viernes 20, septiembre, 2024

Regreso al Desierto, aquel hermoso montaje de Boris Schoemann

 

 

Raúl Adalid Sainz

Era un febrero de 2004 cuando me integré a los ensayos de la obra “Regreso al Desierto”, de Bernard Marie Koltés, dirigida por Boris Schoemann. Una mañana fue mi primer ensayo. Llegué al llamado “ensayódromo” del INBA, y vi dos actores que son un referente fundamental en la historia de nuestro teatro contemporáneo mexicano: Julieta Egurrola y Luis Rábago. 

 

Gente con la que muchos deseos tenía de compartir escena. Ambos, figuras en las puestas de los directores teatrales, Héctor Méndoza, Julio Castillo, Luis De Tavira y Ludwik Margules. Sólo por mencionar algunos de los directores con que estos actores han trabajado. El resto del talentoso grupo lo componían: María Elena Olivares, María Fernanda García, Carmen Mastache, Daniela Schmidt, Raúl Méndez, José Juan Meraz, Hugo Arrevillaga, Enrique Arreola, Duane Cochran y este servidor que hoy escribe esta memoria.

Recuerdo que me integré faltando un mes para estrenar, uno de los actores de inicio del proceso tuvo que retirarse. Así que a marchas forzadas había que fusionarse al excelente grupo de trabajo.

La obra me pareció excelente: un texto lleno de reminiscencias históricas hacia el conflicto bélico entre Francia y Argelia. La guerra entre hermanos por las herencias familiares, los complots políticos, el racismo, los prejuicios sociales, el dolor, el miedo a vivir en un mundo oscuro de pocas expectativas esperanzadoras, el desaliento al regresar a la patria y no saber la verdadera identidad. 

“Regreso al Desierto”, era para mí el desierto en el regreso a la soledad, al exilio, al sentirme olvidado en un mundo de franceses racistas, era sentirme un idiota en un mundo de idiotas. Mi personaje era “Aziz”, criado argelino al mando del dueño rico de la casa llamado “Adrián”.

Aún recuerdo las encarnecidas peleas a muerte entre los hermanos “Matilde” y “Adrián”, magistrales en sus interpretaciones Julieta Egurrola y Luis Rábago. Los múltiples temas citados eran un tour de force para la dirección de Boris Schoemann. Director francés, con muchos años de radicar en México. 

El reto de simbolizar dramáticamente los tantos asuntos planteados por Koltés y de la visión del director a algo muy concerniente, se convertía en un reto artístico y vital. Boris realizó una impecable dirección. 

En manejo de su espacio (una serie de puertas laterales eran el entrar y salir a mundos y ámbitos diferentes). El espacio central era el devenir del desarrollo de las diversas situaciones. El tono jugaba matices diversos, creaban una sinfonía muy interesante dentro del género cómico muy ácido de esta obra de Koltés.

La dirección de actores de Boris fue esmerada. Muy cuidada. En lo particular recuerdo una escena maravillosa que nos marcó a Raúl Méndez y a mí, un diálogo entre el joven junior de la casa (“Mateo”) y el criado “Aziz”. Una escena de berrinche lloroso de “Mateo” porque es llamado a integrarse a la guerra. “Aziz”, mi personaje, lo oía y contestaba al son de pelar papas y cortar las mismas a la francesa. Una ironía. 

“Los franceses se consideran como 45 millones de héroes, ¿por qué tendrías que ser tú la excepción?, no eres más imbécil que cualquier otro francés”, decía mi criado argelino insertando el cuchillo en el corazón de una de las papas. Una escena que siempre recordaré. La simbiosis con Raúl Méndez, mi tocayo y paisano lagunero, me es inolvidable.

Había escenas que a la distancia recuerdo en el rescate entre brumas de esta memoria. Veo a Carmen Mastache (“Habibe”) delirando, en una escena metáfora del dolor que los padres y la vida misma infringen a un ser sensible.

Recuerdo a Hugo Arrevillaga (“Eduardo”) suicidándose, arrojándose de espaldas al vacío. El personaje de Hugo simbolizaba al autor Koltés. Recuerdo los alucines de la actriz María Fernanda García y su personaje “Marta” (esposa anulada por Adrián), viendo vírgenes y santos que nos iban a hacer pagar por las maldades humanas. 

Veo a Duane Cochran y su angélico paracaidista en caída a la tierra del infierno. Aquella diligencia servil de la señora “Kuló”, en gran interpretación de María Elena Olivares. El talento de Enrique Arreola y sus personajes “Plantieres” y “Saifi”. Veo la escena final entre hermanos, (“Matilde” y “Adrián”) que después de sacarse los ojos, fuman la pipa de la paz como si nada hubiera ocurrido. Todo armonizado por una canción de Edith Piaf (“Hymne Á L´ Amour”) como colofón de la historia.

La brillante escenografía e iluminación fue de Gabriel Pascal. El vestuario, hermoso por cierto, y correspondiendo a la época, de Pilar Boliver. La sugerente música, resaltando atmósferas y estados anímicos, de Jacobo Lieberman. El movimiento escénico de Marcela Aguilar. Producción ejecutiva de Alejandro Morales y Pierre Loson. Asistencia de dirección de Talia Marcela y Raquel Urióstegui. Traducción y adaptación de Boris Schoemann.

Koltés, dramaturgo francés, que configuró una época de buen quehacer dramatúrgico en la última mitad del siglo pasado definió a su obra así:

“Entre los 12 y los 16 años las impresiones son decisivas, creo que es ahí donde todo se decide, todo para mí, evidentemente, en lo que me concierne, es probablemente lo que me llevó a interesarme más en los extranjeros que en los franceses, esto se convertiría en una pesadilla, algo como “Suiza La esterilidad total”, en el plano artístico y en todos los planos”, agregó Koltès al hablar en 1988 sobre el estreno de El Regreso al Desierto.

El punto de partida de esta comedia hiriente que critica la organización familiar, los prejuicios sociales y la visión soberbia del mundo de los provincianos franceses, es la historia de dos hermanos que se reencuentran después de muchos años para que ella ejerza su venganza después de haber sido exiliada en Argelia por cuestiones de herencia, porque se había acostado con los alemanes y porque tuvo hijos “ilegítimos”.

Es la primera obra en la que he querido que predomine lo cómico. La provincia francesa, las historias de familia, de herencias, de hijos ilegítimos, de dinero, todos son temas magníficos para hacer reír; la presencia lejana, difusa, deformada de la guerra de Argelia, ya lo es mucho menos. Quise mezclar las dos cosas, hacer reír y, al mismo tiempo, inquietar un poco”. 

Entrevista con Colette Godard, “Le Monde”, 29 de septiembre de 1988.

Vaya un recuerdo para aquellos grandes compañeros de un “Regreso al Desierto” que nos llenó de tantos y tantos oasis de fraternidad. La obra fue estrenada un marzo 11 de 2004, en el “Teatro El Granero”, ese mismo año pasó a dar funciones en El Teatro “La Capilla”. En 2005 reestrenamos en el “Teatro Orientación”.

Raúl Adalid Sainz, en algún lugar de México Tenochtitlan

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