Don Enrique, el guardia que irradiaba cortesía y fineza
Salvador Hernández Vélez
Don Enrique Martínez Hernández era quien nos recibía en la puerta de ingreso al edificio de la rectoría de la UAdeC, lo hacía siempre con gran amabilidad, alegría y respeto, lo que se condensaba en una sonrisa de bienvenida.
Mi amigo “Chuy” Lozano me compartió la siguiente nota de Sergio Flores, director del Programa de Certificación Internacional en Servicio al Cliente: “Si tienes que ‘capacitar’ a un empleado para que salude cuando entra o llama un cliente –o para ‘sonreír y dar las gracias’–, hubo un error de contratación.
Contrata gente amable, inteligente y entusiasta, que traiga de casa los valores y actitudes que quieres en tu cultura”.
Con motivo de la partida de don Enrique, se le organizó un homenaje.
Faby García, manifestó que Alberto Cortés escribió en una de sus canciones, “cuando un amigo se va, queda un espacio vacío”, pero en el caso de don Enrique, ese espacio, quedó lleno de todo lo que entregó, de su amor por la vida.
Blanquita Chávez, de Tesorería, nos compartió: “Compañeros, amigos y familiares hoy nos embarga un sentimiento de pesar por la inesperada partida. La ausencia de un amigo, nunca la esperamos ni imaginamos.
Él siempre nos brindó una sonrisa, un buenos días, con su forma de ser tan especial. Desde el cielo, cada mañana, nos manda un buenos días compañeritos, sin presiones”.
Luego, tomó la palabra Juan Ramos, de Resguardo Institucional: “Don Enrique, se ganó el respeto de todas las personas, ya que con la amabilidad que lo caracterizaba, las recibía. Dejó huella con su trabajo”.
Y Yolanda Martínez, del sindicato, expresó: “…cada uno de nosotros tuvimos la dicha de conocerlo, tratarlo, saludarlo y saber la calidad de persona que era. Siempre nos recibió con una sonrisa, un buenos días. Un gran ser humano”.
Jaime Montenegro dijo: “A don Enrique lo resumiré en una anécdota que lo describe. En una ocasión, platicando con él, en horas de comida, le pregunté, ¿por qué no se sienta? Me dijo: ‘Cuando se está de servicio, el uniforme se lleva de pie’. Me extrañé y le dije, ¿ahora me va a salir que es del Estado Mayor? Me contestó: ‘Fui guardia presidencial con Jolopo’. A ver cuénteme.
Yo le había dicho que tenía una hermana enfermera, y dijo que él también lo fue en el Hospital Universitario.
‘Se acuerda que le conté de las monjitas enfermeras, y que estaba bien crisis, bueno pues siempre quise ser médico, creo se me notaba, porque una monjita me preguntó: ‘¿Quieres ser médico? Pues puedes estudiar en la Médico Militar, ahí te darán beca y es de las mejores’.
Y me fui a México y entré, pero salí un poco burrito, saqué un 80, 90 era panzazo. Me dieron de baja, pero estaba obligado a cubrir tres años de servicio. Me asignaron a Guardias Presidenciales’.
Lo que más me sorprendía es que Don Enrique, el guardia menos mal encarado, tenía un pasado muy interesante. Y siguió contándome: ‘Me resigné, estaba en el Ejército, pero sin estudiar lo que soñé, y me deprimí.
Siempre estuve asignado al Campo Marte. Un día, la hija de Jolopo, quien gustaba de la equitación, sufrió un accidente, una fractura expuesta de pierna. Todos estábamos con miedo de actuar, y que me animo y le enderezo el hueso, y la preparo para entablillar; todos me decían que no sabía lo que hacía, pero como enfermero y con un año de medicina, estaba seguro de lo que hacía. Se la llevaron en helicóptero, me regañaron, y a esperar.
Luego, me citaron en Los Pinos para ver al presidente López Portillo.
Iba con incertidumbre, entrando me dice: ‘¿Que usted le salvó la pierna a mi hija?’. Me sorprendí y dije, sólo cumplí con mi deber, señor.
A lo que él comentó: ‘Sin su intervención, la pierna hubiera sido amputada, estoy en deuda con usted, pídame lo que quiera. Y sin pensarlo, le pedí lo que tanto quería, regresar a Saltillo con mi familia. ¡Quiero mi baja! A lo que contestó: ‘Delo por hecho’”.
Jaime concluyó diciendo: “Me sorprendió mucho esa actitud de un hombre sencillo y sin pretensiones, sin duda, mi general Enrique era de esas personas que solo se dan una vez en la vida. Nunca se quejó, nunca renegó, por el contrario, siempre fue ejemplo. En las mañanas cuando lo veía, yo ya iba cansado, a pesar de ser temprano, pensaba, ¿cómo le hace este señor?, a su edad y con toda la actitud dando información y atendiendo de la mejor manera, sin duda, un ejemplo de vida”.
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