(Un convivio alucinante entre chairos y fifis. Una película que da nuevo rumbo a nuestro cine)
Raúl Adalid Sainz
La vieja amiga nocturna me dictó ver nuevamente una película salida de los mismísimos ecos de esta ciudad que sepulta en asfalto a un lago. Quizá es que me di el chance de volver a vivir esta aventura fílmica delirante que son “Los Caifanes”. Esos que se encontraron de sopetón al águila y la serpiente, esos que se quedaron dejados a la puritita suerte.
La noche de fiesta en mascarada fifí en los tardíos sesentas. Esos progress intelectuales que etiquetan la vida con definiciones. Paloma, la heroína femenina de esta historia busca la aventura. La libertad. “Sí, tú y yo en un juego de miedo y sorpresa, sería precioso jugar, pero a ti sólo te gustan las cosas fáciles mi amor”. “Jugar… ¿a qué?”, contesta en inquietud el arquitecto Jaime De Landa, novio de Paloma. “Tú no te atreverías a hacerme el amor aquí”. La calle de adoquín solitaria y nocturna. Los perros que ladran, la lluvia que empieza a caer. Ven un carro blanco con toldo de lona estacionado. Parece abandonado, está abierto. Ellos entran en travesura sexual. En eso aparece el primer caifán, el “Capitán Gato”, y dueño del coche. “Quiubo”. Los tres caifanes restantes llegan: “Azteca”, “Masacote” y “Estilos”. Jaime Y Paloma vivirán la aventura con estos cuatro misteriosos desconocidos.
La primera parada del trip loco será ese cabaret del centro de la ciudad de México: “El Géminis”. Una sordina en danzón abre la variedad de ese centro nocturno único y con dimensión espacial. La luz, el color, los globos multicolores, prostis en maquillaje cargado recordantes de piezas de Fellini, payasos que danzan la vida en risa por la pista, músicos que recrean áreas de zarzuelas, tenor y soprano cantando la aletargada vida, un oso negro erguido por el cuadrilátero, el surrealismo vivo del folcklor de un chilango coro fellinesco. Qué viaje vivimos los espectadores por ese cabaret, hasta cerrar el episodio en sangre dancística de muerte de un payaso que cae al taburete del asesino al frente de la pista.
Algo traman los Caifanes en ese parque de nocturno centro colonial defeño. Unas coronas fúnebres son regadas a esas horas de la noche. Hay que robar al menos una. “Que divino hablan, hasta parece otra lengua”, dice Paloma a Jaime, descubriendo la pureza de otro continente de seres en vida. Jaime no entiende nada.
La cámara, el narrar de la película nos conduce a la taquería. Ahí donde los de buche, maciza, lengua y nenepil son los reyes. Otra ronda de tacos y de rubias, pide “El Azteca”, Jaime contento ofrece invitar. Un tango de Gardel se escucha, es la vida en sueño roto, abrazos caifanes, cigarro y chela que matizan, miradas anhelantes a las piernas de “Paloma”, un ebrio Santa Claus canta en desventura navideña: “Viva la Naquiza”, es Carlitos Monsiváis viviendo el dolorido y desvencijado papá Noel de la noche.
Como buen road movie por la ciudad, hay enlaces de traslado a otra jalada. Otro juego. “La Niña de Guatemala, la que se murió de amor”, se oye en el interior del coche blanco. Trayecto de carro en tragos de “San Marcos”. Van a La “Diana Cazadora”, a cazar la ventura del poseer la hermosura deseada y no podida.
“El Azteca “, Gómez Cruz nos brinda una de las escenas actorales más memorables de risa irreverente al subir a lo alto de la Diana desnuda, arroparla con su brassiere y calzoncitos. Un besito de trompita a la audaz cazadora de Amazonas. Las risas de “Masacote”, López Rojas, y de todos los caifanes con Paloma son estruendosas. La carcajada matizada en notas de mariachi. Sólo Jaime calla y teme su propia incapacidad de ser. A correr que llega la chota. “Anda pélale”, gritan al “Azteca” que en súbito bajar logra la hazaña.
El carro blanco sale en estampida. Las carcajadas se burlan de los miedos de Jaime. “Vamos a hacer otra jalada”, contagiada del juego caifán, Paloma canta la noche. La guitarra de “Estilos” vuelve a sonar en canto: “Desde mi infancia para mí han sido tormentos”. Las nocturnas calles asoman luces de neón, es la ciudad que ruge en vida, que los ve pasar y está celosa de su viaje.
La funeraria se deja ver. Van a dejar la corona robada a un viejo avaro: Don Enrique Ibargüengoitia, QEPD. En esa locación mortuoria vivirán un volteón con la huesuda. Cada uno a su ataúd al compás de “El Pájaro y el Chanate”. Cantada a capela de “Estilos” por ese buen Oscar. Ellos ya jugaron su partida en la otra vida; y ahora a seguir la luz de periplo en negra carroza fúnebre.
