«La monja irreverente»
Jesús Vázquez Trujillo
Durante la época colonial, la iglesia católica, siempre estuvo a favor de la superación personal y profesional de la mujer, a la que quería mantener en un estado de sumisión e ignorancia permanentes, prohibiéndoles todo acercamiento con la ciencia y el conocimiento, es por ello que cuando Juana de Asbaje Ramírez de Santillana era niña, pasaba largas horas en la biblioteca de su abuelo paterno, Pedro de Asbaje, devorando sus cuantiosos libros.
Sin embargo, no le bastaba con ser una brillantísima estudiante autodidacta, pues sabía que el conocimiento debía guiarse a través del aprendizaje y la enseñanza, es por ello que se inscribió en la Real y Pontificia Academia de San Carlos, claro que para poder acudir diariamente a sus clases, debía hacerlo disfrazada de hombre.
Una vez que falleciera, Juana de Asbaje Ramírez de Santillana, (Mejor conocida en el mundo de las letras como Sor Juana Inés de la Cruz), el 17 de abril de 1695, a consecuencia de la peste negra, enfermedad de la cual había sido contagiada por estar en contacto y cuidar a los portadores de este mal.
El Arzobispo primado de la muy noble y leal ciudad de México, Monseñor Francisco Aguilar y Seijas, mandó quemar la vastísima obra literaria de la monja, pues la iglesia no veía con agrado el hecho de que las mujeres, estudiaran, leyeran, o se prepararan académicamente, particularmente aquellas que habían consagrado su vida al servicio de Jesucristo.
En opinión del clero, la mujer solo servía para procrear y concebir hijos, así como para atender los deberes maritales y conyugales.
Por ello, su confesor, el Arzobispo Alfonso Núñez, obligó a Sor Juana a dejar de escribir y a deshacerse de su prolífica obra literaria, condenándola al claustro conventual, ayudando a los enfermos, Juana de Asbaje fue la primera feminista del continente americano, pues logró reivindicar a la mujer novohispana, subyugada y menospreciada por la iglesia.
El clero obligó a Sor Juana, a escribir con su propia sangre una Protesta de Fe, abjurando de su vocación literaria, decidiendo de propia voluntad dedicarse única y exclusivamente a sus labores como sierva de Cristo.
Sin embargo, ella no dejó de escribir, por el hecho de obligarla a recluirse en un convento, y si alguna vez dejó de redactar, fue porque las circunstancias la obligaron a hacerlo.
Fue su amiga, la virreina, la Condesa de Paredes, quien ayudó a Sor Juana a que sus obras literarias fueran publicadas y difundidas, en forma clandestina, además de haber despertado en Juana el amor y los placeres carnales, sensaciones de las que había sido privada en su niñez, como consecuencia de los maltratos de su padrastro, quien la golpeaba y ponía un corsé muy apretado en los pechos, para obligarla a caminar erguida como si fuera un varón, hecho que la privó de toda sensibilidad erótica y le provocó incontinencia urinaria.
Además de que tenía adormecidas las plantas de los pies.
En cuanto la Condesa de Paredes conoció a Juana de Asbaje, quedó maravillada con su inteligencia, fue por ello que la contrató inmediatamente como su dama de compañía, a pesar de que sus allegados le aconsejaban que no la contratara, porque: “Inteligencia de hombre en cuerpo de mujer, es peligroso”.
Hombres necios,
Que acusáis a la mujer sin razón,
Sin ver que sois la ocasión,
De lo mismo que culpáis.
Si con ansia sin igual,
Solicitáis su desdén,
¿Por qué queréis que obren bien?,
¿Sí las incitáis al mal?