Porfirio Muñoz Ledo, un intelectual antipresidencialista
Rubén Olvera
¿Qué me hizo reconocer a Porfirio Muñoz Ledo como un intelectual de la política?
¿Y por qué llamarlo antipresidencialista?
En 1999 tuve la oportunidad de presenciar una plática de Muñoz Ledo. Tiempo después, gracias a una antigua entrevista del filósofo Jean-Paul Sartre, llegué a la conclusión de que Porfirio no era un político ordinario.
Sartre distinguía a los intelectuales de los científicos, sosteniendo que los primeros asumen una postura crítica hacia las implicaciones sociales de sus propios descubrimientos o los de otros investigadores.
El pensador francés afirmó que la razón por la que un científico nuclear es considerado un intelectual no es gracias a sus investigaciones, sino porque es conciente y denuncia que sus hallazgos podrían desencadenar una guerra atómica con graves consecuencias para la humanidad.
Entonces comprendí que Porfirio Muñoz Ledo era más que un científico, pues a pesar de su profundo conocimiento de las teorías del Estado y el desarrollo democrático, su oposición al sistema presidencialista (entendido como el poder preponderante del presidente sobre los otros poderes) y su determinación para denunciar las contradicciones del sistema, lo acercaban más a lo que Sartre describió como un intelectual.
En aquel momento, Porfirio Muñoz Ledo se desempeñaba como diputado federal del PRD. Eran tiempos en los que la idea de cambio dominaba las discusiones políticas. El antiguo régimen priísta estaba llegando a su fin.
Se acercaban las elecciones, y aunque inicialmente Muñoz Ledo se postuló como candidato presidencial del PARM, su convicción en la transición lo llevó a tomar una postura política y declinar por Vicente Fox.
En esa conversación de 1999, el politólogo y gran polemista asumió una postura ética en contra de los excesos del presidencialismo, sin ocultar su admiración por los sistemas parlamentarios europeos.
Recuerdo que cuando uno de los asistentes expresó su apoyo al sistema presidencial, los partidarios de Muñoz Ledo se manifestaron en contra, porque creían que la transición debería conducir a un sistema parlamentario que consideraban más apropiado.
La reacción de Porfirio Muñoz Ledo, sin embargo, fue impactante. Con esa claridad y contundencia que lo caracterizaba, puso orden en la conversación: “Este es un falso debate”, dijo categórico. Quienes creíamos que el legislador simpatizaba con los sistemas parlamentarios quedamos brevemente sorprendidos.
A riesgo de que la memoria me falle, parafraseo algunas de sus palabras: “No se trata de reemplazar un modelo de gobierno por otro o de descalificar las insuficiencias del sistema presidencial a la luz de las bondades del parlamentario.
La reforma del Estado es una tarea gradual. Primero, se deben encontrar los mecanismos legales y políticos que limiten el poder del presidente. Porque han sido las facultades metaconstitucionales y los rasgos dictatoriales del gobernante en turno, los que han causado terribles consecuencias para la democracia”.
Manteniendo su postura política, intensificó su crítica a través del prisma intelectual: “Un cambio de partido no es suficiente para limitar al presidencialismo.
Debemos asegurar, en primer lugar, una auténtica división de poderes. La transición es el comienzo del difícil camino hacia la democratización. Corresponde también tener el mayor de los cuidados, porque en ocasiones se pueden cometer errores y exabruptos al amparo de la democracia”.
Aquella mañana del verano de 1999, Porfirio Muñoz Ledo pronunció palabras que predijeron acontecimientos venideros. Claramente, su postura no era a favor del sistema parlamentario sino contraria al régimen presidencialista que, como él lo pronosticó, buscaría rejuvenecer.
¡Demócrata siempre, Porfirio!
(Esta columna es una adaptación de la publicada por el autor en mayo de 2020).