Ya en el correr de camino “Capitán Gato” encuentra a la güera para dar un volteón en el coche de la negra. ¿Quién es ella? Esa vieja prosti que puede ser la muerte o la vida atribulada. De ahí hasta dejar la carroza funeraria en pleno ombligo de la luna, en el puritito zócalo del centro. Las campanas de catedral cantan como centavos de clamor nocturno. Es la fiesta de vida caifán.
Todos en huida hasta encontrarse por separado en el abandonado coche blanco. En esa dispersión “Estilos y Paloma” jugarán la noche del encuentro. “¡Que noche!”, dice en descansado éxtasis esa Julissa convertida en Paloma, “¿Qué es aquí?”, “Una vecindad”, sereno contestar de “Estilos”, “Los Palacios secretos”, concluye Paloma en poesía secreta que despierta a la mujer. “Tengo frío”, “El frío que de noche sientes es por andar desperdiciada”, contesta “Estilos” en la timidez que cuentan sintió cantando Pedrito Infante por las diferencias sociales.
En otro rincón de la ciudad del centro un “Capitán Gato” maúlla. Jaime sabe que su Paloma ha volado. Se reúnen todos. Sólo faltan “Paloma” y “Estilos”. Aparecen, así tan de repente. Ella es paseada en caballito de madera por el Romeo caifán. “¿Where were you?”, dice el “Fifí” celo atribulado de Jaime. “Por ahí”, contesta el renacer romántico de Paloma. “Vamos a desayunar, nosotros los invitamos”, dice la voz de esa Paloma que clama: Ánimas que no amanezca.
El fulgor a tientas del amanecer aparece en carretera. Van por quecas a Tres Marías. El lenguaje de albur en juego sale a la suerte caifán. “¿Por qué no nos aventamos un sombrerazo popular?”, dice en chotis sexual, el buen Don Ernesto “Azteca” Gómez Cruz.
Paloma y Estilos bailan enfrente del avergonzado en su honra Jaime. “Qué hiciste antes?, I want to know”. El enfrentamiento de clases se dará. Jaime golpea a Estilos. “Don’t tell you Will fall in love with that, that greaser”.
En este momento la película llega a una escena climática y fundamental de lo que es la lucha de clases en este país; caerán las máscaras: “¿Ustedes qué tienen mugrosos sin nombre?, con una acusación los destruiría a todos”, embute en altivez el Jaime creado por Álvarez Felix, ¿“De qué nos vas a acusar?, ¿de que no fuimos a la escuela?, ¿de que olemos a sudor?, ¿de que cualquiera de nosotros tiene con que quitarte a la vieja?”, dice en dignificación caifán ese “Capitán Gato” Jiménez.
Todo ha terminado. Llegan a México. Paloma y Jaime son dejados en el amanecer por una calle, a esa hora en que el borracho y el trabajador se encuentran. En esa noche Paloma, vislumbra atisbos de su búsqueda en verdad. Jaime reafirma su necia condición. Es mejor olvidar, piensa rotundo. Para él todo fue una pesadilla.
De repente la luz aparece en despedida. Es “Estilos”, “Tenga señorita ya se le estaba olvidando su caballito”, el amor extraño corre de vuelta a sus amigos, Paloma aborda el taxi de su nuevo camino, cierra la puerta en las narices de Jaime, éste queda en la soledad de su estrecho camino de costumbres.
Escuchamos a Oscar Chávez rematar en epílogo grandioso de canto: “Voy a buscarte, voy a encontrarte… Fuera del mundo, fuera del mundo, fuera del mundo”.
Después de este viaje quedó mudo, silente, contento, cuántas veces he vivido este viaje caifán con el fin de descubrir lo imposible, esa voz que me dice que la suerte hay que jugarla como un pájaro y el chanate. La noche tiene su verdad, un propósito fijo, lo arañamos, lo sentimos, lo vislumbramos en un instantáneo de repente, y yo aún me sigo preguntando tantas cosas que quizá la respuesta esté muy fuera de este mundo.
Los Caifanes fue filmada en 1967. Dirección espléndida de Juan Ibáñez. Guion extraordinario de Carlos Fuentes y Juan Ibáñez. Fotografía artística, de gran detalle narrativo por Fernando Colín. Juan Munguía en un magistral tempo-ritmo de Edición. Una producción de Fernando Pérez Gavilán. Oscar Chávez, Ernesto Gómez Cruz, Sergio Jiménez y Eduardo López Rojas, los cuatro caifanes, recibieron la «Diosa de Plata», por actores revelación. Ellos se convirtieron a la postre en parte fundamental de la historia de nuestro cine nacional.
Raúl Adalid Sainz, en algún lugar de México Tenochtitlan