jueves 2, mayo, 2024

Así como contemplas a Granada, así la vi de hermosa desde el Mirador de San Nicolás

 

 

(Bitácora de un viaje a España con mi padre)

 

Raúl Adalid Sainz

Un gran maestro de mi carrera de teatro, Ariel Contreras, me dijo: «Cuando vayas a Granada no dejes de ir al Mirador de San Nicolás». Le comenté a mi padre y nos dirigimos ahí a pie.

 

Cruzamos en subida el bello «Barrio del Albaicin». Antiguo barrio musulmán. Albayyázin (voz árabe que significa: arrabal de los halconeros).

Bellas casas de tapias altas blancas. Pequeñas callejas estrechas. Un secreto al oído matizado por una guitarra de Narciso Yepes. Un canto romántico acompasado de canto de pájaros y pequeños vestigios de puertas abiertas, donde uno puede apreciar esos bellos jardines granadinos armonizados de una fuente que suave murmura.

«Tal como dijo García Lorca: Paraíso cerrado para muchos y abierto para pocos», así me dijo en la ensoñación mi padre. Amante volcado en Etna vivo de la poesía lorquiana. Es que así es Granada: un canto sublime que sólo pueden escucharlo unas cuantas almas de un sutil mundo sensible.

En ese caminar hacia el mirador en subida, de repente asoma «La Alhambra» morisca, conforme más te acercas ves la imponente Sierra Nevada.

Llegamos al mirador. Era una tarde de enero de 1982. Vimos esa gracia imponente en ecos creativos de Dios. Los ojos se resisten a contemplar tanta belleza. En la gran terraza del sitio, reparamos en una muchacha morena de grandes ojos verdes, la señal de una belleza moruna, atrás La Alhambra era marco grandioso y misterioso.

Nos inclinamos en un barandal a observar. Mi padre encendió un pitillo. Contemplaba. Contemplaba irradiado. Al observar la Sierra Nevada me dijo: «De aquí venimos». Un golpe en el pecho atávico cimbró mis dentros y escurrieron emocionadas lágrimas de mis ojos. Era un llamado de siglos el que ahí me arrobaba. El crepúsculo se asomaba, y Granada estaba ahí, serena, mística, cubierta de un velo que asomaba un paraíso cerrado. Sólo las llaves de tu sensibilidad pueden abrir ese joyero que esconde la piedra más hermosa. Así lo dijo el gran poeta granadino Federico García Lorca. Mi padre y yo esa tarde, bebimos en comunión la magnitud poética de Federico y Granada. Extraordinario momento que un hijo puede tener con su padre. Veinte años de mi vida que hoy recuerdo con profunda añoranza.

El Mirador de San Nicolás es en mi existencia uno de los más grandes éxtasis palpados. Un rugido de ser, un por qué de origen, una llamada, y un sentir que Dios está vivo porque tu estas vivo y en comunión absoluta con la creación. A la distancia de ese hecho clamo la oración más profunda desde el fondo de mi corazón: «Gracias, gracias por todo. A ti Granada, un día tendré la gracia de volver a contemplarte».

 

Raúl Adalid Sainz, en algún lugar de México Tenochtitlan

 

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