Federico Berrueto
Es desafortunado que los partidos y asociados en lugar de apostar por las urnas y los votos prefieran los estudios de opinión. A pesar de su popularidad y de que los medios al igual que los políticos las usan y abusan, las encuestas son poco confiables, particularmente para el pronóstico electoral. La probada imprecisión y error sería suficiente para desconfiar su uso para seleccionar candidatos.
A pesar de sus pretensiones científicas y del aval de muchos centros académicos, cada vez son más evidentes los errores en menesteres electorales. No todo es anecdótico; se toman decisiones a partir de premisas falsas. Seguramente el precedente más ominoso fue el del gobierno conservador británico de David Cameron, que resolvió convocar a un referéndum sobre la salida de la Unión Europea con la certeza de que la mayoría lo rechazaría, como anticipaban los estudios de opinión. No sucedió así y la Gran Bretaña ha tenido que lidiar con uno de los peores errores de su historia moderna. Los desaciertos en las encuestas se repiten una y otra vez, más ahora que antes, a tal grado que Gallup la pionera en estudios de pronóstico electoral en contiendas presidenciales en Estados Unidos ha resuelto suspender esos sondeos.
La crisis de la industria es subestimada o ignorada por propios y extraños. La falibilidad de las encuestas resulta del cambio en la sociedad y la persistencia en el mismo método. A veces aciertan y en otras ocasiones se equivocan ampliamente. Se parte de una premisa falsa, que el encuestado votará como dice. Las encuestas abordan a electores no a votantes, además, bien sea por desconfianza, porque cambian de opinión o porque su decisión se resuelve a última hora, circunstancias particulares pueden modificar el pronóstico. En las elecciones del Estado de México empresas muy serias se equivocaron en sus encuestas de salida y en Coahuila con la misma metodología fueron precisas.
La democracia es fascinante por su expresión numérica. Hace preciso lo incierto y lo veleidoso. Hace pensar en certeza cuando lo que domina es la incertidumbre. Hace creer en elector racional cuando lo que prevalece son las emociones. Las encuestas son útiles, pero merecen un diseño más complejo, menos simplista y, desde luego, una lectura más rigurosa. No ocurre así porque se es rehén de lo fácil, de lo que dicte el número que excluye o niega la reflexión.
Al momento de seleccionar candidato los partidos pretenden descubrir al más competitivo y también, de ser posible, a quien podría representar mejor la causa que los anima. La encuesta no resuelve y puede engañar, especialmente si no se presentan los reactivos adecuados y si no se segmenta la muestra para discriminar entre quienes sí tienen intención de votar y sí son representativos del proyecto político que se abandera.
Para el caso del oficialismo en la combinación de intención de voto y buena opinión de López Obrador hay aproximadamente 65% de los electores, entre quienes la ventaja de Claudia Sheinbaum sobre Marcelo Ebrard es considerable. Situación diferente si se considera ese 35% de quienes no votarán por Morena, allí la ventaja es de Ebrard. El sentido común dicta que la encuesta debiera discriminar si se quiere que el candidato sea el más competitivo y el más representativo de la causa.
La oposición ha sido más perspicaz para su proceso, derivado de su desconfianza y de una eventual intromisión de Morena, resolviendo que el padrón de votantes sea construido con anticipación a manera de incluir sólo aquellos identificados con el proyecto opositor. No está claro si igual pasaría en el tratamiento de la muestra, esto es, encuestar sólo a los de ese grupo, hacerlo con toda la población con credencial de elector o que el cuestionario contenga preguntas de control para excluir a quienes tienen resuelto votar por el adversario.
La encuesta arroja distintos resultados conforme se modifique el cuestionario, muestra o segmente. Esto mismo lo vuelve un instrumento que no aporta la certeza y la contundencia que se pretende, sino incertidumbre y un espacio de disputa metodológica, conceptual e inevitablemente política. En el caso de Morena se esperaría que el estudio considere solo la opinión de quienes han decidido votar por Morena y aliados, así como los indecisos con buena opinión sobre AMLO. Mientras, el método híbrido de la oposición debería optar más por el voto y la urna que por el sondeo de opinión.