Jorge Correa, reconocido por el International Theater Institute de la Unesco como padre del Teatro Penitenciario
Raúl Adalid Sainz
Jorge Correa un actor, un director de teatro que se ha entregado a una labor de redención de almas por los distintos penales de México. Él se dice un “buzo de aguas negras” alguien que va a los abismos, a la oscuridad del vivir humano para rescatar el alma de los hombres. De aquellos que viven tras los muros, tras las rejas.
Por medio del teatro, Jorge ha llevado una labor por distintos centros de readaptación social del país con el objeto de dar luz de vida. Jorge Correa llama a esto: “Teatro de la oscuridad”.
Un día en una plática de café con él me habló un tanto de su vida. Le tocó vivir el infierno de la matanza en Tlatelolco. Se salvó de milagro. Jorge es originario de Salvatierra, Guanajuato. Llegó muy joven a radicar a la Ciudad de México. Su deseo fue ser actor, estudió en la Escuela de Arte Teatral del INBA, y en el C.A.D.A.C, de Coyoacán, dirigido por el director teatral Héctor Azar.
Y hablando de azares, el destino tenía armado su juego con Jorge. En esos centros de enseñanza teatral tuvo un compañero que sería fundamental para él: Juan Pablo De Tavira. Quien sería el primer director del penal de máxima seguridad de Almoloya de Juárez. Después sería designado subdirector en la Dirección General de Reclusiones.
Estos caminos de Juan Pablo De Tavira estarían relacionados con Jorge para comenzar su labor de llevar el teatro como un vehículo de readaptación espiritual, mental, y social de los internos. ¿Pero cómo comenzó todo? Jorge me platicaba que tuvo un declive en su carrera de actor. Dejó de tener la protección de Héctor Azar por un error cometido al no presentarse a una función teatral en el Teatro Principal de Puebla. Obra que dirigía el mismo Héctor Azar. Lo congeló por espacio de dos años. Lo que le dijo Azar nunca lo olvidó. Fue terrible para él. Le dijo que era un actor “valemadrista”. Ese epíteto caló hondo en Jorge.
Juan Pablo de Tavira lo invita como bibliotecario en la Procuraduría General de Justicia del Distrito Federal. Se integra a ese trabajo por un buen tiempo, pero algo esperaba a Jorge, dejemos que él lo cuente textual:
“Juan Pablo De Tavira, se va como subdirector a reclusorios y me invita a dar clases de teatro y me dice: Ahora si estás en lo tuyo, no desmayes ni flaquees. Tu amigo te apoya
“Yo no era mal actor. Pero al darme cuenta de la realidad del interno, su tragedia (el hombre contra su destino) apoyando la idea de Juan Pablo, me quedé en reclusorios. Hace 35 años. Juntos ideamos el teatro penitenciario y hasta la fecha. Apoyándonos en el artículo 18 constitucional que al margen dice: la pérdida de la libertad física, no implica la pérdida de la libertad de expresión. El humanismo es nuestra bandera. Un Teatro humano.
“Al fin, después de tantos años el Teatro Penitenciario es propuesto por la Secretaria de la Función pública, como una herramienta de mejora gubernamental (Política pública). Por ser el medio más eficaz para una verdaderamente reinserción. Creíamos y sigo creyendo en el hombre. Y que era merecedor de una o varias oportunidades. Y aquí estoy. No están todos los que están, ni están todos lo que son. Un verdadero teatro de cambio social. Como decía Montesinos: Aquí está el hombre; el delito quedó atrás”.
Los buenos amigos vuelven a encontrarse y llevan a cabo una labor honda de reinserción al preso por medio del teatro. Hicieron varias obras juntos con los presos. Jorge me hablaba de una llamada, “En Carne Viva”, de Raúl Carrancá.
El protagonista fue Gilberto Flores Alavez. Criminal famoso que había matado a sus abuelos a finales de los setentas. Fue el primer montaje de la naciente Compañía de Teatro Penitenciario. Otro montaje recuerda Jorge: “La Boda de los Pequeños Burgueses” de Brecht. Los presos fueron los actores.
