Federico Berrueto
Por primera vez en la historia contemporánea de México los partidos no serán los articuladores de la voluntad ciudadana. El oficialismo no tiene partido, sino un movimiento construido para llevar a Andrés Manuel López Obrador a la presidencia y una vez cumplido el cometido su tarea ha sido la de acompañarlo. Morena no dio tránsito hacia su institucionalización, continúa siendo un movimiento con una estructura dirigente que no manda y sin identidad ideológica. Tampoco hay un sentido de institucionalización de sus órganos de gobierno o de dirección. Todo está a merced de lo que decida y resuelva el líder moral. Hasta las reglas para seleccionar candidato salieron de él sin aportación de la organización política.
Como suele ser con López Obrador, se cumplen las formas en la medida de las mínimas necesidades legales, pero no para el ejercicio de la política. No hay partido, gobierno ni gabinete. Como bien dice, hay encargos no cargos y las encomiendas presidenciales son un recurrente desdén a las formas y a la ley.
Por su parte, la oposición tampoco opera como partido. La coalición que conforma el Frente Amplio por México significa que los programas de los partidos pasen, al menos para el proceso electoral, a un segundo plano. La asociación del PAN con el PRI, adversarios históricos, significa que se desdibujen los programas y las posturas ideológicas fundamentales. Xóchitl Gálvez es un buen ejemplo de la manera como los partidos pasan a un segundo plano en sus posturas y planteamientos. Aunque su origen ha sido el PAN y un tanto el PRD, muchos de sus planteamientos están años luz del panismo y, otros, particularmente los económicos, acomodan muy bien en lo que el albiazul ha luchado por generaciones.
El desdibujamiento doctrinario y programático de los partidos viene de tiempo atrás, pero ahora es más evidente y con mayor impacto. Incluso, muchos dan por válido que la identidad política de la coalición encabezada por Morena es la misma de López Obrador; sin embargo, al menos tres dudas se plantean: primera, ¿cómo juzgar al líder Moral, por lo que dice o por lo que hace, que es igual a por las intenciones o por los resultados?; segunda, mucho de su actuar y de sus planteamientos como forma de ejercer poder y hacer política es su sello personal; por lo mismo irrepetible, por ejemplo, las mañaneras no tendrían continuidad y la manera desparpajada, agresiva y de recurrente confrontación no resiste su reiteración, especialmente si quien gobierna no cuenta con el respaldo parlamentario, mediático y de sometimiento de los factores de poder. Tercero, la fatiga del proceso obradorista: las finanzas públicas, el insostenible deterioro de la seguridad y el agotamiento emocional de la población imposibilitan continuar con la polarización como fórmula de ejercicio unilateral y autoritario del poder.
El Frente Amplio por México acusa la mayor de las ambigüedades, incluso en sus propias propuestas inicio. La aportación ciudadana, valiosa para la construcción de un proceso ciudadanizado de selección de candidato presidencial ha perdido impulso. La idea de gobierno de coalición pasó al cajón del olvido o de la omisión. Se supone que hay grupos de trabajo elaborando una oferta política de largos alcances y sólidas bases a partir de la indiscutible experiencia de sus coordinadores, pero con eso no se ganan votos; además, deja fuera el tema del gobierno de coalición, una experiencia única que se supone que debe ir más allá que el de la convergencia de los tres partidos. Se trata de una propuesta inédita de encuentro de la política, del gobierno y de la representación con la sociedad civil.
En el mundo del espectáculo es natural que la atención se centre en las celebridades de la política, especialmente en el presidente y en quienes aspiran a sucederle. Sin embargo, la realidad obliga a privilegiar el proyecto político hacia delante, de varias coordenadas a resolver que deben ser los referentes de los programas políticos en competencia, como es cambiar el modelo de gobierno democrático que surgió de la transición política del siglo pasado. Entraña, a su vez, una revaloración de la vigencia, al menos aspiracional, de las libertades políticas, de una autoridad sujeta a contrapesos y al escrutinio público e institucional y a la transparencia. No menos relevante es si habrá de continuar la misma visión y respuesta al crimen organizado y a la militarización de la vida pública.