(Esta es una historia de actores vivida con Don Alfonso, es un sincero y pequeño homenaje a un ser valiente, sensible, a un actor de allá de mi Comarca Lagunera)
Raúl Adalid Sainz
Contaré una vivencia muy personal en la vida del actor lagunero, Alfonso López Vargas. Lo invité como actor a ser parte del proyecto que iba a dirigir en Torreón con patrocinio del “Instituto Municipal de Cultura” de Torreón, en la obra: “El Medio Pelo”, de Antonio González Caballero.
Don “Poncho”, como cariñosamente le decíamos en el teatro, era un ser humano generoso, educado, con una bonhomía característica en su ser, y una cualidad maravillosa: amaba con pasión el teatro.
Fui a su casa para invitarlo al proyecto. Recuerdo haberle dicho que necesitaba gente como él para la tripulación del barco, en ese viaje que íbamos a emprender. Lo visualicé para el papel de “El Narrador” de la obra. Al inicio y tras cada acto éste aparecía para comentar los sucesos acontecidos en el pueblo de “Apaseo El Alto, Guanajuato”. A cada aparición le di una característica, un ferrocarrilero, un organillero, un globero, un voceador de periódicos y el mismo ferrocarrilero para cerrar la obra.
Ensayamos por espacio de dos meses. La disciplina y disposición de Don Alfonso estuvo manifiesta. Un actor puntual, estudioso, su memoria impecable, entusiasmo que lo llevaba a despertar su talento para conseguir adentrarse en la ficción.
Estrenamos un abril de 1998 en el “Teatro Alfonso Garibay de Torreón”. Llevaríamos unas quince funciones cuando Don Poncho se sintió muy mal. Estábamos a punto de iniciar la obra. El teatro estaba lleno. En el escenario había una cama que era parte de la escenografía. En el elenco estaba como actor Francisco Escalera, médico de profesión; ya habíamos dado primera llamada.
Me hablaron al camerino y me comunicaron que Don Poncho estaba fatal. Recuerdo que Francisco me dijo que estaba muy mal. Su presión muy baja, signos vitales disminuidos. Fui donde estaba Don Alfonso y le dije: “Voy a suspender”. Don Poncho me vio y me dijo, lo recuerdo muy bien: “No Raúl por favor no lo hagas, está mi hija en el público y le quiero dar este regalo, actuar para ella”.
Lo escuché, vi a Francisco Escalera, me peló los ojos como diciéndome, “no, no hay que hacerlo”. Don Alfonso me pidió nuevamente que lo dejara, que sí podía. Yo lo veía blanco de color. Insistía yo que no había por qué hacerlo, que su salud era lo más importante. Vi sus ojos que desplegaban dolor, desesperación y tristeza.
Mi ser de actor lo entendía: Yo en su caso pediría lo mismo, estar en el escenario pese a todos los pesares. Vi a Moliere cuando enfermísimo moría representando en el escenario al “Enfermo imaginario”, de su propia obra. El actor y el personaje estaban muriendo. Una conjunción de realidad y ficción.
Era la responsabilidad que estaba en mí al tener que dar esa decisión: Suspender o no suspender. Don Poncho me vio con mirada de niño y me volvió a decir: “Déjame darla, te aseguro que no va a pasar nada, ésta es como una herencia a mi hija”. No pude decirle que no. “Estamos en las manos de Dios Don Poncho, él lo cuidará”. Pedí a Francisco Escalera que estuviera muy al pendiente de él. La función corrió en sus tres actos. Don Poncho estuvo maravilloso y estoico. Todos le dimos un aplauso muy fuerte. Amén de la gran ovación que el público le dio. El trago estaba superado por esa noche.
A la mañana siguiente recibí una llamada de la esposa de Don Alfonso. Se había puesto muy mal en la noche. Su corazón. El médico le recomendó un reposo absoluto para poder restablecerse. Y una sentencia fatal, le dijo que no debía hacer ya más teatro. Que era una fuerte carga de emociones para su corazón.
Don Poncho dejó la obra. Esa fue su última función. Hoy 20 de noviembre de 2020 al enterarme de su adiós, recordé esa función de 1998 del mes de mayo en el “Teatro Garibay” de Torreón.
Una gran amiga, directora y actriz, Chelo González Garza, QEPD, había visto esa función, me dijo a los días de haber sucedido esa función, que fue la despedida sin desear de Don Alfonso del teatro, que había sido la mejor función que Don Poncho había dado en su vida.
Efectivamente, esa noche los dioses del teatro guiaron con su batuta a aquel actor valiente que quería hacer un regalo a su hija poniendo su vida en juego. Lo sucedido son las magias misteriosas que tiene el teatro. Son las historias de un hombre que quiere ofrendar lo mejor de su ser a una persona querida.
Don Alfonso dio su mejor función, y el sacrificio fue dejar de actuar en el teatro. Que cosas. Yo me quedo con su cara de enorme goce al recibir esos últimos aplausos que el público le obsequió con todo merecimiento. Yo también vuelvo a aplaudirlo Don Poncho a la distancia de esa función y de esa decisión tan difícil para mí. Usted lo logró. Se despidió del teatro como los grandes héroes de las obras clásicas. Esas de Sófocles, de Eurípides, de Shakespeare.
Mi recuerdo emocionado hacia usted, hacia el santuario de los buenos hombres donde seguramente ya goza del entusiasmo de escuchar nuevamente: ¡Tercera llamada, tercera, principiamos!
Raúl Adalid Sainz, en algún lugar de México Tenochtitlan