domingo 24, noviembre, 2024

Ay Torreón nos calas hasta la médula

 

Texto perteneciente a mi libro «Historias de Actores» (un recorrido por el mundo teatral y cinematográfico)

 

Raúl Adalid Sainz

Ayer fue uno de esos días en que uno frena el acelerado carro de la vida, y vuelves a mirar la senda que dio el origen de todo. Ayer fui a Coyoacán del DF y vi a mi amigo lagunero, el actor Jorge De los Reyes. Nuestra plática sin querer fue a deambular por las imágenes de Torreón. «¿A dónde vamos a tomar un café?», nos preguntábamos, dada la amplia oferta en cuanto a cafés se refiere en el hermoso barrio. Fuimos a tomarnos un «mokita», ese tradicional de «El Jarocho». Ahí sentados en esas sillas de plástico que han colocado en la banqueta.

 

Jorge, de repente recordó el famoso «Teatráiler» de Torreón. Sí, aquel maravilloso tráiler que se convertía en escenario teatral, con sus camerinos y aparato lumínico. Andaba por las colonias populares de La Laguna, por ejidos, y llegó a ir a una muestra teatral en Jalapa, Veracruz. 

Todo esto por los años ochenta en aquella maravillosa gestión cultural en el «Teatro Isauro Martínez», por la señora Sonia Salum. Una lagunera entusiasta, llena de carisma y saber, una verdadera promotora cultural que dio mucho a su región comarcana. «¿Cuando ibas de vacaciones a Torreón no te impresionó el teatráiler?», me preguntaba entusiasta Jorge, sorbiendo su caliente y cacao café. 

«Sí, mucho», contesté convencido. Los dos conveníamos que para esos años ese tráiler era una maravilla de innovación. Amén de sus dotes técnicos, era la labor educativa que se ofrecía ahí, lo fundamental. 

Muchas personas, actores, directores escénicos, escenógrafos, bailarines, iluminadores y técnicos teatrales ofrendaban su trabajo, que además era entusiasta y lleno de sabia vital. Ahí recuerdo que llegó a dirigir obras el gran e inolvidable Rogelio Luévano, con su equipo de actores llamado: «El Grupo Estable del Teatro Martínez». 

Su querida compañera talentosa, la coreógrafa y directora Nora Manneck, hacía la dirección corporal de los espectáculos. Toda una época de siembra y frutos. De compartición educativa-cultural con el pueblo. La pregunta a contestar es: ¿Dónde quedó ese teatráiler? ¿Por qué se dejó de hacer esa enriquecedora labor, que tanto bien traía a la sociedad lagunera? La respuesta probablemente traería la ignominia de los responsables. De todos por permitir la desaparición de tan importante herramienta de trabajo en pro del crecimiento del ser humano.

Las manecillas corrían despacio en esa charla que daba lugar al despertar, a la llama que incendió todo. Al llamado del teatro en vocación, en aquel Teatro Mayrán, donde una noche vi «Luz de Gas», dirigida por el subyugante Rogelio Luévano. 

La magia de la obra, los latidos provocados, el misterio del escenario, la fiesta en el foyer, los personajes, todo era una noche digna de una cinta dirigida por Fellini y en La Laguna. 

«Qué bonito», decía Jorge, «aquello era como el «Satiricón». Soltamos la carcajada por la puntada. Ahí reviví la presencia del escritor Pancho Amparán, de Sonia Salum, de Rogelio, de Carmen Moreno, de Miguel Valenzuela, de Enrique Esquivel, de Ciro Alvarado, de tanta gente que profesaba un verbo: ¡Libertad!

Pasábamos revista y era obligado recordar al brillante director teatral Jorge Méndez. Inspirador de tanto teatro y de tantos actores laguneros. Jorge que tanto hizo con el teatro por colonias humildes, dando con el arte escénico, una posibilidad de vida a muchachos con problemas económicos y con dificultades de salud por la droga y el alcohol.

Jorge De los Reyes recordaba la gran planta técnica de trabajadores del Teatro Isauro Martínez. Recordó el talento de «Chacho» y del iluminador Jorge Chávez.

Nuestra mirada vino al DF a la formación profesional. Vino el enorme recuerdo a la «Facultad de Filosofía y Letras de La UNAM», y al «Centro Universitario de Teatro». A los grandes maestros: José Luis Ibáñez, Raúl Zermeño, Gilberto Guerrero, Héctor Mendoza, Claudio Obregón, esos que nos conminaron al saber, al quitarnos lo naco, así como decía el querido jefe Raúl Zermeño.

Sí, es bueno detener el carro y ver y reconocer lo que tanta gente hizo por uno. Es bueno volver al origen para ver qué se ha ganado, qué se ha perdido, en qué se ha detenido el proceso de seguir viviendo en el saber y en el dar. Qué has perdido y ganado como profesional, y sobre todo, como ser humano.

Sí, es bueno profesar con un amigo el verbo, CONVERSAR, ASÍ CON MAYÚSCULAS, esa capacidad que el ser humano contemporáneo ha olvidado en aras de la desmesurada prisa y del stress, de la locura por obtener lo material. El ser preso del tiempo ha olvidado el abrir las maletas del alma y poder pasar minutos, horas, que enriquecen las alforjas del alma. Ayer mucha gente volvió a vivir, muchos grandes instantes cobraron nuevo sentido. Ayer Torreón volvió a latir en la inmensidad, un Torreón que quizá lo soñamos de tan bello y entrañable.

Gracias Jorge, gracias vida, porque aún los instantes pueden ser de enorme contenido en el sólo compartir de alma a alma.

 

Raúl Adalid Sainz, en algún lugar de México Tenochtitlan

 

Compartir en: