Raúl Adalid Sainz
1616: dos portentos parten a los más grandes infinitos cósmicos. Shakespeare y Cervantes nos dejan, pero nos legaron a perpetuidad su sabia literaria. ¡Qué par de genios respiraron la misma época de vida! Inglaterra y España dieron dos luces prometéicas para el universo.
Tuve el inmenso placer de leer mi primera obra shakespereana a los diecisiete años. Fue la obra prohibida a decir por los actores, simplemente por superstición teatral: Macbeth. Puede traer mala suerte rezan los adagios teatrales.
Cómo olvidar esas imágenes llenas de fantasía fantasmal: aquellas brujas, aquel cuchillo etéreo invitando a Macbeth al ambicioso crimen, aquel alucine fantasmal de Macduff en pleno banquete celebratorio de reino, aquel bosque de Dunsinania, cumpliendo la profecía condenatoria para Macbeth. Shakespeare es potente mago «Merlin» en la mente de un adolescente.
A esa misma edad llegó a mi «El Quijote de la Mancha». Revelando un mundo para un ignorante y yermo norteño. Prostitutas que eran damas y princesas, posadas que eran castillos, frailes que eran ruines castigadores, hechiceros magos que cambiaban la realidad, molinos que eran gigantes, campesina «Dulcinea» que era ama y señora de aquel hidalgo tan lleno de sueños imposibles.
Mi mente en busca de aventuras, de sueños, de ideales, se tornó llena de luces quijotescas. Al tiempo oía a Serrat que decía cantando a León Felipe: «Hazme un sitio en tu montura, que yo también voy cargado de amarguras y no puedo batallar». El sitio se lo pedía a don Quijote.
Cervantes y el Quijote, son dos encantadores de realidades. Crean ficción de la vida. Un viejo, de repente, de tanto leer novelas de caballería, se transforma en héroe de las mismas. Ya no se conforma con leer, quiere ser protagonista. Un actor que cabalga en busca de aventuras por La Mancha. Un escudero ingenuo, Sancho, cuerdo en apariencia, se deja seducir por aquel maravilloso loco encantado, y sale en busca de mejorar su condición social y económica. Pese a ver los desvaríos de su señor, nunca le rompe la ficción de su encanto. Gracias Sancho amigo por no romper ese hilo de teatro en fantasía.
Shakespeare es un Cervantes, con su viejo loco el «Rey Lear» por el bosque. En su desatinada mente se argumentan grandes verdades que se profieren en aquel bosque de tormenta. Un cuerdo bufón lee la conciencia de la vida e ironiza la cauda irracional de la existencia. Dos locos sabios por la vida, uno en un bosque de tormenta fiera, y otro por los campos de La Mancha.
De seguro estos dos encantados literatos se leyeron uno al otro, fueron «Quijotes» y «Lears» de sí mismos, aventureros cómplices de hechizos de ficción.
Cuanta gracia, cuantos «Otelos», «Yagos», «Desdemonas», «Prósperos», «Mirandas», «Dulcineas», «Alonso Quijanos», «Julietas» y «Romeos», nos han dejado para el alma, para el teatro de los días, para ser un entremés, un ensayo general antes de llegar a los paraísos eternos, donde estos grandes hermanos se solazan ahora, el uno al otro.
Gracias William, gracias Miguel, gracias por tanto.
Dedicado a todos los cervantistas y shakespirianos esparcidos por el mundo. A esos que se buscan en su ser o no ser hamletiano, en ese su cabalgar a solas en «Rucio» y «Rocinante», por esa la manchega llanura.
Raúl Adalid Sainz, en algún lugar de México Tenochtitlan