Enrique Martínez y Morales
La celebración más importante para la cristiandad es sin duda la Semana Santa. Aunque muchos festejan la Navidad con más fervor e intensidad, la verdad es que el rasgo distintivo y más glorioso de Jesús no fue haber nacido en un pesebre, ni siquiera haber sido flagelado, vejado y muerto en la cruz, sino el haber vencido a la muerte y resucitado al tercer día.
Para que el plan divino siguiera su curso, Jesús tenía que ser acusado, juzgado y sentenciado a muerte. Y así sucedió. Por su parte, las autoridades judías representadas por el Sanedrín lo condenaron por sus faltas religiosas, al cometer la blasfemia de autoproclamarse el hijo de Dios; mientras que las autoridades romanas lo imputaron por sus faltas políticas, incitando a alterar el orden público.
La sentencia romana a padecer crucificado fue a todas luces un exceso. Los delitos cometidos según la ley vigente eran menores. La razón por la que se decidió escalar el castigo a ese nivel fue más bien para complacer a la comunidad judía y llevar la fiesta en paz. Una decisión política basada más en el hecho que en el derecho.
Para descargar su conciencia, Poncio Pilatos, prefecto de Judea y responsable de la ejecución del acusado, decidió darle al reo una oportunidad, quien, para él y para muchos, era completamente inocente. Así que convenientemente echó mano de una tradición ancestral con motivo de la celebración de la Pascua judía, en la que se indultaba a un prisionero según lo decidiera la gente por aclamación popular.
Para magnificar el contraste, Pilatos dispuso que el competidor de Jesús fuera Barrabás, otro condenado también a la crucifixión. Y aunque los evangelistas no se ponen de acuerdo en cuanto a las razones de su aprensión ni de su grado de peligrosidad, lo que sí sabemos es que era muy impopular y que el propio prefecto se sorprendió ingratamente al escuchar el veredicto del pueblo.
Así es. Jesús fue condenado a morir en la cruz por una votación “a mano alzada”. El argumento de que los habitantes de Jerusalén estaban predispuestos contra él es poco convincente si se considera que cinco días antes, el domingo de Ramos, ese mismo pueblo lo recibió con vítores apoteósicos y aclamaciones de rey. ¿Qué pasó entonces?
Ese es el riego de las votaciones “a mano alzada”. La multitud no posee en ese momento con los detalles de las alternativas ni sus consecuencias futuras. El hecho de contar con “información imperfecta” conduce a decisiones incorrectas, la mayor parte de las veces abominables.
Cuando un gobernante ya tomó una decisión, lo más sano es que la ejecute sin eludir responsabilidad ni gastando recursos en plebiscitos amañados. Eso le quita seriedad al gobierno y al final de cuentas la decisión no cambiará.