martes 26, noviembre, 2024

Arturo Nava, un creador de mundos escénicos y lumínicos

(Mi experiencia con Arturo, como actor, en cuatro obras: “La Fiera del Ajusco”, “Fugitivos”, “Libros para Cocinar”, y “Exonerados”)

Raúl Adalid Sainz

Hablar del querido Arturo Nava, es remitirse al teatro. “El teatro lo elige a uno”, dice en aforismo, el director Luis de Tavira. Así sucedió con Arturo. Oriundo de un pequeño pueblo (Chilapa) en el estado de Guerrero. Llega a la ciudad de México para terminar su secundaria. En sus estudios de preparatoria (la prepa 5) conoce al director teatral y maestro Héctor Azar, quien le contagia en pasión el amor por el teatro.

Inicia este gusto, como actor, en una obra (“El Periquillo Sarniento”) que dirige el maestro Azar. Continúa su proceso académico e ingresa a estudiar la carrera de arquitectura. Ahí tiene como maestro a Ludwik Margules, quien daba la asignatura de teatro para la construcción de escenografías. Se interesa por la pantomima, e ingresa a un taller que había en la misma carrera de arquitectura.

Una vez titulado, el azar nuevamente, lo lleva a ser asistente dibujante del gran escenógrafo mexicano Julio Prieto. Los caminos lo llevaron a ser encargado del mantenimiento de los teatros de la UNAM. Al poco tiempo fue coordinador del “Teatro de Arquitectura” (1981) de la UNAM.

En ese tiempo es cuando conozco a Arturo. Acababa yo de llegar de mi natal Torreón, estudiaba mi carrera de teatro en la UNAM, y ensayábamos en el “Teatro de Arquitectura”, la obra “Zapata”, de Mauricio Magdaleno, para aquellas famosas temporadas de “Teatro Estudiantil de la UNAM”. Ahí veía a Arturo siempre diligente.

Recuerdo su sonrisa, su bonhomía, sus bromas. A veces lo veía uno barriendo el foro (herencia de Julio Prieto, barrer el escenario, como acto ritual, para alejar las malas vibras) vendiendo boletos, visitando la cabina, encendiendo la consola de luces, eran quizá, sus primeros escarceos de lo que iba a ser su mundo: La iluminación. Ésta llega a él, por ventura.

Arturo contaba, en el asombro, recordando la época en que fue coordinador de producción teatral de la UNAM, en tiempos de la jefatura de Luis de Tavira, en Teatro y Danza. Se hizo en 1984, “La Orestiada”, dirigida por José Solé. Gran producción de una obra que duraba seis horas. Arturo pidió al maestro Solé, si le permitía estar con él cuando iluminara. Deseaba aprender sobre la materia. Los ensayos corrían y el maestro Solé no iluminaba.

Faltando poco para el estreno le dijo al director, que cuándo haría la iluminación; para Arturo era importante el hecho, pues llevaba la producción de la obra. Su sorpresa fue lo que le dijo, José Solé: “Usted la va a hacer”. Arturo se negó, diciendo que él no sabía. El máster Solé, le dijo: “Claro que puede”.

Arturo mismo decía, que él creía que no lo había hecho tan mal, porque fue a ver la obra Miguel Sabido, y lo invitó a iluminar la célebre obra, “Falsa Crónica de Juana la Loca”, autoría y dirección del mismo Miguel Sabido. Este trabajo lo llenaba de orgullo a Arturo. Fue una gran creación de él, dando presencia escénica al recinto, la Iglesia de San Agustín, en el centro histórico de la Ciudad de México, y dando realce en texturas lumínicas al cuerpo y rostro de los actores.

De ahí la carrera de Arturo pegó un brinco profesional. Yo aún recuerdo su primera obra, donde fue escenógrafo e iluminador del espectáculo: “Eurídice”, con su antiguo grupo de pantomima, y una dirección de Rafael Pimentel. “Teatro de Santa Catarina”.

En 1985, siendo ya actor profesional, conocí a Arturo como escenógrafo e iluminador en “La Fiera del Ajusco”, de Víctor Hugo Rascón Banda, dirección de Martha Luna. “Era el señor joven que veía en el Teatro de Arquitectura”, pensaba yo. En esta obra me llamó mucho la atención el trabajo de atmósferas que creaba. Una creación de ámbitos por medio de la luz.

A veces festiva, a veces en claro oscuros, de Goya o Rembrandt. Arturo acompañaba en luz, el viaje terrible de la protagonista (Ángeles Marín) que interpretaba a aquella mujer que había asesinado, en la vida real, a sus cuatro hijos en el Ajusco.

