De mal humor a mal humor
Julián Parra Ibarra
Ejercer el poder desgasta, de manera natural la inmensa mayoría de los políticos cuando ganan lo hacen porque sus niveles de aceptación y popularidad son lo suficiente altos como para ganar una elección, y poco a poco esos porcentajes se van reduciendo, y pueden seguir en caída libre si la forma de gobernar no satisface las expectativas de los ciudadanos, como ocurrió con Enrique Peña Nieto, a quien una serie de hechos lo metieron en un tobogán del que nunca pudo salir: Ayotzinapa, Tlatlaya y la Casa Blanca, entre muchos otros.
Hay casos excepcionales como el de Miguel Ángel Riquelme, gobernador de Coahuila, con quien los niveles de aceptación entre los coahuilenses, ha ido a la inversa conforme avanza su sexenio que ya está a punto de terminar. Esto es, que su llegada al poder no se dio con una abrumadora mayoría, pero su forma de ejercer el poder ha complacido a los habitantes de la entidad, que conforme pasa el tiempo sus porcentajes de popularidad han ido creciendo, al grado que después de mantenerse por más de un año como el segundo gobernador mejor evaluado del país, hace poco más de un semestre que está ubicado en el primer lugar en el país, pero además con cada vez mejores números.
Por el hecho de haber llegado al poder con una abrumadora mayoría y la más alta votación con que haya triunfado un candidato a la Presidencia de la historia de México –más de 30 millones de votos- Andrés Manuel López Obrador consideró en 2018 que los mexicanos le habían expedido un cheque en blanco y que hiciera lo que hiciera, pasara lo que pasara, siempre se iba a mantener en los mismos niveles de popularidad.
Si bien los niveles de aceptación con que cuentan siguen siendo altos, la reducción de su popularidad ha sido lenta pero permanente, pian pianito dirían en mi pueblo. La luna de miel que vivía con el ‘pueblo bueno’ se empezó a fracturar en la elección intermedia federal de 2021; el Presidente nunca esperó que fuera a perder la mayoría en la Cámara de Diputados, ni tampoco que perdería más de la mitad de las delegaciones –hoy alcaldías- de la Ciudad de México, pero así ocurrió.
Acostumbrado en la primera mitad de su gobierno a hacer y deshacer, a tener sometidos a los otros dos poderes a los que les daba órdenes y directrices de en qué sentido tenían que orientar sus decisiones, el hecho de haber perdido algunos controles lo tiene desquiciado, muy irritado y no lo puede ocultar.
En lo que va de este año van una serie de tropiezos que lo tienen bastante molesto. No poder colocar a su ‘delfina’ en la Suprema Corte de Justicia de la Nación –embarrada además en graves acusaciones del plagio de su tesis de licenciatura y doctorado con los que se ha amparado para ser Ministra-, y la actual Ministra presidenta Norma Piña, ya le demostró que ella no es un tapete como lo fue Arturo Zaldívar; sufrió reveses consecutivos con su intención de desmantelar el INE y posteriormente a su famoso Plan ‘B’, como dirían en el barrio, le dieron ‘p’atrás los filderes’; y se le suma la declaratoria de inconstitucionalidad de su propuesta de asignar a la Guardia Nacional bajo el mando de los militares.
Para alguien que ha demostrado poca tolerancia a los fracasos, esto que le ha venido sucediendo es demasiado, pero le sigue echando leña al fuego, y en algunos de los casos de las nuevas víctimas que ha elegido, le va a volver a salir sello. Los ataques desde el púlpito presidencial han encontrado momentáneamente al INAI y a los magistrados integrantes del Poder Judicial a sus nuevas víctimas, y ya se sabe, ante la falta de argumentos e ideas vienen los ataques, los insultos, las descalificaciones, los denuestos.
Pero la embestida presidencial va ahora también contra otras 18 instituciones, entre ellos el Sistema Nacional Anticorrupción –por obvias razones-, el Sistema de Protección Integran de Niñas, Niños y Adolescentes, el Instituto de la Juventud y el de las Personas Mayores. No creo que al final del día le vaya a ir muy bien.
Paradójicamente cada día más, es un día menos que le queda de gobierno, pero cada que avanza el calendario, el Presidente se muestra más irritable, más intolerante, más agresivo, verbalmente más violento contra todo lo que se mueva y se le ponga enfrente.
En más de una ocasión en este mismo espacio lo hemos comentado que de acuerdo con el dicho popular, el que se enoja pierde, sí, pero también lo hemos dicho en más de una ocasión, que cuando el que se enoja es el Presidente, el que pierde es el país. Y desde hace semanas, quizá meses, cuando le han venido sucediendo un tropiezo tras otro, no puede ocultar su enojo, ni su intolerancia al fracaso; como si fuera un niño caprichoso, quiere que el mundo y el universo funcione sólo como él quiere y dice; si no, hay de aquél que desate su furia. Sólo que en esta ocasión, él no está considerando ni midiendo en su justa dimensión, que también enfrente ha venido creciendo el mal humor social. Si quiere paulatinamente, pero viene creciendo. Ojo.
@JulianParraIba