Luis Alberto Vázquez Álvarez
“El odio es una ceguera en el descubrimiento del otro: quien odia se encuentra en el reino de la limitación humana que le impide decir “Tú”; esta máxima excepcional del filósofo judío Martin Buber (1878-1965) nos lleva a identificar dos tipos de personas, las agradecidas con la vida que reconocen al otro, aunque no concuerden con su ideología y aquellos privados de ataraxia que les revuelve y exacerba los más bajos instintos reptilianos y los lanza contra sus semejantes.
Uno de los problemas de ética política es la actitud del “Otro que permanece siendo Otro”; aquel que se sustrae a la responsabilidad de los demás; que persiste en un individualismo que infecta a la humana sociedad con una alergia insuperable: “egoísmo”. Ser Yo significa no poder sustraerme a la responsabilidad de ese Otro que se manifiesta; tener como lóbrego escondite una interioridad que ingrata, es incapaz de reconocer valor en los otros. Así surgen esas dos posturas opuestas, veamos ejemplos históricos que afectan a nuestra patria.
20 de julio de 1911; Mausoleo Los Inválidos, París, Francia. Porfirio Díaz recibe la espada de Napoleón Bonaparte, la desenvaina y la regresa apenado diciendo: “No soy digno de ella”. El general francés Gustave Nixon le contestó: “nunca ha estado en mejores manos que las suyas, Señor General”. Y es que el viejo dictador mexicano, mientras en su país se le vilipendiaba y odiaba, era reconocido por todos los jefes de estado europeos y los medios de comunicación lo elogiaban» ¿entonces?
Bajito, rechoncho, debilucho, con pocas luces mentales y hasta sifilítico, así describe un pirata de obras históricas; (oscuro también de apellido) al Hernán Cortés que derrotó a un Cuauhtémoc fuerte, gallardo, inteligente; ¡Vaya pues! A mí los muchísimos que me han vencido en la vida son inteligentes, fuertes, astutos y no participo en Cofradías de Elogios Mutuos.
Otra: “No fueron los mexicanos quienes vencieron a los franceses en Puebla aquel 5 de mayo de 1862; fue el calor, la fiebre y la diarrea”; así pretextaron los conservadores decimonónicos quienes sumaron sus tropas a las francesas aquel día; Desprecio absoluto a patriotas; así pagarían después.
Junio 19 de 1867: Cerro de las campanas, Querétaro. Ante el pelotón de fusilamiento, el fallido emperador de México pide al general Miguel Miramón que tome el lugar central, como un acto de reconocimiento a su valor y entrega; así el austriaco premia con honores al mexicano. Eso se llama “dignidad” incluso en los momentos más trágicos.
“Ese vals tiene que ser de un vienés, un mexicano no es capaz de crear algo así”, peroraba la aristocracia porfirista al escuchar “Sobre las Olas”. Esos monos grotescos, vestidos de revolucionarios no son pinturas cultas, jamás serán reconocidos esos muralistas y pronto sus monigotes las destruiremos y colocaremos ahí obras de pintores europeos; farsanteaban los conservadores posrevolucionarios. 1932: Nelson Rockefeller, el hombre más rico del mundo, pide a Diego Rivera pinte una obra monumental en Nueva York que cancelaría luego porque Diego se atrevió a pintar a Vladimir Lenin en pleno Wall Street.
Esta semana, por cuatro días, ladinamente, el ejecutivo federal hizo mutis y dejó que sus adversarios lo lincharan mediáticamente con especulaciones sobre su salud. Prácticamente lo desahuciaron achacándole hemiplejias, infartos, derrame cerebral y ubicándolo internado en hospitales extranjeros especializados en neurocirugía o cardiología. Él, con nula empatía hacía ellos, se prestó al escarnio y estos cayeron en garlito y aún continúan encepados. Lo grave no fue sembrar mentiras, rumores y murmuraciones que terminan produciendo profusas hilaridades, sino demostrando odio, furor y deseos funestos; quienes perdieron sus privilegios suponen, creen, sueñan, añoran que la muerte de una persona se los puede devolver. Muy criticable el desprecio del presidente al buscar y provocar que todas esas aversiones se vuelvan infamias bumerán; esas que terminan por destruir a quienes las generan, que les hacen perder credibilidad y que su altamente vulnerada honorabilidad se pulverice.
Entender que la empatía es antagónica a la mezquindad, es entender que el dolor del otro es tan significativo como mi dolor. Así resulta fácil comprender a Benjamín Disraelí: “No hay acto de traición o de mezquindad de la que una caterva política no sea capaz, porque en política no hay honor”.