En el año 1992, volví a encontrarme con Arturo en aquel entrañable montaje, para mí, llamado “Fugitivos”, de Víctor Hugo Rascón Banda, y dirección de Raúl Zermeño. Arturo acostumbraba ir a los ensayos desde la primera lectura de la obra. Él decía que le gustaba recibir una segunda impresión de la obra, pero ya con los actores. Le gustaba sentir su energía. Qué caras y qué cuerpos iba a dimensionar en el espacio, qué texturas del rostro iba a iluminar.

En esta obra Arturo creó un espacio metafórico de una cárcel. Un gran enrejado de malla en proscenio, el escenario era el frontón del penal. En este montaje, Raúl Zermeño y Arturo, hicieron una sinfonía narrativa escénica. La luz marcaba ámbitos, creaba ritmos escénicos, era un faro que marcaba los enlaces. Un trabajo muy poético lumínico, dentro del terrible entorno carcelario y de narcotráfico, del que hacía alusión la obra. Arturo era tan bueno, que hacía que hasta bonito me viera, en esa obra hacía un desnudo total. ¡Gracias Arturo por cuidarme!

En el año 1999, la vida me hizo reencontrarme, por fortuna, con el buen Arturo Nava. Lo veía continuamente, por el “Foro de Teatro Contemporáneo”, escuela que dirigía Ludwik Margules. Al vernos nos decíamos: “a ver cuándo volvemos a trabajar”, Arturo siempre subrayaba el gusto de verte con una sonrisa.

El caso es que se nos hizo volver a jugar juntos. La obra fue “Libros para Cocinar”, dirigida por el querido Nacho Escárcega. Un gran trabajo de Nava. La escenografía muy práctica para la representación de cinco obras cortas de jóvenes norteamericanos, donde el realismo contemporáneo estaba presente como norma de estilo.

Nuevamente los ámbitos muy bien sugeridos. Atmósferas que señalaban mundos, según la obra representada. Aquí Arturo trabajó mucho la mueblería de metal. Misma que fue un sello en sus trabajos escenográficos. Siempre recordaré la ambientación en luz que hizo de la obra, de cinco, llamada: 4 AM. Una cafetería nocturna, de asiduos noctámbulos en Nueva York. Azules, rojos, ocres, todo en mezcla lumínica, para jugar un blues de Manhattan en sinfonía de aquellos personajes. Obra representada en el “Teatro López Mancera”, de la ENAT, y en el Teatro “El Galeón”.

Cuatro años después, en 2003, nos encontramos en el teatro comercial (Ocesa), en la obra “Exonerados”, una dirección del querido Gerardo González y producción de Morris Gilbert. La obra eran una serie de testimonios vivos, con gente que había salvado la silla eléctrica (pena de muerte) en los Estados Unidos. Arturo Nava entró en mundo de luz por el camino y confesiones crudas y dolorosas de aquellos seres en dolor.

Su paleta de colores lumínicos eran una metáfora del contenido de vida narrado. Arturo señalaba, era su luz un eco simbólico de lo que el alma del personaje transitaba. Su escenografía, fue un signo muy contemporáneo en construcción, hecha en varillas, metales cuadriculados, transparentando un fulgor. Eran las rejas de un penal, filtrándose la luz de la esperanza en resurrección. El proscenio, en un plano bajo, tenía este marco, en el escenario se encontraban unas sillas altas, con su atril, para cada actor.

Dos narradores, en una base alta con su respectiva silla, comentaban, y eran parte, en veces, de la acción. Esto ocurrió en el “Teatro Rafael Solana”. Otra muy linda experiencia compartida con el buen Arturo Nava. Tipazo.

Hoy, 26 de enero de 2023, me entero del adiós de este gran compañero de senda. Me da un gusto enorme haber compartido con él, el escenario. Arturo Nava, era un hombre lleno de pasión, un creador de espacios, un duende juguetón de la luz. Un ser que amaba profundamente su vocación. Un día le preguntaron, qué era para él, el teatro.

Arturo dijo: “El teatro es para mí una condición de vida, es lo que te puede infundir para tener un planteamiento de existencia. Me da un fundamento de juego intelectual o visual, que no me podría dar ninguna carrera, incluida la arquitectura. El teatro te da la oportunidad de entrar a otros mundos que no son terrenales, y eso es lo maravilloso”.

Después de este gajo de vida sólo puedo decirte: ¡Hasta la vista, mi muy querido Arturo, sigue encendiendo allá la luz de tu poesía escénica!

Nota: Lo dicho por Arturo Nava, acerca de qué era el teatro para él, lo tomé de un programa de la red social, “Teatro Ciudad de México” en You Tube: “Descubriendo Artes Escénicas con Arturo Nava”.

Raúl Adalid Sainz, en algún lugar de México Tenochtitlán

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