lunes 30, junio, 2025

MITOS Y NOVEDADES EN LA HISTORIA DE MÉXICO

“Aquí están los 41 maricones, muy chulos y coquetones”

Jesús Vázquez Trujillo

“Aquí están los cuarentaiún maricones, muy chulos y coquetones”, decía un folletín que circulaba por toda la Ciudad de México, la mañana del 21 de noviembre de 1901, haciendo referencia a una redada que la polícia porfirista había efectuado en una fiesta la noche anterior, la del día 20, donde había 42 hombres, varios de ellos vestidos con ropa de mujer, precisamente en uno de estos “Hombres” se centra nuestra historia. Ésta es la vida del inféliz y trágico matrimonio de Amada Díaz (Hija ilegítima de Porfirio Díaz y su soldadera Rafaela Quiñónes, a quien el general conoció en 1867 durante las últimas escaramusas contra la Intervención Francesa y el Segundo Imperio) e Ignacio de la Torre y Mier, un rico hacendado oriundo de Morelos, con “Costumbres Extrañas”, Amada fue la primer hija del general Porfirio Díaz, y por lo mismo, él siempre le tuvo un cariño muy especial, en un principio “Amadita” vivió con su madre, pues no quiso que Porfirio la conociera, dado que él no tenía intenciones de casarse con ella, en razón de que estaba a punto de hacerlo con Delfina Ortega, sin embargo la precaria situación económica en la que vivían, obligó a Rafaela a llevar a Amada a vivir con su padre, dado que siendo él, el presidente de la República podría brindarle a la niña una mayor estabilidad económica y ofrecerle un mejor futuro. Así pues, Amada fue muy bien recibida por Delfina y sus otros vástagos, inmediatamente “Amadita” , se ganó el cariño de Delfina y sus medio hermanos Luz y Porfirio, ocurriendo lo mismo con la segunda esposa de Díaz, Carmen “Carmelita” Romero Rubio, con quien Porfirio se casó en mayo de 1880, pues Delfina había fallecido el 08 de abril a causa de una peritonítis aguda, Amada era tratada como una princesa por su padre, quien no permitía que nada ni nadie la hiciera sufrir, por esa razón Díaz vio con beneplácito el noviazgo de la muchacha con su ahijado Fernando González, hijo del general Manuel González, quien fuera presidente de México en el cuatrenio 1880 – 1884, y gobernador de Guanajuato durante nueve años 1884 – 1893, sin embargo el noviazgo de Amada y Fernando no marchaba muy bien, debido en gran parte a la tensión que existía en la relación amistosa de sus respectivos padres (Porfiro Díaz y Manuel González), además de que ambos muchachos parecían haber perdido el interés del uno por el otro, en las reuniones a las que asistía la pareja de novios, lo único que ambos jovénes se la pasaban haciendo era verse las caras, es en una de éstas reuniones efectuada en marzo de 1887, en donde Virginia Pacheco (Hija del general Carlos Pacheco, amigo de Porfirio Díaz desde su juventud), presentó a Amada con Ignacio de la Torre, un joven hacendado de Tenextépango, Morelos, quien desde ese entonces empezó a cortejar a la hija mayor del presidente Díaz, cabe decir que Ignacio “Nacho” de la Torre era un hombre muy extraño, pues nunca se le había conocido relación con alguna mujer, en una ocasión Ignacio iba comentando con un amigo, acerca del rotundo fracaso del segundo al intentar conquistar a Luisa Romero Rubio, hermana de doña “Carmelita”, a lo que “Nacho” le contestó: “Ay amigo mío, lo que pasa es que tú siempre le apuntas a la perdíz equivocada”, refiriéndose al hecho de que sí se deseaba emparentar con la familia presidencial tenía que cambiar de estrategia, y es que Ignacio también deseaba emparentar con don Porfirio, para con ello ascender políticamente, pero “Nacho” no era nada tonto porque tenía la mira puesta nada más y nada menos que en la hija mayor del viejo dictador, es decir “Amadita” , así pues, Ignacio comenzó a frecuentar los lugares a los que Amada asistía, aparentando encuentros “Casuales” todos se dieron cuenta del interes mutuo que ambos mostraban, esto fue notado por don Porfirio, quien le preguntó a su esposa: “Carmelita”, ¿Quién es ese pretendiente que le ha surgido a Amada de repente?, Ignacio de la Torre, y no es su pretendiente, es su admirador, Y mi hija ¿Qué dice?, pues lo ve con buenos ojos. en cierta ocasión Amada entró al gimnasio, donde encontró a su padre levantando pesas y éste al verla le dijo: “¡Amada, cuéntame!, ¿De qué papá?, ¡Ya sabes de que, Ignacio de la Torre!, ¿Ya te contaron?, ¡Te estoy preguntando a ti!, ¡Pues, eso!, ¿Qué es eso?, ¡Ya sabes, me quiere visitar, que nos tratemos!, ¿Con que fin?, ¡Eso te lo explicará él cuando hable contigo!, ¡Primero quiero que me lo cuentes tú, no voy a dar mi permiso para formalizar nada, para que luego le des “calabazas” como a mi ahijado Fernando, una hija mía, no puede andar comprometiéndose con cualquiera!. ¡Nacho, no es cualquiera!, ¿Entonces va en serio?, ¡Sí, creo que sí!, ¿Y él, él que creé?, ¡Que también, por eso quiere hablar contigo!. Finalmente Ignacio habló con Porfirio Díaz, acerca de sus “Buenas Intenciones” hacía Amada, y viendo que ella también lo quería, Díaz aceptó la relación, así, después de un breve cortejo, y un efímero noviazgo, El 16 de enero