martes 26, noviembre, 2024

PANTEÓN POLÍTICO MEXICANO

Luis Alberto Vázquez Álvarez

Todas las civilizaciones han tenido como núcleo ideológico una religión; esta surge a partir de una divinidad benévola, creadora, que busca el bien y adorada por la mayoría; pero siempre enfrenta un ser maligno, destructor y engañador con seguidores también muy fieles, instaurando así panteones mitológicos.

En el ámbito puramente humano y especial en los histórico-político sucede algo similar; se divinizan personajes que adquieren en un primer momento carácter benigno para un sector de la población y siempre frente a él un demonio malévolo, pero más tarde, las opiniones pueden transformar lo indulgente en despiadado. En esto juegan papel importante, no único pero sí trascendente los historiadores, que como en todo, hay serios y honestos así como abyectos y calumniadores. Los primeros investigan y buscar datar verdades, pero batallan para publicar sus tratados, los segundos venden su pluma y los impresores fácilmente editan esas obras, seguros que, con el apoyo gubernamental recibido por el escritor, podrán recuperar lo invertido y ganar mucho. Así aparecen best seller de nefastos troleros que se autodenominan cronistas y sus obras son adquiridas, que, no siempre leídas, por sus fanes ideológicos.

Nuestra patria ha sido escenario de personajes a los que se han deificado y su opositor demonizado, pero transcurrido algún fenómeno social, las personalidades se trastocan: Tras 300 años de virreinato; Hidalgo y Morelos se rebelaron y fueron para las clases poderosas abominables destructores de las leyes e instituciones; en tanto que Félix María Calleja era el garante del orden imperante. Los primeros fueron excomulgados y el segundo nombrado virrey. Cuando México logró su independencia, las posturas giraron 180 grados.

El primer caudillo brillante del siglo XIX fue Antonio López de Santa Anna para los grupos de poder político y económico en tanto que los liberales eran demonios aberrantes. Tras su caída llegó Benito Juárez (quien en su juventud había sido santaannista). Se convirtió en Mefistófeles, incluso en anticristo para los conservadores quienes veían como paladines a Miramón y a Maximiliano. Al triunfo de la república Juárez queda como lo máximo del caudillismo político y encuentra como enemigo a Porfirio Díaz que se rebelará contra él bajo el principio de “No Reelección” (Juárez ya la había patentado y ahí hubiera permanecido si no muere). Díaz mantuvo férreo poder absoluto y difícilmente en sus primeros siete periodos existió un villano que lo hiciera templar.

1910.- Llega el movimiento maderista y su líder es considerado un leviatán que devoraría todo el orden socioeconómico creado en el porfiriato; había que destruirlo, neoporfiristas apoyan al “magnífico” Victoriano Huerta: redentor del cacicazgo latifundista. La revolución nacida en ese lapso generó infinidad de paladines; pero al final de la gesta armada surgió un caudillo político que no dudó en asesinar a los demás, incluso su padre político para dominar a México y generarle un sistema que ha perdurado por más de 90 años: Plutarco Elías Calles, quien en 1929 instaura el organismo que va a sustituir en la fortaleza popular a los caudillos físicos existentes, sin acabarlos, más bien incorporándolos a su partido.

Los primeros adalides populares, trabajadores, campesinos se convirtieron en los guías de la transformación política callista que tuvo la capacidad de hasta fundar, él mismo, su propia oposición que por varios años muchas personas honestas creyeron que realmente eran los salvadores de la decencia hasta que llegó el momento de quitarse la careta, salir de lo enigmático demostrando su amasiato y defendiendo aquel concubino original.

Después de Calles, salvo Lázaro Cárdenas, ningún presidente puede considerarse “caudillo” como tal; fueron simples políticos sin más trascendencia que ocupar el cargo. Ni siquiera cuando ocurrió un “imaginario” cambio democrático; en realidad fue un giro de 360 grados, pero todos pasaron al panteón dando su nombre a calles y ciudades.

AMLO indiscutiblemente acaudilla una transformación, benevolente para muchos y maldita de otros; actualmente posee una aceptación popular muy alta: (63% dicen sus contrarios; arriba del 70% aseguran sus seguidores).  ¿Podrá AMLO conservar ese caudillismo? Existen batallas intestinas en su partido que pudieran causar la muerte de su cuarta transformación, no las grotescas procesiones que lo mitifican y menos los aquelarres que lo demonizan.

¿Surgirá una verdadera antítesis convertida en oposición con programa nacional no con falacias e insultos?

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