Pasarse de vivo
Julián Parra Ibarra
Desde siempre, el cuento ese de que no utilizaría las aeronaves del Ejército, sino que se desplazaría en aviones comerciales; y de que no utilizaría guardias para su seguridad, porque a él lo protegería ‘el pueblo’, me pareció un desplante de bravucón de barrio por parte de Andrés Manuel López Obrador, más que una posición seria de un presidente de la república que se preciara de serlo, y que le brindara un mínimo de respeto a la investidura presidencial.
De a poco, los hechos le fueron obligando a dar un viraje a esos desplantes de caminar pos las terminales aéreas del país, y trepando como ‘Juan pueblo’ a los aviones comerciales. De a poco las iniciales expresiones de apoyo, cumplidos y aplausos, se fueron trocando por reclamos que fueron subiendo de tono, al grado que empezaron a llegar los insultos y agresiones verbales.
Sin que lo dijera ni admitiera públicamente, empezó a dejar de usar los vuelos comerciales, hasta que llegó el momento en que dejó de hacerlo para realizar sus traslados en aviones y helicópteros del Ejército, Fuerza Aérea y Marina, como debió haber sido desde un principio. Innecesariamente usando los vuelos comerciales, se puso en riesgo, y si Andrés Manuel quiere intentar pasarse de vivo, es muy su problema; el problema es que se trató todo ese tiempo, del presidente de México.
Y el otro cuento -porque no fue más que eso, un triste y vulgar cuento-, de que él no utilizaría camionetas blindadas ni guardaespaldas porque a él lo cuidaba ‘el pueblo bueno’, tampoco fue verdad porque en cada gira utilizaba todo un carrusel de camionetas y un montón de guardias que lo aislaban del ‘pueblo bueno’. Presumía y se pavoneaba de haber decretado la desaparición del Estado Mayor Presidencial, y de haber desaparecido también tanto la pensión como la protección que se brindaba a los expresidentes y sus familias, y estando en funciones a secretarios y al presidente y su familia.
El uso de aeronaves oficiales, vehículos blindados y elementos del Estado Mayor que le cuidaran no era cuestionable, porque se trataba del presidente de la República. Más bien los cuestionamientos eran de haber prescindido de ellos al principio de su mandato porque con esas torpes decisiones puso en riesgo la seguridad del presidente de México y con ello la estabilidad del país.
Cuando le quedan ya no semanas ni días, sino alrededor de 100 horas como presidente, López Obrador dice que todavía no sabe si va a utilizar seguridad a partir de las 24:00 horas de este lunes 30 de septiembre cuando deje el cargo, que va a permanecer unos días en la capital del país ‘para aclimatarse’.
Es de suponerse que ya sin el escudo protector que le brinda ser presidente, todas las vallas y las decenas de guardias que circundan el palacio en el que habitó los últimos casi seis años, sí debe de darle frio, por eso sí necesita aclimatarse, pero esté donde esté, en la CDMX, en Tabasco o en Chiapas sí va a necesitar seguridad, aunque el pago de ésta tiene que salir de su bolsillo.
Él sabe que a estas alturas del partido ya no le puede jugar al vivo con el cuento ese de que el ‘pueblo bueno’ lo va a cuidar, que no haga el intento de salir a caminar en las calles solo y sin guardias, si todavía como presidente, con vallas, con guardaespaldas, el tono de los reclamos llegó al grito de ¡Dictador, dictador, dictador! con el correspondiente lanzamiento de una botella con agua.
Lo cierto es que, por haberle brindado un servicio al país como presidente –bueno o malo-, el gobierno entrante debería garantizarle seguridad a él y a su familia. El problema es que esa prestación que tenían los ex presidentes, él la eliminó junto con las pensiones, y ahora como todos los ex, deberá empezar a rascarse con sus propias uñas.
No creo que la presidenta de México a partir del primer segundo del 1 de octubre, lo vaya a arrojar a la calle así nada más sin protección ni nada; y no debería hacerlo, aunque ello sería contradictorio con lo que los cuatroteros pregonan, y ofrecerle seguridad a uno le obligaría a tener que proporcionársela a todos los demás expresidentes vivos.
Andrés Manuel dejó una profunda división entre los mexicanos como nunca antes presidente alguno lo había logrado. Los niveles de encono, rencor y odio han llevado a que sí, haya millones de mexicanos le aplauden y vitorean; pero aunque no sé en qué proporción, también hay millones de mexicanos que le odian.
Su forma de gobernar llevó a que en su rededor no hubiera grises ni medios tonos: O lo quieren, o lo odian. Por eso no hay que jugarle al vivo, intentando lo que como un claro desplante ha dicho, que no teme a nada y que no necesitará ‘guarros’ porque a él lo cuida el ‘pueblo bueno’.
Que no intente pasarse de vivo.
X= @JulianParraIba