de 1888, recibieron la bendición del arzobispo Antonio Pelagio de Labastida y Dávalos. Desafortunadamente Ignacio resultó no ser tan buen esposo como aparentaba; el matrimonio De la Torre-Díaz estuvo condenado al fracaso, pues De la Torre escandalizaría a la sociedad y a la familia presidencial por sus costumbres licenciosas y homosexuales. Esto se ve reflejado en el permanente abandono del que Amada es objeto por parte de Nacho, además de que a raíz de su matrimonio, Amada se volvió una mujer retraída y ensimismada, cosa que es notada por su amiga Virginia Pacheco, ante cuya insistencia Amada le confiesa, tener «problemas íntimos» con Nacho, perspicaz e insistente, Virginia termina concluyendo: «¿O sea que él no te atiende como debe?.», Amada no entendía la conducta de Ignacio, más sin embargo no se la reprochaba, y las cosas seguieron así, hasta que el 20 de noviembre de 1901, la policía porfirista realizó una redada en una fiesta de hombres travestidos, Los gendarmes y «agentes de la secreta», macanas y pistolas en mano, merodean sigilosos en el exterior de una elegante casa del centro de la ciudad. En el interior, Ignacio de la Torre, maquillado y vestido de odalisca, se divierte con los invitados comiendo uvas de un racimo, de las que da una en la boca a otro joven, para después mostrar con coquetería, dando una vuelta sobre sí mismo, su vestido a los asistentes a la fiesta: jóvenes vestidos de frac y jóvenes disfrazados de geishas, hadas, princesas… que bailan y se abrazan alegres. En el momento en que está a punto de iniciarse una riña entre Nacho y un joven vestido de gitana (El primero da una bofetada al segundo, después de una breve discusión), irrumpe en el salón un joven vestido de hada gritando: «¡La policía muchachos! ¡La policía!» Los gendarmes y agentes entran en la casa y, ante el desconcierto de los festejantes, los arrestan a punta de empujones y jaloneos, tirándoles gorros y pelucas que revelan sus cabellos cortos y sus facciones masculinas. Nacho logra esconderse en la biblioteca de la casa, pero su risa nerviosa y borracha lo delata; es descubierto detrás de las cortinas y conducido entre empellones sin dejar de reír, divertido y nervioso a la vez. Porfirio Díaz es informado por Manuel Romero Rubio del incidente y le pide a éste manejar el asunto con «discreción» para evitar que la prensa se entere. Romero Rubio explica que son cuarenta y dos detenidos, y le extiende a Díaz una lista con «nombres importantes, la mayoría conocidos», incluyendo a Nacho. Díaz observa la lista y tacha un renglón diciendo: «Son cuarenta y uno.» «Cuarenta y dos, Señor.» «Cuarenta y uno, don Manuel.» «Comprendo Señor. Cuarenta y uno.» «Haga hasta lo imposible por evitar el escándalo. Hable con las familias, y a los que pueda, déjelos salir discretamente.» Posteriormente “Carmelita”, tiene curiosidad sobre las pláticas sostenidas entre él y don Porfirio acerca del comportamiento de Ignacio de la Torre. Ante la insistencia de Carmen, Manuel termina diciendo: «Nacho resultó un tanto … un tanto extravagante, y su extravagancia debe quedar en familia.» Finalmente en su despacho, Díaz  exaltado, indignado y asqueado reprende fuertemente a Nacho por lo ocurrido y decide hacer como que ignora sus «porquerías» y «anormalidad» con el único propósito de salvar patriarcalmente el honor familiar y presidencial: «No lo entiendo. ¡Y no trates de explicármelo porque esas porquerías jamás las podré entender!, ¡Ni quiero!. Hay cosas que no, ¡Nomás no!…¿Amada lo sabe?» «No hemos hablado de ello.» «Ni lo hagan.» «Pero, lo sabrá, lo escucha.» «¡Baja la voz!» «Lo escuchará en algún sitio. Es un chisme nacional.» «Pues que se quede en eso, en un chisme… ¡Es que no, es que no me cabe en la cabeza!» «Fue una tontería mi general. Una fiesta de disfraces que se malinterpretó.» «Mira Nacho, no me tomes por un imbécil, ¡Punta de maricas! ¡Y no te hagas el ofendido tampoco! No te he salvado del escándalo ni de los líos con la ley porque te considere un hombre digno, ya ni siquiera un hombre, sino porque la familia del Presidente de la República, ¡Mi familia!, debe ser intachable, ¡In-ta-cha-ble! ¡¿Lo oyes?!» «Si…si hay algo que yo pueda hacer…» «Sí, cerrar la boca, no comentarlo con nadie, y menos con Amada. Y aparentar que eres un hombre normal, honorable. Porque, oyéme muy bien Nacho, otro escandalito de estos y te juro que no te va a quedar vida suficiente para arrepentirte.» «Señor… yo le doy mi palabra…» «¡¿De qué me sirve a mí la palabra de un mamarracho?! ¡No quiero tu palabra, no la necesito! Porque estoy seguro de que has entendido lo que te estás jugando… Y no te me vas a esconder. Actúas como si nada hubiera pasado. Incluso con la familia… Y esta conversación, nunca la tuvimos. ¿¡Entendiste!?