Rubén Olvera
Alanís: tradición frente a competencia
A todos sorprendió la noticia de que Alanís, negocio emblemático y enteramente saltillense, cerraría sus cuatro puntos de venta al público.
El popular chicharrón durito —para algunos, el mejor de México— dejará de comprarse, como se hacía desde hace décadas, allí en la calle Zaragoza, en el Centro. Una tradición: pasar por un cuartito recién salido del cazo. El local ya está vacío, con un cartel de “se renta”.
Alanís sigue en pie, nada más que ahora se especializará en la comercialización de sus productos en tiendas de autoservicio. Desaparece la venta directa.
En verdad que este viraje nadie se lo esperaba. La marca Alanís había construido un prestigio y una clientela leal. Todo indicaba que su modelo de negocio podría resistir muchos años más. Tan es así que no hace mucho había instalado nuevos locales para venta. Pero, en un parpadeo, las tiendas cerraron sus puertas.
Los rumores se escuchan por todo Saltillo, como alguna vez se escuchó el crujir de su tradicional chicharrón de cachete. No obstante, a ojos de un buen observador, la razón es solo una: la competencia.
Todas esas versiones que circulan sobre el cierre de Alanís se sintetizan en la voluntad del mercado. Ese mercado que obliga a innovar, reducir costos y elevar la calidad para retener a sus clientes… o desaparecer.
Alanís se encontró frente a la llegada de dos empresas neolonesas, líderes en su región, que ofrecen productos similares a menor precio, con un modelo basado en la calidad y un despliegue publicitario difícil de igualar.
Durante un tiempo, el consumidor tuvo a su alcance las tres opciones. Comparó y terminó inclinándose por los productos del estado vecino. Los chicharrones de esas carnicerías se volvieron irresistibles para los saltillenses.
En asuntos de negocios, si no puedes competir, traslada tus inversiones a otra parte. Eso hizo Alanís: cerró sus tiendas y decidió concentrarse en lo que probablemente es más fuerte. Dejó las ventas minoristas para competir con mayor fuerza en el mercado al por mayor. No fue un cierre definitivo. Fue un cambio estratégico.
No es la primera vez que presenciamos algo como esto en Saltillo. ¿Quién no recuerda al Automercado de las Fuentes? En su momento fue una próspera empresa local, pero hace algunos años también tuvo que cerrar. No pudo competir con las cadenas provenientes de otras regiones.
De hecho, es fácil darse cuenta que las tiendas de autoservicio abundan en Saltillo. La competencia entre ellas es intensa para ofrecer mejores precios y productos. Eso provoca que el consumidor esté más que contento. Una vez más, el mercado se hizo presente.
Para los economistas, la competencia es una bendición: no solo beneficia a los consumidores, que acceden a mejores opciones de compra, sino también a las empresas, pues esa “mano invisible” las reacomoda en donde tienen verdaderas ventajas y pueden ser más rentables.
Otros, en cambio, piensan que cierres como el de las tiendas Alanís, despiertan la nostalgia. Habrá quienes nunca se acostumbren a los productos regios, y preferirán los saltillenses sin importar su precio.
Pero la oferta y la demanda se cuecen aparte. El mercado no se guía por la costumbre, sino por la habilidad para competir. En Saltillo, afortunadamente, sobran los ejemplos de negocios que han sobrevivido a la competencia.
Alanís aprenderá a sobrevivir en su nueva etapa.







