viernes 14, noviembre, 2025

AVISO DE CURVA

Rubén Olvera

Bolivia, transición e ideología

Con el arribo de Rodrigo Paz a la presidencia de Bolivia terminaron casi veinte años de gobiernos de izquierda. Y el derechista llegó con la espada desenvainada. Al jurar ante la Asamblea, afirmó que recibía un país en ruinas y prometió rendición de cuentas. Lanzó además una acusación muy fuerte: señaló a sus antecesores de “traicionar al pueblo”.

El nuevo mandatario trazó un diagnóstico severo de la situación económica del país. Según sus cifras, el MAS dejó pobreza, desempleo, bajos salarios, escasez, deuda, débil crecimiento, ineficiencia administrativa y departamentos y provincias en abandono.

Paz afirmó que las promesas no se cumplieron. Muchas de ellas se sostenían en la bonanza que supuestamente vendría con la explotación del gas y el litio, actividades a las que se destinaron recursos públicos exorbitantes. Incluso soltó una indirecta en la sede del legislativo: “¿Dónde está el litio, Evo?”, en alusión al expresidente Evo Morales, líder del movimiento y principal promotor del químico.

Pero ojo, porque sus palabras apuntan hacia algo más delicado: la salud democrática y el aseguramiento de las libertades. Ha dicho que el Estado se convirtió en instrumento de un partido. Por eso insistió en la necesidad de devolver las instituciones a los bolivianos y democratizar nuevamente a los poderes, incluido el judicial. Se trata, dijo Paz, de que el Estado sirva a los ciudadanos y no al revés.

Creo que en este punto Rodrigo Paz podría ser más cuidadoso. Es cierto que las derechas se llevaron casi todo en las elecciones, pero la llamada “democratización del Estado” difícilmente puede lograrse limitando los cauces de participación política a los opositores. El MAS sigue vivo y es una voz que debe escucharse.

Es el turno de la derecha boliviana para probar que realmente se pueden restablecer los equilibrios y respetar la pluralidad sin repetir los mismos errores que reprochó cuando el MAS cerraba la puerta al diálogo.

Más allá de la confrontación ideológica, lo que atrajo la atención fuera de Bolivia fue la transición misma, sin importar mucho si el giro fue hacia la izquierda o hacia la derecha. Es claro que la comunidad internacional simpatiza más con un péndulo en movimiento que con uno que permanece fijo durante décadas.

De ahí que la mayoría de los análisis que abordan el caso boliviano repitan que los cambios de rumbo oxigenan a las democracias; lo que las debilita son los ciclos prolongados, anclados en un solo modelo y una sola ideología.

Eso fue lo que ocurrió en Bolivia. El MAS jamás intentó reinventarse. Permaneció fiel a su ideología aislacionista cuando el mundo cambiaba con mayor intensidad. El ciclo terminó por agotarse. El relato de prosperidad, a dos décadas, se convirtió en deuda y déficit fiscal.

Mientras que en América Latina sucedía lo contrario. En ese mismo período, países como Argentina, Brasil, Chile e incluso México vivieron, hasta en dos ocasiones, la alternancia.

Bolivia nos deja una lección: cada vez que los dogmas reemplazan a la realidad y a los valores democráticos, terminan volviéndose contra sus defensores. La ideología puede orientar el rumbo, incluso unir voluntades, pero no debe confundirse con el proyecto de una nación.

Por eso, cuando todo falla y el ciclo se agota, vienen las transiciones.

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