Sin embargo, con nosotros mismos,
hemos sido morosos en cambiar
lo que la experiencia demuestra
que debe ser cambiado[1].
Silvio Rodríguez
Emanuel Alvarado
Para contextualizar el término izquierda debemos mirar hacia el pasado, al origen de unos términos que han servido durante los últimos 200 años para definir dos posturas políticas opuestas: izquierda y derecha.
Estos dos términos, nacidos en Francia como veremos, se expandieron por el mundo como dos fuerzas contrarias en que persisten un montón de matices y dentro de ellas, ya sean de izquierda o derecha, caben todas las corrientes políticas: progresistas, radicales, anarquistas, reaccionarios, moderados, socialistas, comunistas, conservadores, liberales, demócratas, republicanos, monárquicos, nacionalistas… con todas sus combinaciones posibles. Pero algo sí queda claro, al menos para algunos: el pensamiento de izquierda tiene como base de su motivación las consideraciones sociales y es sensible a ejercer los cambios necesarios para que la sociedad se mude a estadios pretendidamente más justos y equitativos; mientras que el pensamiento de derecha pretende que las cosas no cambien o cambien a su favor, siguiendo la regla de lo establecido históricamente para las familias y grupos que ostentan el poder.
Para comprender esta definición o inclinación histórica de unos y otros volveremos en el tiempo a la Asamblea Constituyente de Francia donde, el 28 de agosto de 1789, estaba teniendo lugar la votación sobre el poder que debía tener el rey Luis XVI y se discutía qué forma de gobierno (unicameral o bicameral, cámara baja con diputados elegidos por el pueblo y cámara alta con senadores elegidos por el rey) se debía adoptar y ¿qué poderes debían permanecer en el rey? La Asamblea se dividía entre partidarios que le querían otorgar al rey un poder de veto absoluto (en su mayoría aristócratas) y los que no querían dejarle ningún poder al rey (los liberales) para vetar las leyes emanadas de los constituyentes. Entonces, al calor de la discusión, los bandos se fueron acomodando de manera natural en la sala. A la izquierda quedaron los más revolucionarios, aquéllos que querían un cambio radical y eran más progresistas; a la derecha los que estaban a favor del rey, los más conservadores.
EL NACIMIENTO DE LA IZQUIERDA Y DERECHA
Para explicarlo, tenemos que volver a la sala de la Asamblea Constituyente donde, cuenta la historia[2], “el debate desatado en la asamblea, integrada tanto por seguidores de la Corona como por revolucionarios interesados en tumbarla, era tan acalorado y pasional que los contrincantes se terminaron ubicando estratégicamente en la sala según sus afinidades. De un lado, en las sillas ubicadas a la derecha del presidente del organismo, se sentó el grupo más conservador. Eran los leales a la Corona, quienes querían contener la Revolución y que el rey conservara el poder y el derecho al veto absoluto sobre toda ley. Del otro lado, en las sillas de la izquierda, se comenzaron a reunir los revolucionarios que tenían una visión opuesta. Eran los más progresistas de la sala, los que pedían un cambio de orden radical. Para ellos, el rey solo debía tener derecho a un veto suspensivo. Es decir, si este no estaba de acuerdo con una propuesta de ley podía suspender el proceso por un tiempo determinado, pero no podía detenerla definitivamente ni cancelarla. Lo anterior suponía el fin del poder absoluto del monarca. Según recogen los registros del Senado francés, la votación de ese día la ganaron los que estaban sentados a la izquierda, con 673 votos frente a los 325 que emitieron los de la derecha”.
A partir de entonces, tanto en Francia como en el resto del mundo, las posturas generales sobre la forma de gobernar una república se polarizaron bajo esta dicotomía de extremos políticos. Una derecha conservadora ligada a la iglesia y al clero predominante (pudiendo ser este no exclusivamente católico, sino según sea dominante en los distintos países: católicos, ortodoxos, protestantes: anglicanos, luteranos, etcétera), y una postura económica a favor del libre mercado. O bien una izquierda liberal y laica (postura ideológica que defiende la independencia del hombre o de la sociedad, y especialmente la del Estado, de toda influencia religiosa o eclesiástica), con una postura moderada sobre un mercado económico regulado. Ambas con sus particularidades democráticas.
ENTONCES ¿QUÉ ES SER LIBERAL?
A los liberales, como a los izquierdistas, se les puede hallar en todas las formas de gobierno; es por esto que existe mucha confusión. Los hay dentro de las monarquías, dentro de los regímenes totalitarios, dentro de la derecha, o bien, dentro de la propia izquierda. Y si además a esto le agregamos a los moderados, tendremos entonces un multifacético mosaico de opciones, tendencias y posturas políticas en todas partes.
