Silvia Romeo Adame
Siempre he considerado que hacerme cargo de la crianza de mis hijos y ser una mamá presente al 100% es un privilegio. Y efectivamente lo es, cuando recuerdo a aquella mamá que tuvo que encadenar a su hijo autista en la casa para salir a trabajar, muy criticada, por cierto, pero nadie la fue a mantener o a cuidar a su hijo.
Pero mientras muchos hablamos desde nuestros privilegios, hay mujeres que no alcanzan a asomar la cabeza, ocupadas 24 horas los 7 días de la semana, devaluadas incluso por otras mujeres que “sí” trabajan formalmente.
Sin embargo, con privilegios y sin ellos, todas las mujeres cuidamos en algún momento de nuestras vidas y lo hacemos sin reconocimiento, sin capacitación, sin horarios, sin remuneración y muchas veces en condiciones muy precarias.
Día internacional del Cuidador
El pasado 5 de noviembre se conmemoró el día internacional de las personas cuidadoras y, a dos años de que se discutiera y aprobara en la Cámara de Diputados las reformas a los artículos 4 y 73 de nuestra Constitución, donde el Estado promete garantizar el derecho al cuidado digno y la creación de un Sistema Nacional de Cuidados, dichas reformas aún se encuentran “congeladas” en comisiones, esperando a que pasen discusiones y reformas más importantes para nuestros legisladores.
Parece ser que un grupo de mujeres que aporta el equivalente al 20.2% del PIB del país no es prioridad para ellos. Tampoco promover las condiciones como para que una madre no se vea en la terrible necesidad de encadenar a su hijo como la mejor opción de sustentar su vida.
¿Quién cuida en México?
Gracias al constructo familiar interiorizado en los mexicanos, los cuidados se consideran roles femeninos. Es decir, la mujer debe cuidar y debe hacerlo con profundo amor y abnegación, de lo contrario va contra la concepción que, incluso ella misma, tiene de su rol.
Tan solo en el rubro de cuidado y tareas domésticas, según datos de INEGI, cada mujer aporto 69,128 pesos anuales, mientras que los hombres aportaron 27,175 pesos en el 2020.
Pero si la mujer vive en pareja, tiene hijos pequeños y, además, proporciona cuidados a una persona enferma o con discapacidad (y en ocasiones es a ambas), su aportación podría ascender hasta los 140,000 pesos anuales.
Y la mujer soltera no se salva, su aportación anual en tareas de cuidado es de 40,007 pesos. Incluso las niñas realizan labores domésticas y de cuidado con un valor ligeramente superior a los niños.
Basta acudir a un hospital y encontrará mujeres cuidando al enfermo y haciéndose cargo de los trámites. Hasta los voluntariados se conforman en su mayoría por mujeres.
En mi caso, tres mañanas a la semana me encuentro en la sala de espera de Hemodiálisis y Oncología. La mayoría somos mujeres: madres, hijas, hermanas o esposas.
Por otro lado, un dato que me parece por demás relevante es que, según el Instituto Nacional de Geriatría, al menos el 20% de las cuidadoras son mujeres mayores de 65 años, lo que nos indica que las tareas de cuidado se prolongan más allá de lo que debería ser la vida productiva de una mujer.
Pero ¿Quién cuida a la cuidadora?
Básicamente, nadie. En un estudio realizado por el Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS) en el 2015 titulado: “Detección y manejo del colapso del cuidador”, hace un recorrido por los factores de riesgo, la detección y la intervención en el colapso de un cuidador.
El estudio menciona que, cuando se trata de una persona con discapacidad o una persona enferma, deben contemplarse dos pacientes. El paciente real y el paciente invisible, es decir, el cuidador. Por lo mismo, el personal médico debe estar al tanto de los factores de riesgo de la persona que cuida. Por ejemplo, su estado de salud, nivel económico, si cuenta con apoyo, la gravedad de la condición de la persona enferma, entre otros.
También debemos estar alertas a las señales que pueden desencadenar un colapso como lo son trastornos del sueño, depresión, ansiedad, aislamiento social, angustia, agotamiento físico, irritabilidad y enojo. Porque la sobrecarga en el cuidador llega a ser tan peligrosa que también se contempla como un factor que incrementa la mortalidad.
El mismo estudio recomienda como buena práctica la aplicación de la “Escala de Zarit” para detectar a tiempo los colapsos en el cuidador primario. Son 22 preguntas que han sido validadas en varios idiomas y tiene un 93% de sensibilidad. Es decir, que es altamente confiable en su diagnóstico.
Pero, aun cuando existe este documento, no me ha tocado ver que alguna de las clínicas aplique de manera sistemática esta escala. No los culpo, el personal médico en estos momentos se encuentra rebasado para atender a sus pacientes ¿De dónde sacaría tiempo para atender a los “pacientes invisibles”? Así que respondiendo la pregunta y título de este artículo: Nadie cuida a la cuidadora.
El futuro de los cuidados
Al escribir este artículo se me vino a la mente la escena de una película en la que la protagonista (Drew Barrymore) esta discutiendo con su hijo y ella exclama “¿Pero es que este trabajo nunca termina?”.
Posiblemente sea una mala referencia, obviamente el contexto es otro. Pero a quienes proveemos cuidados a un hijo con alguna condición es una pregunta que todos los días nos hacemos. No le mentiré, en ocasiones por estrés y por sentirnos desbordadas, como en la película. Sin embargo, la mayoría de las veces, como una preocupación genuina de quién cuidará después de nosotros. Como ya vimos, la provisión de cuidados no cesa con la edad. Más allá de los 65 años, las mamás, las esposas e incluso las hijas, seguimos cuidando.
Sin embargo, el mundo está “envejeciendo”. Se estima un aumento gradual de adultos mayores y, proporcionalmente, un decrecimiento de la población joven. Muy pronto, no será posible llevar los cuidados al interior de las familias. Por eso, la mayoría de los estudios recomiendan políticas públicas y estrategias que permitan delegar esta responsabilidad en sistemas de cuidados formales.
Por esa razón, urge que nuestro país acelere las reformas necesarias que garantice los derechos del que requiere cuidados y del que los provee. Que se concrete el Sistema Nacional de Cuidados y se le asigne un presupuesto que logre estructurar alternativas seguras y de calidad, que coadyuven con las mujeres en la provisión de cuidados desde la primera infancia hasta la atención geriátrica.
Mientras eso no suceda, las mujeres mexicanas seguiremos transitando nuestra vida entre cuidados, culpas, renuncias, sin remuneración, ni futuro. Y en esta ocasión no hablo desde mis privilegios, sino desde donde se encuentra aquella mujer que abandonó sus aspiraciones, que cada día renuncia a su vida, que descuida a sus hijos o renuncia a tenerlos, que dejó de lado una carrera, que ya no se reconoce en el espejo y a la que cada día le sucede otro, sin planes ni promesas.
Por eso, en nuestro país nada describe mejor las tareas de cuidado como el siguiente titular que leí recientemente: “Los cuidados tienen manos de mujer y rostro de fatiga”.
- Silvia Elena Romero Adame es ganadora del Premio Estatal de Periodismo 2019 y 2020 por la revista Metrópolis en la categoría de ‘Mejor artículo’, en ambos casos con temas de inclusión