Mujeres, niñas y niños pagan el precio de la desigualdad.
Simón Vargas Aguilar
¿A qué nos referimos cuando abordamos el término desigualdad? De acuerdo a la Organización de las Naciones Unidas, el concepto no se trata solo de la riqueza, el patrimonio o de los ingresos; también abarca la expectativa de vida, la facilidad que tienen las personas para acceder a los servicios públicos y a la educación de calidad.
Desde hace décadas los gobiernos e instituciones, han centrado sus esfuerzos en contrarrestar las desigualdades, tristemente a pesar de ello continuamos siendo testigos del posible fracaso de los sistemas que con el paso de los años se han viciado, pero además han dejado de lado a millones de mujeres.
La pandemia hizo mucho más evidentes problemas que si bien no habíamos ignorado, quizá sí habíamos minimizado, o peor aun probablemente habíamos “normalizado”, tales como: la pobreza, el desempleo, la impunidad, la injusticia o la educación de baja calidad, pero sobre todo la discriminación sistemática y la violencia contra las mujeres y niños.
A pesar de las evidencias, e incluso contrario a lo que podría pensarse, muchos aún dudan de la existencia de las desigualdades y la brecha de género, todavía hay personas que consideran que los beneficios, se dan de forma equitativa; e incluso hay quienes consideran que son las mujeres las que obtienen mayores oportunidades, solo por pertenecer a un grupo minoritario.
Nuestro país no queda excluido del tema, en datos presentados por el Informe Mundial sobre la Desigualdad 2022 el 10% de la población económicamente activa obtiene el 80% de la riqueza, mientras que el 50% lucha día con día contra la pobreza; incluso se asevera que la información sugiere que México no experimentó una reducción importante de la desigualdad durante el siglo XX, por lo que la disparidad de ingresos ha sido extrema a lo largo de mucho tiempo.
En cuanto al tema de las mujeres tampoco la situación se presenta favorable, ya que el informe menciona que el ingreso laboral femenino es de aproximadamente un 33%, cifra que se encuentra por debajo del promedio en América Latina que es del 35%.
Las niñas y niños tampoco quedan exentos, en el Informe La persistencia de la pobreza: cómo la igualdad real puede romper los círculos viciosos se menciona que aquellos nacidos en familias pobres tienen menos acceso a la sanidad, la vivienda y la educación que los de los hogares más acomodados; lo cual reduce drásticamente sus posibilidades de salir de la trampa de la pobreza; pero además el relator señala que la movilidad social ascendente que existía en 1940 ha disminuido en la actualidad, lo que significa que tanto el privilegio como la pobreza tienen más probabilidades de persistir a lo largo de las generaciones.
¿Cuántas veces no hemos escuchado el clásico “échale ganas”? ¿de qué manera eliminar este abismo que representa la desigualdad? No voy a negar que la educación, la constancia y el trabajo continuo suponen un parteaguas para disminuir las brechas. Pero también se tiene que reconocer que la movilidad social en nuestro país es tan baja que incluso el lugar en donde vivimos puede, tristemente, definir mucho de nuestro porvenir; porque dudo que alguien elija ser pobre porque quiere.
Claro que han existido avances, sin embargo, todavía queda mucho por hacer, se tiene que reconocer que el problema es multifactorial, por lo que habrá que repensar el ingreso de salarios, las tasas de mortalidad, la salud, la educación, la infraestructura e incluso la inversión en tecnología; y aunque duela admitirlo el que quiere no siempre puede, por lo que está en cada uno de nosotros apoyar para acortar la distancia entre el ahora y el sueño futuro.
Simón Vargas Aguilar es analista en temas de seguridad, justicia, política, religión y educación.