viernes 25, julio, 2025

AVISO DE CURVA

Resistencia

Rubén Olvera

Si algo caracteriza a una sociedad democrática es su terquedad. Terquedad para no callar, para sacudir al poder y al sistema, para tomar las calles e inundar las redes sociales si es necesario. ¿En busca de qué? Nada especial: el cambio.  

Lo vimos con claridad durante la Primavera Árabe y, más recientemente, con el Brexit en el Reino Unido. Acontecimientos dispares, pero con una misma lección: el conformismo no cabe en una sociedad moderna.

Ese activismo intelectual —que incomoda al poder y desafía al statu quo— es una forma de resistencia a “seguir la corriente”, como la llamó Herbert Marcuse.

¿Quién, que se asuma progresista o reformador, podría estar en desacuerdo con el pensador germano-estadounidense? En “El hombre unidimensional”, Marcuse sostenía que la libertad intelectual devuelve al pensamiento su carácter individual, libre y crítico, rescatándolo del adoctrinamiento, la abolición de la opinión pública y la censura.

Un retorno necesario, que debería encontrar tierra fértil en los gobiernos progresistas actuales. Marcuse fue un referente para los movimientos sociales del 68 y siguió siendo guía para la izquierda en tiempos adversos para la crítica social, cuando el neoliberalismo —impulsado por organismos financieros internacionales— intentó imponer su “verdad”.

Aun así, voces progresistas y otras no alineadas lograron abrirse paso entre la maleza que ocultaba el cambio social. Los movimientos ciudadanos y la oposición política supieron comunicar con eficacia sus posturas contra el sistema. La crítica y la libertad de pensamiento despejaron el camino hacia la apertura democrática.

En México, por ejemplo, esas voces sacudieron al sistema en 1988; otras lograron derrotar al partido hegemónico en el 2000; y en 2018, esa misma libertad permitió a la izquierda llegar al poder. ¿Podríamos imaginar esos cambios sin una resistencia intelectual que los antecediera?

Ese impulso encontró en las redes sociales y los medios alternativos una plataforma con libertad inédita para expresarse y organizarse. Alguien las llamó “benditas redes sociales”, reconociendo su impacto en la opinión pública.

Es justo decir, sin embargo, que el activismo digital fue solo una parte, visible desde 2018. Lo que realmente agrietó los muros del poder y abrió paso a la democratización fue la expansión del pensamiento multidimensional, ese escenario que Marcuse dibujaba, al menos en lo político. 

Oposición, sociedad civil e intelectuales —muchos de izquierda— lograron ocupar espacios, pese a las dificultades, en calles, medios e incluso en instituciones del Estado. Desde esos ámbitos impulsaron la creación de organismos ciudadanos para la transparencia, evaluación y organización electoral. En México, el INE (antes IFE) es un ejemplo vivo. Esos actores debatían, señalaban, se movilizaban. En una palabra: resistían.

De ahí una pregunta ineludible: ¿sigue vigente ese empuje crítico ahora que la izquierda gobierna en varios países de América Latina? Pensaríamos que los líderes del 68, o sus herederos, hoy en el poder, llevarían hasta sus últimas consecuencias los postulados de Marcuse, esa luz que los inspiró años atrás. O, al menos, que facilitarían la resistencia que antes se dificultó.

Pero entonces, ¿por qué hoy parece resurgir una resistencia frente a la resistencia? Hay quienes observan señales de censura: cierre de organismos ciudadanos y restricciones a la crítica. Como antaño, circula una “verdad” oficial. Las redes sociales, antes celebradas como aliadas del cambio, se han convertido, de pronto, en adversarias.

Si eso se confirma, entonces Marcuse no murió un 29 de julio de 1979. Sigue muriendo todos los días, decepcionado.

Que viva el gran Herbert Marcuse.

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