(Se busca y se halla)
Raúl Adalid Sainz
Me levanté temprano sonriendo
no sé si te soñé o me buscaste
vi ese niño sonriente a mi puerta que quería entrar.
Le abrí, entró sonriendo, «¿Quieres un café?», le dije,
«No, sólo quería visitarte, que platicáramos un ratito».
Traía una risa brillante, sus ojos me recordaban un brillo olvidado;
sus rizos eran de libertad lejana de los tiempos.
Me hallé muy bien, sólo creo que nos sentimos, no hablábamos, sólo estábamos en ambos.
La conversación se vivía profunda ahí en el corazón.
«¿Cómo te sientes?», «bien, muy bien», le dije,
«me siento como renovado, queriendo volver a nacer»; respiré hondo, cerré mis ojos, estaba en paz sagrada.
Escuché que la puerta se cerró. Al abrir los ojos vi una rosa que estaba en la mesa, era roja, había un recado: «LO ESCENCIAL ES INVISIBLE PARA LOS OJOS, NO LO ENTIENDAS, SÓLO VÍVELO».
Esa mirada la conocía, esa sonrisa. Hoy creo que vi a mi propio «Principito», ese que quiero que esté en mí y no se vaya nunca.
Llegué en un avión a esta tierra, una obligación grande tengo con ella y con la gente: vivir, amar en dar, dar para ser, ser sólo eso: un instante que se vuelvan todos los instantes, un deseo de luz que se vuelvan todos los deseos.
Raúl Adalid Sainz, en algún lugar de México Tenochtitlan