De mi libro » Historias de Actores»
«Cómo es posible que ese cómico pueda forzar su alma de tal modo, hasta su idea entera, que por su efecto palidezca su rostro, haya lágrimas en sus ojos y desvarío en su expresión». Shakespeare en voz de Hamlet.
Raúl Adalid Sainz
De los grandes privilegios que he tenido en la carrera de actor fue el de trabajar al lado del querido maestro Claudio Obregón. Tener veintiún años y trabajar doscientas sesenta funciones de teatro, al lado de él, fue un regalo.
La obra fue «Tartufo», de Moliere, con dirección de José Luis Ibáñez, en el bellísimo Teatro Hidalgo. El ser alumno del maestro Ibáñez me llevó ahí. Tenía muy poco de haber llegado de mi natal Torreón. Cuando llegué al primer ensayo, una tarde a las cinco en punto, vi a Claudio que se probaba unos zapatos para el personaje «Orgón» que iba a interpretar.
Al verlo pensé: «Ahí está Reed». Mi recuerdo a él, era el del periodista norteamericano, que tan bien había interpretado Claudio en la película «Reed México Insurgente», de Paul Leduc, cinta que había visto en mi adolescencia en Torreón. Él era muy amable, yo le decía don Claudio. Me impresionaba su presencia y lo buen actor que era.
Un día en un ensayo se sentó a platicar conmigo y me dijo: «no me digas don Claudio, dime Claudio, vamos a convivir mucho en esta obra». Y así fue. Claudio me habló de la filmación de Reed. Hablamos de su Miguel Miramón en la teleserie histórica «El Carruaje». De su próxima obra teatral «Mi Vida en el Teatro», de David Mamet, y que iba compartir escena con el querido Miguel Ángel Ferriz.
Que había vendido ataúdes. Que no había estudiado actuación. Que era parte del «PSUM», (Partido Socialista Unificado de México) me hablaba de Cuba, de la injusticia y diferencias terribles sociales que vivía este país llamado México. Yo tenía un pequeño papel y lo veía todas las noches como trabajaba.
Cada función era distinto. Un día le dije si me podía enseñar como proyectar la voz, me dijo: «clava cincuenta clavos». Al ver mi cara de desconcierto por no entender fuimos al escenario; «con tu diafragma vas a proyectar con las cinco vocales al fondo de la pared, como si clavaras las vocales, hazlo todos los días».
Al paso de la práctica noté que aprendí a tener otra proyección de mi voz. Ver a Claudio Obregón en escena, conocerlo, fue para mí una escuela de actuación. Me decía que la relajación era condición básica para desarrollar el trabajo actoral.
Al escribir esto me parece verlo, caracterizado de «Orgón», diciendo a «Cleanto», como conoció a «Tartufo», sus delicados matices interiores, su libertad corporal, «Diariamente iba a la iglesia con un aire…manso». Extraordinario. Que dicha fue conocerlo, y que privilegio que haya sido yo tan joven, y haber tenido la oportunidad de aprender de tal ser humano y actor.
A los pocos años de esta experiencia lo aplaudía como espectador en la memorable obra «Contradanza», donde hizo una recreación de la reina Isabel I de Inglaterra. Todos estábamos de pie aplaudiendo. Fui al camerino a felicitarlo y le dije: «que bárbaro Claudio nos tenías de pie enloquecidos», me dijo con esa sonrisa que lo caracterizaba: «Así es todos los días Raúl». Claro, don Claudio sabía que era un gran actor.
Raúl Adalid Sainz, en algún lugar de México-Tenochtitlan