Raúl Adalid Sainz
Yo tuve el gusto de ver en casa un médico.
Sí, un médico de los buenos, al menos siempre lo decía la gente.
Cuando era niño al despertar, él ya no estaba.
Sólo lo veía los domingos y se daba tiempo para llevarme al futbol.
No podía andar en un camión, o en el centro, o en la panadería,
cuando la gente decía, saludos al doctor, o saludos a mi médico.
Qué decir si alguno de nosotros enfermaba, era bendición tener al médico en casa.
Aunque nos regañara, la preocupación lo hacía enojarse.
Sí, yo tuve la fortuna de saber que un médico salvó a muchos del mercenario cirujano, tuve la oportunidad de oír que un médico lo salvo,
tuve el orgullo de ver que preparó a futuros doctores.
Sí, yo tuve la dicha de vivir con un médico,
ese que un día me salvo de irme a otros mundos.
Sí, tuve y tengo la dicha de decir que mi padre es doctor, médico de mis pasos.
Bondad es saber que mi viejo es doctor y de los buenos,
esos que prodigan por la salud de sus hermanos.
«Felicidades a todos los médicos que hacen de su profesión un sacerdocio secular».
Posdata: Mi padre emigró hace algunos años, este escrito no lo conoció, no era afecto a los halagos. Hoy, en la ausencia, y en su día, este recuerdo apareció, espero lo reciba en la esfera eterna de todo mi cariño. Como quiera es una extensión para los médicos que a tantas saludes han curado.
Un saludo muy grande a los doctores que me cuidaron este año en mi salud resquebrajada: el querido doctor Rogelio Reyes Alvarado, y los grandes médicos: Ángel Silveyra, Gerardo Castañeda, y Federico J Juarez.