… Nuestra relación continuará igual, ¿¡Entendiste!? Buenas noches.» «Buenas… noches… General.» Sin embargo, aquí existe una contradicción, pues en ésta conversación, Díaz le exige a Nacho que no diga ni una sola palabra de la misma a su hija, para no mortificarla, mientras que el historiador Ricardo Orozco en su delicioso libro intítulado: “El Álbum de Amada Díaz”, omite la conversación sostenida entre el presidente Díaz y su yerno y en cambio, presenta una conversación entre Díaz y su hija Amada, donde éste le hace saber a la muchacha las “Extrañas Costumbres” de su marido. Aquí incluyo dicha conversación; “Un día inesperadamente mi padre me citó en su casa de la calle de Cadena, para decirme que Nacho había sido detenido en una fiesta donde había puros hombres, la mayoría de ellos vestidos de mujer. Al verme me dijo: “Ignacio fue dejado libre para impedir un escándalo social, pero quise prevenirte porque tienes derecho de conocer el comportamiento de la persona con quien vives. Yo respetaré la determinación que tomes; los asuntos de la vida privada de mis hijos deben ser resueltos y contemplados solo por ellos mismos. No olvides, sin embargo, que en mí tendrás un apoyo permanente para tus decisiones”. Como quiera que hubiera sido e independientemente de si Amada lo supo o no, el caso es que Nacho tenía conductas anormales e inaceptables en un hombre decente, mismas que le hicieron caer de la gracia de su suegro y consecuentemente acabaron también con la carrera y las ambiciones políticas de Ignacio. En 1892 fue nominado candidato a gobernador del Estado de México. Ignacio era además miembro de la dirección del Banco de Londres y de México; sin embargo, su candidatura se vio atacada por su reputación de tener una vida licenciosa. Por ello, De la Torre retiró su candidatura, lo que permitió que el general José Vicente Villada se reeligiera como gobernador. Luego de este suceso, las relaciones con su suegro se limitaron a ser ceremoniosas y tirantes; y desde ese momento, cada vez que Ignacio viajaba al extranjero, Díaz encomendaba a los cónsules mexicanos que lo vigilaran. Amada e Ignacio no llevaron una vida matrimonial feliz. Él vivía en una de las alas de su mansión de Reforma y solo se acompañaban cuando debían presentarse a los actos de sociedad y los del protocolo presidencial. Se cuenta que cierta ocasión en la que el presidente Díaz estaba en su domicilio visitando a Amada, De la Torre llegó ebrio e insultó a su esposa. La reacción del presidente no se hizo esperar, lo sacó literalmente a patadas del lugar. Meses antes de la Revolución, la hacienda de De la Torre estaba valuada en $1’300,000 de pesos. Tras la dimisión de Porfirio Díaz, la noche del 25 de mayo de 1911, Ignacio y Amada lo acompañaron al andén de San Lázaro rumbo a Veracruz. Ya que Amada y su hermana Luz, fueron los únicos miembros de la familia de Díaz que permanecieron en México. En la administración del presidente Francisco I. Madero, De la Torre mostró abiertamente su oposición hacia su régimen. De la Torre financiaba muchos de los diarios que atacaban a Madero e incluso, se vio implicado en el asesinato de éste el 22 de febrero de 1913, porque rentó uno de sus coches al mayor Francisco Cárdenas, donde transportaron al vicepresidente José María Pino Suárez y a Madero a la penitenciaría de Lecumberri para asesinarlos. Después de este hecho, dejó su mansión de Reforma y se fue a vivir a su quinta del Parque Lira en Tacubaya. Durante el movimiento revolucionario de 1910 su mansión fue confiscada y fue aprisionado en la penitenciaría de Lecumberri por órdenes de Venustiano Carranza, bajo los cargos de difamación al gobierno de Madero y por apoyar el ilícito régimen de Victoriano Huerta. Amada lo visitaba todos los días en prisión, con la llegada de Zapata a la ciudad de México, en gesto de generosidad lo sacó de la cárcel y lo mantuvo en custodia con Gustavo Baz, quien le permitió que comerciara maíz. De la Torre se dedicó a traficar maíz y se hizo pasar por general del Ejército del Sur. Al enterarse, Zapata lo mantuvo bajo arresto domiciliario y en la extrema pobreza, en Cuernavaca se enteró de que habían sido expropiadas sus haciendas en Yautepec y Cuautla. El presidente Carranza emitió la orden para proceder y arrestar a De la Torre. A fines de 1917, cuando el ejército de Carranza tomó Cuautla, Ignacio aprovechó la confusión para escapar. Huyó a Puebla, donde disfrazado, abordó un vapor,embarcándose hacia Estados Unidos. Se estableció en Nueva York y en los primeros meses de 1918 fue internado en el hospital Stern por una dolencia de hemorroides. Los médicos optaron por operar de inmediato las venas del esfínter, fracasando en el intento, cuando Amada llegó al hospital y preguntó por la salud de su esposo, los médicos le informaron que Nacho, tenía todo el esfinter anal destrozado y que ya nada se podía hacer por él. Finalmente Ignacio de la Torre y Mier, murió el 1 de abril de 1918. Su esposa Amada tuvo que vender todas sus propiedades para pagar las inmensas deudas que le heredó. Esa es pues, la triste historia de Amada Díaz, quien nunca conoció la felicidad, reconociéndolo ella misma, cuando tristemente expresó: ¡No sé porque mi mamá me llamó Amada, el nombre de Dolores, hubiera sido más apropiado para mí!. Aquí incluyo el telegrama en el que Ignacio de la Torre, le avisa a Amada de su estadía en Nueva York y de su malestar físico.

