Raúl Adalid Sainz
El Teatro: ¿Qué es? ¿Cuál es su función útil para con la sociedad?
Comenzaré por lo primero. El teatro es para mí una fiesta. Una comunión humana. Un diálogo creativo. Un espejo para el espectador del comportamiento y vivir humano. Un caleidoscopio de emociones. Un atrapar el tiempo, condensarlo, para ver nuestro paso de existencia.
Al verlo en el mirador de un escenario éste se magnifica. El espectador sufre una experiencia. La vive con sus tripas, con su ser entero, hace una reflexión posterior. Muchas veces verá una fotografía de sí mismo. Vivirá una catarsis. Una liberación que lo llevará quizá a una rectificación.
El teatro es la voz de Dios. La voz del hombre, de la vida en toda su pulsación. Por eso es importante. El hombre que no tiene eco de su actuar, está solo. Preso en el egoísmo vano. Ausente de voces que lo oriente. Naufragando en el océano más oscuro.
El teatro es un faro que orienta, que lleva a un puerto seguro, si uno es capaz de abrir el alma y la mente. Da voz a lo innombrable. Esa es la utilidad del teatro, en estos tiempos de lobos sedientos de fama y riqueza. De vana existencia material. De ausencia alimentaria para lo que llevamos dentro, eso llamado espíritu. Por eso nuestra miseria de valores, de principios, de paz interior.
Nos consumimos en la ansiedad y depresión. Somos presos de las falsas etiquetas impuestas por absurdos cánones sociales, esos que implican fama, reconocimiento y dinero. De no conseguirse vendrá el desaliento. Ahí, en ese tono, la gente de teatro, de una pieza, se revela. Pone el espejo deformante como un aviso. Como un despeñadero al que vamos a arrojarnos.
Tuve la dicha de ser orientado a los diecinueve años por grandes maestros y directores de teatro. Prometeos que me dieron el fuego de la luz. De señalarme rutas que abrieran senderos. De confrontarme con mi ser y sus deseos. De llevar luz honesta a quien cruzara tu camino. De llevar verdad a un escenario.
Cómo olvidar a un José Luis Ibáñez, iluminándonos con Shakespeare y los clásicos españoles. Su invitación a ser parte de su obra dirigida, ese inolvidable: «Tartufo» de Moliere. Cómo olvidar a mis treinta años la dirección escénica de Raúl Zermeño. Sus clases. Sus ironías para enseñarnos. Su constante lección: «Quítense lo naco, lean, vean buen cine, buen teatro, quítense de la vanidad, el amarse ustedes en el teatro y amen al teatro en ustedes». ¡Qué maestro por Dios!».
Ludwig Margules, maestro inolvidable en ese «Foro de Teatro Contemporáneo». Ese obligarnos a ser actores de profundo calado. Ese decirnos que la creación es como un parto que duele, después se encontrará el placer. Sus aleccionantes clases.
Ese tour de force al hacer todos los personajes de «Los Habladores», de Cervantes. Ese decirnos que había que partir de la honestidad. Conocer las limitaciones. Bienvenido el error porque eso es entrar a la batalla. Gran maestro. Una fiesta multicolor el conocer al ser humano y su actuar por parte de este trío de magnánimos docentes.
He tenido la dicha de trabajar al lado de grandes creativos: Actores, cantantes, bailarines, directores, dramaturgos, escenógrafos, productores, técnicos, vestuaristas, iluminadores, gente maravillosa que me ha conformado.
He mascado, desayunado, comido y cenado teatro muchos años. Aún espero ser un sacerdote de mi ser, de mi oficio. Quizá en otros foros sea un Dionisios de mí mismo. Pero en este, mi instante presente, agradezco a todos los dioses haber sido parte de este maravilloso carnaval llamado: TEATRO. Así, con Mayúsculas.
Que Dios bendiga e ilumine a toda la familia teatral mundial, en estos tiempos tan duros para el teatro. Siempre lo han sido. Que bendiga a sus espectadores y a ese niño, presente y futuro, que será un nuevo miembro del teatro, bien como componente o asiduo espectador.
Abrazo a todos los amigos, compañeros inolvidables que he logrado conocer gracias a este viaje teatral, sí, ese periplo que cual Ulises, he cruzado maravillado y sin retorno.
No cejemos, hay mucho por señalar aún.
Raúl Adalid Sainz, en algún lugar de México-Tenochtitlan