Federico Berrueto
Lugar común decir que los legisladores representan a sus votantes; sin embargo, la situación es más compleja. Los votantes son una abstracción y es difícil inferir el sentido de su voluntad más allá del sufragio; los electores regularmente no conocen a los candidatos y resuelven su preferencia a través del proyecto político al que pertenecen, esto es, el partido político. Esto quiere decir que en una democracia la mediación del partido es fundamental para procesar las preferencias políticas de los electores y los programas por los que optan.
Es imposible remitir al voto la definición sobre la complejidad de temas sobre los que los legisladores tienen que decidir; para eso es la figura del partido y su programa. No se conoce al candidato, pero sí la marca que lo sustenta y la oferta asociada. Quizá en los cargos ejecutivos, particularmente en el orden municipal, el candidato puede ser el articulador de las preferencias, pero difícilmente en cargos legislativos porque el candidato de ganar cumplirá con la línea partidista en su desempeño, al no existir otra agenda que la del proyecto político asociado al partido.
La democracia representativa se confronta con la democracia plebiscitaria. La cuestión es que después de la elección la población difícilmente se involucra en los temas a decidir. Por eso la democracia directa -plebiscito, consulta popular o referéndum- no son eficaces para procesar las preferencias mayoritarias. Las experiencias en México han sido desastrosas por el desinterés de los votantes, además de no ofrecer las condiciones para un voto informado a través del debate o la deliberación. Es propio de la democracia que los electores voten no qué hacer, sino quién debe decidir, siempre a través del partido al que pertenece el candidato.
La crisis de los partidos y la revolución tecnológica en materia de comunicación lleva a pensar que las mediaciones de la democracia representativa -partidos y órganos legislativos- están en proceso de desaparecer y hasta en profunda e irreversible transformación. No parece ser el caso y más allá del llamado voto electrónico y de la proliferación de encuestas, no hay en ninguna parte del mundo democrático un proceso que remplace a los partidos, la forma convencional de elecciones, ni a los órganos legislativos.
El obradorismo tiene una fuerte inclinación plebiscitaria. La palabra movimiento lo dice todo y promueve la práctica, más antes que ahora, de utilizar la consulta directa, en ocasiones hasta a mano alzada para tomar decisiones. La consulta al “pueblo” ha sido una farsa no sólo por la baja participación electoral; peor todavía, quienes votan ni siquiera tienen la información sobre el sentido de su preferencia, como fue evidente en la pasada elección judicial que sirvió no para decidir o escoger, sino para legitimar una decisión tomada por la cúpula del régimen político.
Los procesos democráticos al interior de los partidos, fundamentales para acabar con la partidocracia o con el verticalismo no están en la agenda de nadie. Algunas décadas atrás la exigencia de elecciones primarias tenía algún interés. La reforma de 2007 resolvió que la selección de candidatos era un tema interno de los partidos; perdió fuerza y valor la idea de la democracia interna como obligación de los partidos en su condición de entidades de interés público y que portaban el virtual monopolio para acceder al cargo público. A lo más a lo que se ha llegado es que los procesos democráticos sean sustituidos por las encuestas, que nunca podrán reemplazar a las elecciones primarias si de democratizar se trata; además, casi nunca están precedidas por debates o campañas que contribuyan al voto razonado. La partidocracia es la enfermedad primaria de la democracia mexicana y explica en buena parte el deterioro de la representatividad de los partidos y su ascendiente en la sociedad.
Hay una crisis aguda de representación y los partidos son responsables en buena parte de que así suceda. En el caso del partido gobernante, el sometimiento al régimen le inhibe de actuar para reafirmar el proyecto más allá del gobierno, lo mismo que sucedió con PRI y PAN. En democracia el partido es permanente, el gobierno temporal. La situación en los partidos opositores es todavía más grave por el desprestigio de sus dirigencias y su incapacidad para presentarse como una opción confiable.
Los legisladores representan partidos y éstos viven su peor crisis, evidente en el proceso de destrucción de la democracia de estos años. Esta razón fundamental convalida a la representación proporcional y pone en su justa dimensión la elección de diputados por distrito.