Sra. Amada Díaz de De la Torre

De Veracruz a México.

19 de Marzo de 1918.

17:45 Hrs.

Administración Central de Telégrafos Mexicanos.

Texto:

“Amada, gracias Dios estoy abordando buque para Nueva York. Fidel cuídame y va conmigo; Padecimiento impídeme caminar. Te informaré donde esté; espero verte pronto. Tuyo:

Ignacio de la Torre y Mier.”

“Corrido de los 41 Maricones”

Ignacio de la Torre y Mier y Amada Díaz Quiñones.

Aquí están los maricones

muy chulos y coquetones.

Hace aún muy pocos días

que en la calle de La Paz,

los gendarmes atisbaron

un gran baile singular.

Cuarenta y un lagartijos

disfrazados la mitad

de simpáticas muchachas

bailaban como el que más.

La otra mitad con su traje,

es decir de masculinos,

gozaban al estrechar

a los famosos jotitos.

Vestidos de raso y seda

al último figurín,

con pelucas bien peinadas

y moviéndose con chic.

Abanicos elegantes

portaban con gentileza,

y aretes o dormilonas

pasados por las orejas.

Sus caras muy repintadas

con albayalde o con cal,

con ceniza o velutina…

¡pues vaya usted a adivinar!

Llevaban buenos corsés

con pechos bien abultados

y caderitas y muslos…

Postizos… pus está claro.

El caso es que se miraban

salerosas, retrecheras

danzando al compás seguido

de música ratonera.

Se trataba, según dicen,

de efectuar alegre rifa

de un niño de catorce años,

por colmo de picardías.

Cuando más entusiasmados

y quitados de la pena

se hallaban los mariquitos

gozando de aquella fiesta.

¡Pum! ¡que los gendarmes entran,

sorprendiendo a los jotones!

Y aquello si fue de verse…

¡qué apuros y aflicciones!

Algunos quieren correr,

o echarse dentro el común…

otros quieren desnudarse

a otros les da el patatús.

Una alarma general…

lloran, chillan, y hasta ladran,

¡qué rebumbio! ¡qué conflictos!

Pero ninguno se escapa.

A todos, uno por uno,

la policía los recoge,

y a tlapisquera derecho

se los va llevando al trote.

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