La sombra del caudillo: más actual que nunca
Rubén Olvera
Al escritor y periodista chihuahuense Martín Luis Guzmán, autor de “La sombra del caudillo”, le debemos una de las narrativas más representativas del lenguaje político que envuelve a la sucesión presidencial en México desde la época posrevolucionaria.
A finales de la década de 1920, la prensa y los círculos políticos barajaban dos nombres para suceder al caudillo. Ignacio Aguirre e Hilario Ramírez. El primero se desempeñaba como Secretario de Guerra, su oponente tenía a su cargo la Secretaría de Gobernación.
En una entrevista, Martín Luis Guzmán esbozó algunas similitudes entre los personajes del texto publicado en 1930 y las figuras políticas reales que definirían la sucesión presidencial de 1928. Ignacio Aguirre fue un cruce entre Adolfo de la Huerta y el general Francisco Serrano. El personaje de Hilario Ramírez, se acerca mucho a la imagen de Plutarco Elías Calles. Respecto al caudillo, no podría ser otro que el general Álvaro Obregón.
En 1960, Julio Bracho dirigió la película del mismo nombre. Ignacio Aguirre es magistralmente interpretado por Tito Junco. Ignacio López Tarso encarnó a Hilario Ramírez.
Para impresionar a los dos líderes, los políticos militares siguieron un procedimiento cuidadosamente ensayado. Con esto esperaban que el elegido los distinguiera con su amistad y les concediera favores políticos mientras ejerciera la presidencia.
Vestidos con el uniforme de gala y luciendo sus condecoraciones, los jefes militares acudieron a la oficina del ministro de Guerra y pronunciaron frases como: “Ya sabe mi general, usted cuenta conmigo para todito lo que se le ofrezca. Soy de los que lo apoyamos con el corazón en la mano, no de los falsos y traidores. Y si alguien le viene con el chisme de que yo ando o hablo con Hilario Jiménez, tómelo a broma; que de hacerlo es tan sólo para no dar a los otros pie por donde puedan sospechar. Ya sabe usted como hay que irse bandeando en esos negocios”.
Luego de su visita a Ignacio Aguirre, se dirigieron a la Secretaría de Gobernación. En presencia de Hilario Jiménez repitieron las mismas palabras, escribe Martín Luis Guzmán.
Nadie sabe, excepto los propios protagonistas, desde cuándo “irse bandeando” se convirtió en una práctica común en la política mexicana. Sin embargo, es fácil imaginar que se “institucionalizó” al inaugurarse el presidencialismo y el tapadismo durante el sexenio del general Lázaro Cárdenas, quien decidió nombrar al general Manuel Ávila Camacho como el candidato a sucederlo.
Si bien el autor atribuye este hábito político a los militares, que por su rol no podían adherirse ostensiblemente a un candidato, lo cierto es que “comportarse con doblez” también se ha utilizado por políticos civiles como táctica para sobrevivir entre sexenios.
Es posible que el público y los analistas no logren distinguir su presencia, pero está allí, incluso en los procesos electorales más recientes, especialmente en el lado oficial, cuando varias figuras de alto perfil aspiran a la presidencia.
Antes de describir el procedimiento seguido por quienes se “bandean”, el autor señala que este se ejecuta en la sombra, con movimientos vacilantes y en ocasiones confusos. Pero al final logran su objetivo: engañar a los dirigentes que luchan por la aprobación del caudillo.
Aunque el tiempo ha pasado y la política mexicana ha cambiado, el libro y la película “La sombra del caudillo” siguen vigentes. Les puedo asegurar que al profundizar en la obra, se familiarizarán con los movimientos de algunos políticos de la actualidad. ¡Ah, y no pasen por alto el poder del caudillo, porque él está en todas partes!