domingo 22, diciembre, 2024

DE RAÍCES Y HORIZONTES

En sus propios caminos

Arcelia Ayup Silveti

La banqueta del parque tiene muchas hojas caídas, de diferentes árboles, de varios tamaños, texturas y colores. La mayoría son en tonos terracotas, arrugadas y marchitas. Es fácil ver sus venas en una radiografía natural. Me gusta buscar las más viejitas y pisarlas. El sonido es único en cada hoja con su muerte doble, con crujidos suaves o un tanto más fuerte ante el impacto de mi tenis con un gran peso adjunto. Ninguna se salva.

La vida del árbol se equipara al del ser humano. En primer término, la siembra de los árboles o gestación del bebé; el desarrollo o maduración de ambos seres vivos, en el caso de los árboles producen ramas secundarias, nuevas copas, mayor altura y el tronco se ensancha. Los bebés pasan a ser niños, caminan y tienen nuevas capacidades motoras, de lenguaje y despliegan su inteligencia.

La juventud y ensanche es cuando el árbol es joven y desacelera su crecimiento para darle prioridad energética a otras tareas. Su aspecto es como la de un árbol adulto, aunque más pequeño y sin capacidad reproductiva; además ya no necesita apoyos externos para crecer erguido. Empieza su fase de expansión, con más copas, ramas y follaje. Con algunas diferencias, es justo en esta etapa que los humanos necesitan más soporte externo de sus padres para que su camino sea lo más recto posible. Además, el cuerpo empieza en transición para dar paso al adulto y puede reproducirse de manera física, más no en forma emocional en la mayoría de los casos.

Los árboles primero maduran y luego se reproducen, a diferencia de nuestra especie. En la madurez las raíces del árbol logran mayor profundidad, absorción de agua y nutrientes de forma natural y no necesitan grandes cuidados. Un árbol maduro produce semillas y polen para que pueda reproducirse e invierten mucha energía para este fin. Así es a grandes rasgos su proceso.

Por su parte, los humanos florecen cuando nadie lo espera, compensan el abono que por mucho tiempo recibieron de sus padres. Germinan en sus propios caminos. Toman las herramientas que les son útiles e inician una brecha con sus talentos, con su ser que alimentan  por sí mismos. Caminan con altibajos y maduran en cada estación, de acuerdo a su propia guia, para quizá cultivar alguna cosecha. Un día así sin más, pisarán las hojas del árbol con el que crecieron aún sin saberlo y el crujir de ellas será como el que tenía en su memoria de infancia.

biznagaas@hotmail.com

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