A partir de ahí Jorge ha llevado una labor de trabajo por espacio de casi cuarenta años. Cuenta en simpatía que si se hicieran cuentas de las horas trabajadas, doce horas diarias por 37 años, ha sido una larga condena y eso que todavía no la concluye. Ríe de su realidad tiernamente.
En 2014 Jorge logró un sueño largamente acariciado, siempre había soñado como guanajuatense que es, actuar en el Festival Internacional Cervantino. La obra “Hamlet”, representada por internos del Cefereso 12 de Guanajuato, fue puesta en escena en el festival con una dirección de Jorge Correa.
Para el director y actor en la oscuridad del Teatro Penitenciario es donde ha aprendido “el arte de tocar el alma”. El objetivo de él es conformar ahora una compañía que se llame “Expresarte”, con ex internos, que en la mañana tengan un empleo y en la tarde se integren al laboratorio del teatro preventivo.
Hay un método que Jorge ha creado que se llama (Strap) “Sistema Teatral de Readaptación y Asistencia Preventiva”. Por medio de él sensibiliza e integra a los grupos para hacer una obra de teatro. Este método son una serie de juegos maravillosos. El practicante, en este caso el recluso, empieza a tener conciencia de sí mismo, se ve, se siente, se oye, convive con sus cinco sentidos, con su ser, empieza a respetarse. Es alguien. No es alguien más que odian o que se odie. Ha publicado un libro con el nombre de este método “Strap”. De hecho, tiene otro libro llamado: “Buzo de aguas Negras”.
Jorge Correa se basa mucho en las técnicas de Boal, de Brecht, de Stanislavski para el trabajo de ejercicios y de las puestas en escena con los internos. Una de sus últimas puestas fue en el Cefereso de Hermosillo: La Vida es Sueño, de Calderón de la Barca.
Con el trabajo de Jorge me acuerdo mucho de los cineastas italianos, Los Hermanos Taviani, y su célebre película hecha con reos: “César debe Morir”, basada en Julio César, de Shakespeare. La película era contundente por el naturalismo actoral de los reclusos. Por cierto uno de los hermanos, Vittorio, acaba de fallecer en Abril pasado del 2018.
Jorge Correa es un guerrero. Un quijote. Un hombre fundamental en aras de sanar el alma de los hombres. Una labor apostólica digna de admiración. Es tanto lo que puede hacer el teatro, y Jorge lo ha puesto a la luz de quien parece no le queda más que vivir en la oscuridad. Yo me quito el sombrero ante la labor humanitaria y artística de este gran señor llamado Jorge Correa.
Vaya el homenaje también a Juan Pablo De Tavira, QEPD, por haber confiado en Jorge y levantar anclas ambos para adentrarse a las fuertes tormentas en pos de un tesoro muy grande: La recuperación del alma humana.
Así recuerda Jorge Correa a su amigo Juan Pablo De Tavira:
“Fue mi compañero de teatro en la Escuela de Arte Teatral 1967 1968. En 1975 entramos a estudiar con Héctor Azar al CADAC Dirección y creación Dramática con Vicente Leñero. Él estudiaba Derecho, en la Escuela libre de Derecho, y se fue a estudiar su doctorado en criminología en la Universidad Complutense de Madrid. A su regreso me invita a participar en su equipo del Instituto de Formación Profesional de la Procuraduría General de Justicia del DF como bibliotecario en ese instituto. Dónde me apasioné por todo lo que concierne al fenómeno del mundo de la criminología y el sistema penal, 1978 – 1983. Él fue mi hermano, mi amigo, mi cómplice de las lides teatrales. Montamos La boda de los Pequeños Burgueses, de B. Brecht; La sonrisa de la IP, de A.husley; Macbett, de E. Ionesco. Éramos un par de locos”.
Raúl Adalid Sainz, en algún lugar de México Tenochtitlan