Cayó de bruces en ese obscuro Nueva York. Todos los rumores hicieron el más triste adiós de su poeta
Raúl Adalid Sainz
«Era un ocho de diciembre, pero al día siguiente, alguien lloró «.
No sé por qué, pero aquella Volkswagen Caribe verde, paró, en una de aquellas calles oscuras de la ciudad norteña llamada Torreón. De ahí salieron cinco batos, cuatro de diecinueve y otro más, Francisco, de veinticuatro; había sido su joven maestro.
Sí, lo tengo presente, se oía la canción «Mind Games», de Lennon. Estaban como decían en el pueblo, pisteando. Pasaron como dos horas, y hablaban de sus vidas, sus sueños, metas, miedos, amores que no cuajaban o se diluían; y de aventuras que dan gasolina al carro para seguir en la azarosa carretera de la vida.
Se oía en la cassetera, «Es como volver a empezar», del disco «Double Fantasy», que John acababa de estrenar en esos finales del año ochenta. Francisco apurando el último trago de su «Tecate», decía enfático, así como queriendo detener lo imposible: «Ya John no pudo volver a empezar, se murió cabrones, se jodió, entienden lo que es eso».
Pancho, como cariñosamente le decíamos a ese extraordinario amigo y maestro de literatura, empezó a llorar, a gemir desde todas las profundidades. «Our live, togother, is so precious, together», así decía John en el momento, y nosotros consolamos al hermano, quien verdaderamente hacía sentir que perdía a un amigo.
Esa noche todos, no exagero, lloramos la muerte de John. No, no era peda, era como si de golpe el peso de nuestra corta época nos dijera que todo está escrito, que los relojes pueden detenerse, así tan de repente, así te llames John Lennon. Como si un cuaderno quedara suspendido, sentenciado a vivir sólo en la memoria.
Nos fundimos en un abrazo. Porque la amistad honda, aquella que es chingona, llora porque a un carnal se le ha ido otro carnal, un pedazo de él. Ese ocho de diciembre de 1980, de gris noche newyorkina en Dakota, sí, ese edificio donde se filmó «El Bebé de Rose Mary», de Polanski, veía morir al gran jefe Lennon.
Han pasado 43 años de aquella noche en Torreón, y me digo: La culpa no es de nadie, el tiempo pasa volando, por qué mejor no tomamos un largo viaje y nos vamos; será como dijo el maestro Lennon: «Así, como volver a empezar, «Just Starting Over». Aquella noche no la inventé, nadie me la contó, porque en la «Caribe» iba yo.
Aún me parece sentir la lágrima de mi amigo Pancho en la palma de mi mano. Hoy, seca por el tiempo, parece humedecerse para entonar este recuerdo a Lennon y a mis amigos. Sí carnalitos, aún bajo la sentencia inclemente del tiempo y las ausencias; ¡será como volver a empezar!
A la memoria viva de mis hermanos, Oscar, Cuau y en especial a la de mis amigos angélicos que en gloria están: Jorge Hernández y Francisco Amparán. Éste último cantando seguramente con Lennon, «Beautiful Boy», o esa intensa que tanto gustaba, al compás de su Marlboro rojo, esa llamada, «Mr Moon light».
Nota: Hace algún tiempo que hice este escrito, Jorge Hernández, me dijo de él, lo siguiente: «Como bien lo comentas: Fueron noches de búsqueda y encuentros. Momentos únicos, de los cuales tenemos la gracia que puedan ser rescatados por tu excelente memoria. Muchas gracias Raúl Adalid». Quién lo fuera a decir querido Jorge. Desde su galaxia de vida, sólo les pido que nos sigan cuidando. Si es esto posible. Abrazo beatlemano: Jorge y Francisco.
Raúl Adalid Sainz, en algún lugar de México Tenochtitlan