Sin embargo, el liberal siempre tenderá a la apertura, con una mayor disposición a los cambios y a las reformas; estará, idealmente, como aquellos viejos revolucionarios franceses, a favor del pueblo. Estará dispuesto a sumarse a los vientos de cambio, y más, si estos introducen mejoras en las condiciones de vida de los más desfavorecidos. Mantendrá una postura abierta, de respeto y garantía hacia los derechos humanos, la justicia, el progreso, el estado de derecho, la gobernabilidad cívica, la democracia sin condiciones, y a favor de la libertad de expresión, la libertad de pensamiento, de asociación y todas las libertades sociales.
EL PROGRESISMO COMO POSTURA IDEOLÓGICA Y POLÍTICA
Mantener una postura progresista, como ideología y política, nos lleva necesariamente a buscar en todo momento el bien común basados en la experiencia, rescatando y articulando lo que sí funcionó en el pasado y reformando lo que haga falta para alcanzar un estado de bienestar generalizado; donde se respeten, sin restricciones, todos los derechos (económicos, sociales, culturales, políticos, civiles, humanos) y se tiendan lazos que de alguna manera garanticen que dicho Estado, incluidos la totalidad de servidores públicos, estén abocados y hagan suyas, todas las demandas y luchas sociales contemporáneas. Es decir, en pocas palabras, que se deban a la voluntad y necesidades del pueblo en todas sus acciones de gobierno, dedicándose en cuerpo y alma a cumplir cada uno de los Artículos Constitucionales garantizando con ello el bienestar.
LA IZQUIERDA LIBERAL PROGRESISTA
Lo que le conviene a México, como sociedad, es abandonar en definitiva el corrupto régimen encabezado por los viejos partidos políticos y blindarse, a través de la educación política, para que no vuelvan jamás. El próximo gobierno federal también deberá alejarse del populismo negativo y divisorio de la 4T (cuya extraordinaria tesis, la transformación de la vida pública del país, se vio opacada por un discurso anacrónico y una actitud tibia en su comunicación, además del olvido de gobernar para todos y representarlos en cada momento). La estratagema de Morena de sumar comparsas para ganar abarcando mucho le salió contraproducente, porque en su composición subieron y admitieron a muchos que no debieron subir, que no debieron dejar pasar y que ahora las bases genuinas no pueden componer ni contener o difícilmente lo harán. El nuevo gobierno, seguramente emanado de Morena deberá luchar por desterrar a quienes no tienen cabida en un gobierno que podría consolidar a la izquierda como la mejor alternativa para México. Por eso… Un rotundo sí a la izquierda, una que garantice la defensa del pueblo en sus más caros anhelos ante el avasallador empuje conservador de los potentados que le quieren negar a este país la equidad.
Sí al liberalismo en torno a las derechos humanos, las posturas ideológicas plurales e incluyentes y el estado de derecho; sí al progresismo programático, aquél que tomará lo que sirve y dio prueba de serlo pero que al mismo tiempo será capaz de reforzar e impulsa nuevas formas de gobernar para todos que garanticen el bien común, la justicia social, el acceso a la Justicia, a la educación, a la cultura y al cambio que la sociedad mexicana se merece y que sigue esperando a que la Revolución verdaderamente le haga justicia a este pueblo.
Que el Estado termine por separarse de la religión y se encamine por el camino laico. En la política económica que se conserve lo que sí funcionó, se incentive la inversión extranjera bajo condiciones de bienestar social para la nación y con soberanía, que nos afiancemos en el comercio internacional a través de nuestras exportaciones de calidad y que las posturas de neutralidad y de respeto a las soberanías de los otros países sigan siendo la política exterior mexicana. Asumiendo, con todo ello, el liderazgo que le corresponde a México, por su historia y tradición, en la América Latina que todos deseamos para el bien de nuestras patrias.
Vamos a pensar que todos los gobiernos, comenzando por los partidos políticos de donde emanaron, aspiran y buscan el progreso; idealmente espiritual, material y emocional de los ciudadanos, pero sus caminos son distintos. La izquierda liberal progresista busca, a un tiempo, tomar lo mejor del pasado, reformar lo que se tenga que reformar y afianzar el presente y el futuro de una nación bajo la base de lo que es eficiente, de lo que es conveniente y de lo que funciona. El mundo no debería ser blanco o negro, se debe lograr el matiz de gris que le sea necesario a cada país en lo económico, cultural, científico, educativo, tecnológico, político, etcétera. Pero siempre y en todo momento priorizando el bienestar social de los individuos y el bien común en un ambiente de paz.
FB: @EmanuelAlvaradoEscritor
[1] De nuevo Sea señora, 01 de octubre 2022 https://segundacita.blogspot.com/
[2] https://www.bbc.com/mundo/noticias-internacional-55882272