económica, los aranceles representan una distorsión del mercado. Se introducen con la intención de proteger a ciertas industrias nacionales, pero terminan generando encarecimiento de productos, represalias comerciales y reducción en la competitividad internacional. No obstante, para Trump los aranceles no son una herramienta técnica, sino simbólica. Representan su narrativa política: la defensa del trabajador estadounidense, el castigo a gobiernos “abusivos” y la reconfiguración de las cadenas de suministro globales para favorecer a EUA.

De acuerdo con los análisis más recientes de Moody’s y la OCDE, de materializarse estas medidas arancelarias, el golpe para México sería considerable. Moody’s estima que el crecimiento económico podría reducirse hasta un 0.6% en 2025, mientras que la OCDE advierte una posible contracción del PIB de 1.3% en ese mismo año, seguida de otro descenso del 0.6% en 2026. Para un país que ya enfrenta desafíos internos como inseguridad, migración, debilidad institucional y presión fiscal, este escenario sería especialmente dañino.

A diferencia de la guerra comercial que Trump libró con China entre 2018 y 2020, el impacto de aranceles contra México es más directo e inmediato, debido a la cercanía geográfica y la integración productiva entre ambos países. Gran parte de las exportaciones mexicanas son bienes intermedios que forman parte de cadenas de valor en sectores estratégicos como la industria automotriz, aeroespacial, electrónica y manufacturera. En otras palabras, imponer aranceles a México es como ponerle impuestos al propio sistema productivo estadounidense.

México se enfrenta ahora a un dilema geoeconómico: ¿seguir siendo el socio complaciente de EUA aceptando sus reglas, aunque sean lesivas, o comenzar una transformación estructural hacia una economía más autónoma y diversificada? La respuesta, como suele suceder, no es sencilla. El modelo de inserción económica de México se ha construido en función del acceso privilegiado al mercado norteamericano. Del total de las exportaciones de México, más del 80% tienen como destino Estados Unidos.

Frente a esta realidad, el gabinete económico de la presidenta Claudia Sheinbaum ha lanzado señales mixtas. Por un lado, se ha buscado mantener un canal diplomático abierto con Washington, resaltando el papel de México en la contención migratoria y en la lucha contra el crimen organizado. Por otro, no se descartan medidas de represalia arancelaria en caso de que las tarifas estadounidenses se vuelvan efectivas. Pero la verdad incómoda es que México no tiene el mismo poder para contender en el terreno comercial.

Sin embargo, como bien saben los expertos económicos, las crisis son también oportunidades. Esta coyuntura, por dramática que parezca, puede ser el catalizador que México necesita para rediseñar su modelo económico. Diversificar exportaciones, establecer alianzas con Asia y Europa, fortalecer el mercado interno y fomentar sectores de alto valor agregado como la biotecnología, inteligencia artificial y energías limpias, son caminos viables si se acompañan de políticas públicas coherentes. Las empresas internacionales buscan entornos estables, jurídicamente sólidos y con infraestructura adecuada. Si México logra ofrecer ese paquete, podría atraer inversiones incluso si los aranceles encarecen el acceso al mercado estadounidense. Pero para ello necesita más que buena voluntad: requiere reformas profundas, seguridad jurídica, respeto al Estado de derecho y una visión de largo plazo.

Hoy por hoy, la amenaza arancelaria de Trump es más que un problema económico: es un síntoma de la fragilidad de nuestra soberanía comercial. Mientras México siga dependiendo casi exclusivamente del mercado estadounidense, seguirá siendo vulnerable a los caprichos políticos del inquilino de la Casa Blanca. Y si ese inquilino es alguien dispuesto a sacrificar el multilateralismo, la diplomacia y la lógica económica en favor de su narrativa nacionalista, el precio que México paga por esa dependencia puede ser demasiado alto. Tal vez ha llegado el momento de que México deje de actuar como el vecino obediente y empiece a comportarse como una nación con dignidad económica. Porque a veces, defender los propios intereses implica correr riesgos. Y a veces, la neutralidad es otra forma de sumisión. Como dijera Honoré de Balzac “La resignación es un suicidio cotidiano”. Y en el terreno económico, ya hemos muerto demasiadas veces.

X:@pacotrevinoa

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