Raúl Adalid Sainz
Ayer leí un escrito maravilloso compartido por el buen amigo-compañero- actor, Carlos Orozco. Hablaba de la maravilla que era ver a la maternidad como argumentos manifestantes de la presencia de Dios.
Me gusta verlo así. El artículo me hizo pensar, sentir. Hice mi propia interpretación. Uno es concebido, casi por milagro. Dos cromosomas se enamoran se penetran y se da la fecundación. Dios elige una morada para ti por nueve meses; el vientre de esa mujer a la que a la postre reconocerás como mamá.
Te dará a luz. De la oscuridad ves la brillantez, la vida, eso es mágico, poético. Ella te da de comer. Dios deposita leche en sus senos. Es como Dios, ella se desvelará por las noches por ti. Estará a tu pendiente. La intuición, la voz divina la ayudará a decirle qué es lo que puedes querer. Esto ocurre con las madres primerizas.
Después tomará tu mano, te conducirá, te enseñará a manifestar amor, besándote, cantándote, cargándote. Será una niña queriendo jugar. Después se desprenderá para dejarte en la escuela por primera vez, llorarás, verás y sentirás su ausencia. Es como la ausencia de Dios quien te deja en el convivio de quienes serán tus compañeros perennes: la humanidad. La verás a la salida esperándote y te arrojarás a sus brazos.
La adolescencia será como esa rebeldía que se manifiesta con Dios. Muchas veces así es con la madre para quien siempre seremos sus niños. Nos pelearemos, pero sabemos que está ahí siempre. Esa que no se duerme hasta que lleguemos en las noches.
Yo tuve una madre que me despidió a los dieciocho años. Me acompañó de Torreón a la Ciudad de México, fue conmigo a la UNAM a matricularme para estudiar teatro, actuación. Me instaló en una especie de casa de huéspedes, me dio su bendición, me dijo: «Adelante mis valientes», se subió a un taxi y se regresó a Torreón. Una madre te deja volar tu sendero. Sabe cuándo es el momento. Dios se lo dicta. Es una ley de la vida.
Sabe deslindar su papel de madre cuando te ve de novio. Sin embargo, ellas saben quién es la mujer para ti. Lo saben y muchas veces no lo dicen porque te ven enamorado. Dios les habla. Ejercen un sexto sentido. Por algo te albergaron en ellas nueve meses.
Yo no vi a mi madre morir. Supe la noticia por teléfono. En ese momento sentí que perdía a Dios. Hoy a los años he aprendido a caminar con la herida, cicatriza, pero la herida queda. Va contigo para siempre. Son los estigmas que hasta el mismo Cristo sufrió. Cada vez que voy a dar una función o que tengo algo importante me encomiendo a mi madre. Porque ellas fueron la transparencia de lo que es Dios en tierra. Ella en cada camerino, en cada set, sé que está a mi lado y me dice «Adelante mis valientes». He aprendido a verla con los ojos de la fe, así como se ve a Dios.
Sí, me gusta esa idea, ese sueño que tener una madre buena, es sentir la presencia de Dios a tu lado. Yo tuve una así, era a toda madre como madre, como ser humano. Felicidades a todas las mujeres que se prodigan como un Dios siendo madres.
Raúl Adalid Sainz, en algún lugar de México Tenochtitlan